DE LA DESOLACIÓN Y OTROS ABANDONOS
De la blanda desolación que se recrea
con la negrura insondable del cosmos,
surgen estos versos yermos de propósitos.
Gasto el tiempo que me falta
queriendo descifrar la consecuencia última,
la última ecuación del álgebra
que baten las mariposas.
El tiempo desmedido lo invertí
en pronósticos que ahora se cumplen:
las polillas nocturnas (de entonces)
formularon sus ondas sobre la ingenuidad,
que ahora sucumben, exhaustas,
al filo de la otra orilla (desolación),
donde sangran las imágenes en los espejos
y alguien se obstina en arracimar
las cenizas del naufragio.
¿Puede escribirse un libro
sobre cómo mueren los peces con cara de asno,
enunciando la enésima incongruencia
y ser galardonado por tanta autocompasión?
Los que naufragan en la incontestable desolación,
jamás regresan para contarlo.
Han muerto las pisadas
en el acero bruñido
que recorre el tiempo.
En el lento rotar de las agujas
el cielo se oscureció,
quedando desierto de milagros y de arcilla,
embaucando a la luz
por la derecha del mundo.
Queda un refulgente filamento
en el faro de las desoladas islas,
absortas con los albatros mensajeros
que migran hacia el Sol,
como ángeles que añoran su destino.
Aborrezco el ingenio de tu prosa,
la pompa de tus tintas
(tu pregonada desolación).
Me confunden los miedos
que no me pertenecen.
Me angustia la noche
de los que otorgan galardones a los desvaríos.
(Admiradores de la desolación).
En esta esfera de agua y luz,
donde los solsticios perviven
con el beneplácito de las estrellas
y el sacrificio de los seres invisibles,
regalar el néctar a los manipuladores del verso,
es como trocar en arena
el agua de los pozos
que anhelan los iluminados del desierto.
Poeta con amistades de oficio:
ediles o secretarios
que despliegan para él
la alfombra de sus editoriales.
Depredador nihilista de su pasado,
ritualiza el ardid de la palabra
erguido como una cobra ante su presa,
complacido con el temor acre que destila.
Poeta de su tiempo;
de tempo sin compás;
nocturno;
hurgador de lo tenebroso;
amante
de
los
senderos
sinuosos
que
descienden
al
submundo
de
los
pálidos
significados.
Ahora pueden emularos en el verso
porque conocen el origen de vuestra desolación.
Los augures que hoy recuperan la consciencia
(jinetes ataviados de equinoccios)
por fin desclasifican el olvido.
El llanto infantil de la noche,
descolgándose de entre las rendijas
de la humilde tablazón,
no era más que un burdo ardid
para alterar la inflexible voluntad del futuro.
Sucumbieron, aunque con los ojos enfocando
hacia distintos horizontes:
Unos, hacia el corazón mismo de la desolación.
Los otros, abandonados al riguroso capricho
de la Rosa de los Vientos.
Somos la carne que circunda el mundo.
Carne que no vuelve ni resucita
porque el futuro se complace en la diversidad.
Ratón, mosca, cóndor;
planeta, asteroide o cometa.
¿Quién puede garantizar
la perpetuidad del silencio?
¿Qué mueve a los legisladores
tener que argumentar sus ausencias
los fines de semana?
Creyeron que la esperanza
era un mosaico multicolor.
Pero sus miserias
tiñen las teselas con el color del plomo,
en porfía con los sueños
carentes de rumbo,
como espadas forjadas
sobre yunque de gomaespuma.
El mismo abandono que
al que se someten
los mártires del consumo.
La misma desesperación
que la de la bestia olvidada al pesebre;
que la del ciego recién llegado a la oscuridad.
Lugubrertad.
Tertulias de vanidades
entre paredes con tumores de humedad,
hostiles a la hiedra y al jazmín.
Estancia de aire enmohecido;
vientre de guitarra sin resonancia.
Tertulias.
Cirujanos de cortejos y romances,
ausentes en el alma de los versos.
Qué serán sus almas.
A dónde irán todas
las consecuencias de sus vidas.
A dónde las risas,
las iras,
los desengaños,
el porvenir tantas veces modelado,
la esperanza incumplida.
A dónde migrarán
estos otros albatros de la noche,
sin unos ojos húmedos
que certifiquen el atributo no gastado;
la malograda existencia;
la extrema delgadez de sus voluntades.
Se complace el Universo
con el gen que nos diferencia,
al tiempo que la sangre,
violenta y suburbana,
contrasta con la belleza pacífica
de los parques infantiles.
Se abandonan los odios
a la oscuridad de la venganza
en el nombre de un dios
que jamás conocerán,
porque el único dios posible,
que portan consigo,
es inmolado en el estéril sacrifico.
¡Espabila,
que estamos en Málaga!,
se dice al llegar a Bobadilla.
Que es como la frontera
entre lo ancho y lo húmedo
cuando se regresa del foro.
Suena la consigna
como un despertador
que nos devuelve
a la perturbación onírica de las mareas.
Quedan los recuerdos en suspenso
para ser vividos más adelante,
tal vez,
en un pasado remoto que espera,
paciente,
la última ensoñación de la mariposa.
Fueron labradores
a cambio de paja,
pastores de lo ajeno.
Contadores
de historias imposibles.
Trinidad y Domingo.
Fueron pastores de sueños.
Seres, cuya desolación,
fue como recodos de mansos arroyos,
siempre ocultos,
donde arraiga la inaudita floresta.
Penando, recordando,
maldiciendo, especulando,
buscando, solicitando,
esperando,
reclamando,
esperando, esperando,
recibiendo y malgastando,
maldiciendo y solicitando,
esperando.
Seguir esperando el destino delirado,
exento de lóbregos e intratables gerundios.
Entre dunas de despojos,
de vegetal corrompido y de lodo,
deambulan ennegrecidos, errantes,
abandonados a una suerte
de consumo vacío de atributos.
Con su sorbito de infancia ya dilapidado.
Con la inocencia sin estrenar en la retina.
Con la suerte ya echada,
disipada por las aceras,
los meninos perseveran
en la antesala del olvido
y de la cirugía infame.
Tras los santos encierros,
el suelo regenera su epidermis entre palmeras
y perros callejeros cansados de agua,
ajenos a la herrumbre y a las histerias.
Perfiles de plata vieja
sucumben al olvido tras las pisadas,
y los ecos de las culpas encadenadas
transitan por el asfalto como almas en pena,
como brumas inquietas,
desoladas y perdidas,
buscando a sus dueños.
No siempre es una Diosa
quien reparte la suerte,
ni descienden haces de luz
otorgando privilegios.
Como boletos de tómbola sin abrir.
Como arena blanca que oculta la brea
o el serrín que disimula
los desechos de taberna,
la suerte se expande por doquier.
Juego del escondite
en el que todos buscan
y algunos recuentan.
A veces,
los seres de aire a los que invocamos,
son los mismos que en la cocina
nos golpean con malicia en el codo.