El hospital de las ánimas:

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El hospital de las ánimas:

Mi cuerpo tiembla, me siento aterrada, mis respiraciones son agitadas, hiperventilo. Y las gotas de sudor se resbalan alrededor de mi frente, agrupándose por montones logrando humedecer mi camisa. No consigo establecerme una idea clara de lo que esta sucediendo, visto mi bata blanca. Es mi turno en este lúgubre hospital, mi reloj marca las dos de la madrugada. Soy una cobarde, no lo puedo negar.

 

En emergencias vislumbro las luces parpadear, no habita ningún otro ser que pueda acompañarme. Las camillas están vacías, los pasillos rechinan conforme me acerco al escritorio. Mi compañía es solo aquella sombra fiel que nunca me abandona, con deficiencia consigo calmar mi temor y culminar mis pasos hasta llegar. Me siento tambaleante en la silla, pacientemente a la espera de otro ser humano. Miro fijamente a través de la ventana el amanecer que se revela ante mis pupilas sumamente dilatadas, la oscuridad inunda las calles. Solo se logran divisar pequeñas luces que me encandilan.

 

Mi sentido auditivo detecta rápidamente la presencia e pasos provenientes de mi espalda. Me siento de manera firme, esperando para atender a mi primer paciente de la noche y no sentirme solitaria. No escucho voces, solo silencio, los pasos no son comunes. Los pies son arrastrados, escucho sollozos de una mujer y seguidamente una voz quejumbrosa ¡Doctora! Me giro de inmediato y me levanto, paralizada del terror agrando mis ojos y parpadeo sin detenerme.

 

Debí quedarme profundamente dormida en mi escritorio, he de estar teniendo una pesadilla. Desesperada presiono ambas manos sobre mi rostro, de nuevo el sollozante llamado escuchándose más que antes. Baje mis manos y aún seguía allí, esperando mi respuesta a su llamado. Una figura fantasmal se encontraba flotando delante de mí, su luz era muy brillante y me cegaba. Las luces parpadeaban luchando por no apagarse, pero ella alumbraba todo el lugar.

 

Su cabello azabache figuraba hasta sus caderas liso cayendo sin ninguna hebra suelta, vestía solo una bata de hospital con leves manchas de sangre. Me mantuvo la mirada en todo momento, fría, nostálgica, confundida. Ella no tenía idea de que aún seguía en la dimensión terrenal, en el final de su bata no se alcanzaba a ver sus pies. Había un vacío, incluso podía ver el otro lado del pasillo a través de ella.

 

Sus destellos se reflejaban tan blancos como la viene, sus ojos azules me indicaban tristeza, era una mezcla. Muchas emociones, miraba hacia todos lados buscando.
¡Doctora! Exclamo haciéndome saltar de temor, su llamado fue grave, lloroso, desesperado. ¡Mi bebe! ¡Necesito a mi bebe! Inmediatamente se desplazó hacia mí, un escalofríos recorrió cada célula que habita en mi cuerpo, un frío me paralizó el cuerpo por completo y me quede en blanco, no fui capaz de ser yo misma o reaccionar por 20 segundos.

 

Una secuencia de fotografías como una especie de películas transcurrió dentro de mi cabeza. Un quirófano, muchas luces, enfermeras corriendo de un lado al otro, como rayo veloz escuche el llanto de un bebe seguido de un Bip. Sabía que significaba que no había signos vitales, cuando pude regresar de vuelta al mundo real mi corazón se rompió en mil pedazos. Una desolación invadió mi cuerpo y las lágrimas comenzaron a correr libremente por mi rostro.

 

Esta mujer, esta fantasmagórica mujer había muerto dando a luz a su primer hijo. Que dolor tan desgarrador siento en mi pecho, se oprime y me cuesta trabajo respirar. Ella con su mano me indica que la siga, dude al principio. Llorando muerta de miedo, decidí seguirla. Camine lentamente detrás de su transparente figura, conté los pasos. 60 aproximadamente, estábamos al otro lado de la emergencia donde estaban las demás camillas. Se detuvo frente a una de ellas, observándome como si pudiera leer lo que pienso. Me miro con esa tristeza desgarradora, ¡Necesitamos ayuda! Me sentí observada, mi cuerpo podía percibir como estaba siendo detallado.

 

Mire a mi alrededor anonadada, la mujer de hebras largas no era el único ente dentro del hospital, había cientos de ellos rodeándome, era el centro de atención. Me sentía en una feria de carne frente a los compradores, miradas tristes, enojadas, desesperadas, confundidas, cientos de ellas apuñalándome el corazón, el razonamiento y la ciencia de mi carrera. ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! Proclamaban todas las ánimas al mismo tiempo, sus sollozantes voces incrustándose en lo más profundo de mis oídos, opacando mis pensamientos, esto es un delirio.

 

El ruido me vuelve loca, cubro mis oídos en un intento por acallar las voces pero se me es imposible callarlos. Es una multitud gritando al mismo tiempo, mi razonamiento se dio cuenta entonces que cada noche de turno en el hospital nunca más estaría sola. Que todas aquellas ánimas atrapadas en el mundo terrenal, aquellas que han muerto dentro del hospital siempre estarían al lado de mí, acompañándome durante las noches más frías y solitarias.

 

Siempre las vería, aun cuando otros no fueran capaz de verlas. Esta noche mis mayores creencias habían sido desafiadas, mis firmes ideas sobre lo sobrenatural, eso que consideraba inexistente ahora se había vuelto real, creyente. Eso estaba frente a mí, mi ciencia había sido pisoteada por el suelo. Y así fue como noche tras noche en cada turno de trabajo veía todas las ánimas a mí alrededor, caminando con mis pacientes, acompañando a las enfermeras, paseándose por los pasillos, por el quirófano. Ellos siempre reclamarían mi atención, me sollozarían, causarían ruidos, moverían las cosas, pero jamás nunca me creería.
Estaba eternamente condenada a vivir en ese hospital viendo a los fantasmas pasar, unos buenos otros malos, viviría con miedo, con llanto, pero esa era mi condena.




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