“Siempre contigo…siempre en tí”
En el frío y mojado asfalto de una calle principal, piezas de una moto desmembrada ruedan huyendo del lugar en donde el cuerpo del motorista yace inerte.
Recubierto por una fina lluvia de pétalos rojos del maltrecho ramo que portaba, una fuerte ráfaga de viento eleva estos como confeti hacia la oscuridad del anochecer.
La nota que acompañaba al ramo permanece revoloteando indecisa alrededor del cuerpo como intentando discernir que hacer con las últimas palabras del joven que ahora, sin destino, se elevan volando hacia otro lugar, buscando dueño.
La fuerte ventisca se calma poco
a poco con las primeras luces del alba
dejando paso a una suave brisa que acuna aquel pedazo de papel hasta posarlo
suavemente sobre los adoquines de una calle. Cientos de pies de todos los
tamaños la pisan, la arrastran la
arrugan, la ignoran dejándola sucia y vieja.
Pasa un tiempo no determinado cuando una vieja
deportiva lo arrastra pegándolo a su suela e inicia otro camino distinto al de
las últimas horas. En cada paso puede notar la disimulada cojera de aquella
pierna dolorida. Una mano temblorosa lo despega y libera del constante arrastre
al que ha sido sometido.
Marta hoy no tiene un buen día…
bueno ¿cuando los tiene?
.Son las doce del mediodía y debe darse prisa para
llegar a tiempo a recoger a su hijo del colegio, pero le esta costando
horrores. El dolor de la pierna cada vez es más insoportable, y aunque las
nubes comenzaban a tapar el cielo las gafas de sol permanecerían en sus ojos.
Esta vez los golpes eran demasiado evidentes como para disimularlos. Parada
junto al semáforo baja la vista hacia el reloj cuando se da cuenta que algo se
ha enganchado en sus zapatillas. Un sucio papel
doblado por la mitad se pega a su mano como si tuviera chicle. Con una
mueca de asco y sin dejar de caminar, Marta despega de su mano el papel pero
este se abre revelando una frase en su interior.
“Siempre contigo… siempre en ti”
Las palabras calan en su interior como lanzas en su herido corazón. Por su cabeza pasan las imágenes de su vida con Tomas y algo en su interior se va encogiendo a cada instante que pasa.
Una dulce voz que grita tras las puertas del colegio la despejan de su interna película de terror.
Cuando sus ojos se encuentran con los de su pequeño y sus bracitos abarcan su cuerpo en un pequeño pero gran abrazo las palabras de aquella nota resuenan con fuerza de nuevo. “Siempre contigo… siempre en ti”.
La comprensión cruza su rostro transformándolo en uno de determinación.
-Vamos cariño, tenemos prisa.
-¿Dónde vamos mami? ¿A casa?
-No cariño, a un lugar en el que tu y yo seamos felices de verdad.
La nota cae de la mano de Marta al coger la manita de su pequeño y caminan con rapidez perdiéndose entre el tráfico.
El aire que impulsa el autobús que pasa en esos instantes lanza el pedazo de papel hacia los edificios de la acera de enfrente.
Allí un niño mira fijamente el escaparate de la librería del barrio. Una lágrima solitaria resbala por su mejilla y rápidamente levanta su mano para secarla mirando con vergüenza a un lado y a otro para asegurarse que nadie lo haya visto. -Solo faltaba-pensó. Ya estaba acostumbrado a que le llamaran “gafotas” o “empollón” pero no pasaría por “llorona”. Además ya no estaría su abuelo para animarlo con “sus problemillas” como él los llamaba.
Volvió de nuevo a fijar la vista en la papelería de su familia que había pertenecido a su abuelo hasta su enfermedad y ahora llevaba su madre y las imágenes de la noche anterior volvieron a su mente.
-Cariño tengo que decirte una cosa. Esta tarde el abuelo….. -dijo su madre con los ojos hinchados y enrojecidos.
– Por tu culpa no he podido despedirme de él.- ¿Por qué?-le dijo gritando fuera de sí
-Ya sabes que los hospitales no son para niños y… -la rabia comienza de nuevo a invadirlo tras el recuerdo.
Un fuerte golpe de viento estampa varios papeles contra el escaparate: una hoja de un periódico deportivo que hace una bola y tira hacia atrás y un trozo de papel a la altura de sus ojos con algo escrito.
“Siempre contigo… siempre en ti”
Las palabras inundan su corazón como si la voz de su abuelo las estuviera recitando en su interior. Besos, abrazos, confidencias, historias se pasean por su cabeza como fotogramas a cámara lenta de su película junto a él.
El peso que sentía en su pecho desde la noche anterior se libera al tener el absoluto convencimiento que su abuelo Alfredo se fue sabiendo lo mucho que lo amaba.
Gira sobre sus pies encaminándose aún pensativo hacia su casa. Debe hablar con su madre y decirle que ya no está enfadado con ella, la quiere muchísimo y aunque sigue sin ver justo lo que hizo, no quiere estar ni un segundo más sintiendo esa ira hacia ella.
A tres manzanas de allí…
Don Fernando permanece sentado en la butaca de la terraza de la residencia de la tercera edad del centro de la ciudad.
Mientras toma los últimos rayos de sol del atardecer piensa con tristeza en su vida pasada, en su mujer ya fallecida y en sus hijas ausentes. Se siente solo e impotente encerrado en ese lugar. Aunque es un sitio agradable y cómodo para vivir y ha hecho algún que otro amigo con el que juega al dómino después de la cena echa de menos las palabras, las risas y convivencias con su familia.
Una ráfaga de viento le hace estremecerse y se levanta de la butaca en la que permanece sentado cada tarde a lo largo de los últimos dos años desde que murió su Inés para adentrarse al comedor del asilo.
Un papel choca contra su bata de felpa a cuadros rojos y azules regalo de su hija pequeña y con mano temblorosa lo despega con lentitud. Hace días que se nota cada vez más débil y cualquier gesto le supone un sobreesfuerzo agotador.
Unas palabras escritas con buena caligrafía llaman su atención.
“Siempre contigo… siempre en ti”.
Cierra sus cansados ojos pensando en su amada Inés y una lágrima resbala por su mejilla.
Aún con el pedazo de papel en la mano se gira y sus ojos se iluminan al ver a sus hijas con sus yernos y sus tres nietos parados en la entrada del patio sonriéndole. Los pequeños se abalanzan sobre él con la fuerza de un huracán y el orgulloso abuelo abre sus manos para acoger a aquellos que tanto había echado en falta.
El pedazo de papel se eleva arrastrado por la brisa mientras observa desde el cielo como este es arropado por los suyos.
Don Fernando mira hacia el cielo y con un murmullo ahogado da gracias a Dios por mandarle esas palabras y la oportunidad de poder despedirse de toda su familia antes de reunirse con su adorada Inés.
Cansado de volar de un lado para otro arrastrado por el incesante viento, la nota sin dueño, se agarra a las hojas de un viejo árbol que descansa a orillas del estanque del parque más grande y más visitado de la ciudad.
A sus pies sentada en la fría tierra rodeada de hojas secas Mara permanece con la mirada ida en las oscuras y quietas aguas del estanque rodeada por el silencio del anochecer.
En el silencio su mente reproduce una y otra vez las horas del peor día de toda su vida.
Aquella madruga harta de dar vueltas en la cama y muerta de preocupación al ver que Diego no llegaba, decidió tragarse su orgullo tras la pelea de aquella mañana y llamarlo para saber donde estaba. Lo que no podía imaginarse es que al otro lado de la línea le esperaban las palabras de un policía que con poca delicadeza le comunicó que su futuro marido había tenido un fatal accidente.
En aquel instante decidió huir para poder pensar si todo lo ocurrido era una realidad o tal vez una broma macabra del destino.
No sabía cuantas horas llevaba allí, ni le importaba, no sabía si la estarían buscando ni le importaba… ya nada importaba.
Sus recuerdos, flotaban como una película en las aguas tranquilas de aquel lago. El primer beso a orillas de aquel, sus primeras caricias e incluso sus promesas e ilusiones de una vida juntos la habían hundido aún más en aquel pozo de desesperación y soledad
Ya nada de aquello era real.
Lo único que era real es que estaba sola y embarazada.
Maldiciendo la crueldad del destino rompió en un histérico llanto de desesperación. Había decidido que no sería madre sin él, y su mano se posó temblorosa en su barriga entonando un perdóname una y otra vez.
La brisa suave secó sus lágrimas y a su vez arrastro un papel que se abrió al posarse en su regazo.
Aquella frase que de su puño y letra Diego le había repetido una y otra vez se abría ante sus ojos como panacea a su dolor.
-Siempre contigo… siempre en ti- le susurro al viento Mara al sentir que Diego estaría siempre a su lado y al de su pequeño.
Es un relato precioso me ha encatado
Me gusta. Las mismas palabras en diferentes personas con distintos significados.
Muy bonito …emotivo …me ha emocionado…felicidades
wow! me encanto!
Me ha gustado mucho