EL RETRATO INVERTIDO
De repente, Aura Helena comienza a pelear desgraciadamente con su esposo. Desde el momento indecible; ella va expulsando su prepotencia contra el hombre. Sin tener ninguna piedad, lo ofende, lo irrita en lo impúdico. Así, los cónyuges discuten a solas en medio del salón clasicista, lugar cual aún permanece encerrado relativamente hace algunos tiempos dislocados. Ellos igual; recién desenamorados en la nostalgia, se reflejan rabiosos junto al espejo cóncavo; que hay ubicado a un costado del recinto, bastante bañado de luz solar. Sus cuerpos flacos ahora forcejean bajo sus lágrimas decadentes. El dolor interno en cada uno de ellos; pronto va haciéndose manifiesto con berridos grotescos, salidos desde sus bocas retorcidas. De corrido, ambos conciben una desfijada realidad. El ambiente se pone tenso a la vez que intolerable. La mujer, acaba de desvestir unas muecas horrorosas mientras tanto para instigar a su marido de cara misteriosa. Ella, lo repudia con maléfica energía entre su presente. Así que las injurias, juntos las lanzan hacia ellos y contra ellos. En furia, designan mostrarse con repugnancia. Demás, no parece haber ninguna reversa de acciones pacifistas. Los teatros suyos como seres disfrazados; cuando al ayer se soportaban con hipocresía, para estos instantes desaparecen con voracidad, debido a las punzantes recordaciones suyas, más malas que indulgentes.
Aura es por cierto, la pintora más reconocida del movimiento sinfinista. Sumida en un
destino fugaz, ella buscó consagrar una obra limpiamente intelectual. La hizo
de exclusiva, estudiando las bellas artes. Aparte este ideal, Aura lo creó una
vez quiso engrandecer el uso de los sentidos con la razón, tratando de
trasmutar los enigmas metafísicos. Entre las otras verdades; ella vivenció
cualquier variedad de experiencias en la juventud, encausadas de pasión hacia
la idealización del dibujo extraordinario. Como mujer poderosa, bien alcanzó la
trascendencia sobre lo artístico. Y por supuesto el hombre con quien ella se
casó, bajo un mar de dudas, resultó ser un actor hermoso mozo. Una persona rara,
quien aún trabaja a costa de contratos ofensivos, dramatizando telenovelas
baratas para los canales privados de Estados Unidos.
De esta causa, prosigue el pesado instante, sin porvenir para estos dos
enemigos. Cada novio como endiablado, sólo golpea al otro individuo atractivo a
quien amó con sufrimiento durante el pasado. Los ambos seres irracionales sueltan
entonces su vacuidad de miseria, sin nada de cobardía. Desde la apenada
posición; cada actual enemigo encierra su mano y sin dudarlo ya suelta su puño
hiriente, lanzándolo contra el otro rival. Engendrados en sus perfidias de
venganza, precipitan la inexplicable locura. Abrazados y distintos, ellos aruñan
sucesivamente sus brazos con ruda brutalidad. Se cortan cada piel tersa, bajo
esta tarde calurosa de cielos ardientes. Más con más rabia, Aura vuelve a sacar
sin decoro las nefastas desgracias del horrendo desamor suyo, tras un repudiado
desespero de muerte. De una sola patada, ella de rasante lastima a su hombre en
los genitales. Y aquí la lucha parece menguar con fatalidad. Tras el
atrevimiento agónico, los maltratos físicos y ajenos parecen acabarse quedamente,
más se apagan con desarmonía. La mujer vocifera sin embargo, pide algo de
justicia y grita iracunda cualquier otro cúmulo de groserías de frente al
marido suyo, recién acorralado él sin salida, desgraciado por la supuesta
infidelidad, que cometió hace unas cuantas semanas. Según lo supuesto, fresco
él irónico estuvo frecuentando la mansión del hada para ir a revolcarse con la
modelo más atractiva de New York, Virginia. Desde luego, Helena, tal como una
esposa celosa, lo recrimina ferozmente, lo inquiere con claridad. Su rencor de
soberbia, que hacía varios días tenía reprimido adentro de su corazón, pronto
se lo esputa. Así en efecto; que por esa crueldad, que por ese irrespeto de
infidelidad, Aura no soporta más ese juego ridículo, ideado suciamente contra
ella y su lealtad, naturalmente le desviste sus agravios.
Aura Helena es además una rubia de frescura fémina, ella entregada a la
núbil plenitud de las nupcias. Siempre ha sostenido lo puritano en su mente. La
mujer lacrimosa, suspira entre unas bellezas con otras ilusiones, inspira unas
emociones extrañas. Es ella como una ninfa seductora a cualquier hombre
ilustre, porque de fondo al alma suya hay una jovencita tanto legendaria como
creativa, llena de famosos sueños.
Igual, adentro del lóbrego salón hay colgado un cuadro, ubicado a un
lado de Helena, la Helena de ojos azules bucólicos. El retrato irreal es una
doncella mística; quien lleva varios años de antigüedad, pintada al arte eterno
del mundo. La cara del dibujo parece estar cuidadosamente reflejada desde una
perfecta elaboración sutil, tanto expresionista como simbólica. Las
coloraciones del lienzo lucen a la vez cierto albor desconcertante. Y el
sombrío esposo de Aura, ahora está recostado contra la pared fría del salón aún
soleado. Su nombre es Edward y de repente él voltea a mirar la obra artística
de la damisela, opuesto así sin esperanza, la contempla durante algunos
segundos irresueltos.
Del seguido momento, queda quieta esta penumbrosa disputa. Edward, por
su parte piensa sobre la urdida obsesión mientras deja de insultar a su bonita esposa,
que tanto aduló antes hasta el desborde de llegar a la neurosis. En su estado;
sólo espera olvidar la tragedia de molestia, observando constante con despecho
a la doncella abstracta, fulgurante en aquel espacio sugestivo de la otra
imaginación. Decaído hoy, Edward no quiere padecer más su verdad, no ansía
sobrellevar más su propia desdicha porque hoy está arrepentido de haber
reventado a Helena. Eso sin la gracia de sus puños bestiales la hirió en los
pechos. Desde lo infeliz, él único y él absorto, ahora va dejándose apartar de
lo existencial, sólo admirando aquel otro rostro de jovencita virgen, que hay
entrevista sobre la mágica pintura, allá donde la señorita estuvo posando toda
serena, durante la época inquisidora.
El sagaz actor, entre tanto tras lo desquiciado aún no recupera el
ingenio psicológico por completo. Sin nada de miedo, la despelucada artista
renueva su cortante sordidez. Y esta discordancia indispone a Edward. Por el
hecho, ella a lo excéntrica no deja de expresar sus gestos de fealdad
caprichosa. Se hace Aura, se sabe es siempre una muchacha dolosa, cada vez
cuando emergen estos conflictos sexuales. Aparte, los declives afloran afuera
del matrimonio estúpidamente ya destruido. De seguida intuición, marido y mujer
vuelven es a mirarse desfigurados a las caras rasguñadas. Ellos van enfrentando
sus ojos intensamente acusadores, sin nada de decoro. Cada amante, intenta
recordar sucesivamente las falsedades que oscurecieron ese azaroso noviazgo.
Fueron sus bromas lastimeras, las encargadas de acabarlo en verdad. Quizá ellos
nunca debieron enamorarse, pero Aura no lo entiende y aún sostiene sus brutales
escarnios con absurda valentía.
En acosado desencanto; la tarde perdura con fulgor mientras los dos esposos
elucidan las historias suyas, que parecen estar confusamente entrelazadas.
Desde sus fugaces existencias y desde sus costumbres ajenas, las logran
asemejar, las eventualidades. Cuando al poco tiempo, por el misterioso destino;
ellos se vuelven a confundir entre los figurantes cuadros del salón ovalado. Todo
el presente se desteje obviamente desde un solo drama inesperado. Al mismo
tiempo, Helena alza sus gritos con mayor fuerza, encumbrando su bravura del
espíritu. Todo ello a causa de sus dobles tragedias, abiertas al desconsuelo. En
absoluto, la dama resentida anhela ser escuchada de una buena vez fatalista
para poder acabar con esta farsa de romance. Helena, trama destruir los añejos
idilios con Edward, cuales recomenzaron hace unos cuantos años infernales. Así
que ella, escupe ahora a la boca del marido recién mitigado. Lo ofende sin
mucha modestia humana, no retiene su insidia según la manera como lo sojuzga. Edward,
ha sido un hombre de arrogancia despótica y sin embargo, hoy se contiene. En
general el desespero es sospechado desde la profunda interioridad. Tras el
tanto desquicio, Aura ansía incitarlo a que escoja el abismo del suicidio
desvergonzado. Para esta presencia degradante; lo quiere hacer sufrir hasta que
llore, hasta que se quede humillado porque para esta mujer nada es más
importante, que esconder su orgullo de a poco rebajado. Certeramente, ella adivina
las burlas de la muchedumbre escandalosa. Debido a esta pena irrespetuosa; Aura
insiste en botarle saliva a chorros a Edward, le babea las mejillas, similar
ella lo hace sin mostrar ninguna evasiva, sin tener mucho arrepentimiento.
En estado indistinto, el esposo anda descaradamente desnudo. Va yendo y
va viniendo desde la esquina hasta al centro del recinto, sitio adornado con
esculturas de gorilas góticos y con máscaras de porcelana. En cuanto a Helena, pese
a la tensión traumática lleva puesto un largo vestido blanco, que tiene
ligeramente desajustado para la funesta ocasión. Ambos vanidosos están igual de
exhaustos. Pero Aura Helena no renuncia. Así entonces de una vez, resurge un
estruendo fugaz en la ventana traslúcida del salón estático. Y por supuesto;
doña Carlota, la señora quien vive en la casona opuesta, asustada se levanta de
la mecedora de mimbre, donde hacía unos escasos segundos lo pasaba haciendo la
siesta del almuerzo. La viejita estaba durmiendo levemente. Ante la imprevista
novedad, obvia ella pasa a ver qué sucede allá afuera. Delata una mueca de
pereza. Doña Carlota, aún está como somnolienta. Por tal motivo, la cucha de gafas
negras agudiza sus sentidos asombrosamente a estímulo del repentino ruido,
recién escuchado por ella. Eso sonó un quejido estruendoso, fue todo soterradamente
perturbador para la misma señora, debido a la regular pasividad que antes había
represada en ese barrio de imperfecciones. Así sin normalidad; la vieja tanto
gruñona como chismosa, va dando sus pasos cuidadosos hasta ir acercándose
despaciosa al balcón del hogar suyo. Más de ocasión, dispone sus acciones de
rutina; asoma la cabeza sigilosa hacia el exterior para calmar las ganas de
intriga, que hoy tanto la acosan. La anciana aquí rápido, acoda solitaria sus
brazos junto al barandal de hierro, muy tranquilamente. Desde allí, trata de
ojear cualquier disputa venenosa, que esté dándose entre los vecinos adyacentes.
Cuando con un degradante descaro, se asusta. Más tristemente más temerosamente,
la señora Carlota acaba de avistar al galán esposo de su mejor amiga; colgando
del ventanal espejado del domicilio aledaño. Y ahora el hombre bañado en sangre
y ahora Edward, resbalándose desde el tercer piso, va cayendo al vacío sin
Helena, hasta verse reventado contra el andén de la calle.
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS
CUENTISTA DE COLOMBIA