El pregonero de mi barrio.
El pregonero de mi barrio tiene ojos de sapo, la nariz afilada, boca babosa y orejas de soplillo. No es que sea feo, parece un gallo peleón, está borracho como las cubas del cantinero; lleva tallada la cruz en su frente, un buen porrazo. Una biblia en la mano, es su botella de vino y danzando como un hidalgo va cantando su canción:
“Está visto y comprobado, el que come jamón está gordo y colorado”.
Duerme entre cartones, bancos y grandes callejones. Despierta en la madrugada de su sueño más profundo, la resaca le hace creer que es Señor o Monsieur de alto prestigio. Un día, creyéndose muerto, visitó el cementerio, cantando y bailando, formó tal escándalo que revivió hasta los muertos. Éste, todo asustado le dio un infarto, y allí caído (todos fueron a su entierro) menos los difuntos que salieron corriendo. Se formó tal revuelo como en el gallinero de mi abuelo, a la antigua usanza, austeros o aventureros, que mataban a los gallos peleones por el cuello.
Y es que no había mejor borracho que parezca un gallo, como el pregonero de mi barrio; que desesperaba a los vivos y resucitaba a los muertos.