Recuerdo en el olvido.
Hoy iba caminando por la calle, como siempre, a un ritmo lento para poder disfrutar de la vida; para no perderme ningún detalle del día… Pero mi cabeza estaba en otra parte. Estaba en ti, estaba en mí. Estaba en el nosotros de hace años.
Durante un minuto me he sentido como me sentía entonces: segura. He recordado las cosas que ya tenía olvidadas. Como por ejemplo, nuestros besos a escondidas del amor. Nuestro miedo a enamorarnos, nuestros brazos, cálidos, alrededor de nuestro cuerpo. Hoy, he pensado en ti como hacía tiempo que no lo hacía.
No sabía lo mucho que te quería. Hasta hoy.
Realmente, puedo afirmar que estaba enamorada de ti. Enamorada de la vida que me dabas. Era irónico, porque tú eras mi tempestad. ¿Recuerdas? yo era la calma, pero cuando tú estabas cerca… me transformaba. Me atreví a jugar al escondite con mi corazón. Pero se te olvidó ir a buscarlo, y ahora está perdido. Aunque prefiero teorizar sobre esa cuestión. He decidido pensar que lo encontraste, y te lo quedaste. Porque querías ser su dueño, y sabías perfectamente que yo no te lo entregaría tan fácilmente.
Quizá me obligaste a amarte. Quizá con esos ojos, marrones, como el café. Con esa sonrisa, blanca, mucho más que la nieve que cayó ayer sobre nuestro pelo cuando nos despedimos, una vez más.
Me miraste, me quisiste abrazar, y yo me aparté. No quería quererte más de lo que ya lo hacía. Pero te acercaste de nuevo, y no pude evitar la tentación. Así que, con ese olor tan tierno, te acercaste a mí, y me abrazaste. Me abrazaste tan fuerte que no me hubiera importado quedarme así para siempre. Tenía la sensación de que ningún trozo de mí podría romperse si tú me sujetabas. No sé, siempre he tenido la sensación de que soy indestructible cuando estoy a tu lado. Pero bueno, las sensaciones se alejan mucho de la realidad, ¿verdad?
En el camino que estaba recorriendo, también he recordado como fue nuestro primer beso. A escondidas, como no. Entramos en mi portal, y con decisión, me agarraste el brazo, y me llevaste hacia ti. Y me besaste, me besaste como nunca antes me habían besado. Me besaste con pasión, Me besaste con pudor. Me besaste a traición, porque en ese momento, empecé a entregarte mi vida. Poco a poco, despacio, como el ritmo que llevaba esta mañana.
Que irónico es esto de recordarte, cuando estoy tratando de olvidarte. Que irónico es querer besarte, cuando trato de alejarte.
Hace mucho tiempo, escribí un libro que hablaba sobre ti, que hablaba sobre nuestro amor. Con cada letra, quería eternizar mis sentimientos hacia ti. Quería que supieras que, aunque me fuera de tu vida, siempre estaría ahí. Al acecho, esperando una señal del destino que me indicara que podía volver a por ti. Que podía volver a buscar mi corazón.
Una vez me dijiste, que el día que yo muriera, tú cumplirías mis sueños. Lo que no sabías era que mi único sueño, era poder compartir todas mis ilusiones a tu lado. Así que, para ti, sería fácil hacerlo realidad. Al fin y al cabo, una parte de mí, siempre estará contigo. En cambio, si tú murieras, en mí quedaría un gran vacío. Y sé que, algún día, tendré que sentir ese dolor. Porque la muerte es lo único seguro que hay en la vida. Y te vayas antes, o te vayas después, yo, en algún momento, tendré que estar sin ti. Pero nadie muere del todo si no cae en el olvido. ¿No? Y hay pruebas de nuestro amor por todos los sitios, así que a nosotros dos, siempre nos recordarán al mismo tiempo. Por eso no me da miedo perderte. Porque siempre estaremos unidos, aunque estemos lejos. Porque siempre serás un recuerdo, en mitad del olvido. Porque siempre serás la base de todos mis escritos. Porque me estoy dejando la vida, tratando de recordarte. Hace solo unas horas desde la última vez que nos vimos, pero me estoy muriendo de ganas de volverte a ver. Quiero abrazarte, quiero despedirme. Quiero quererte, porque quiero seguir llenando mi mente de recuerdos a tu lado. Mi alma, de segundos junto a ti. ¿Te acuerdas lo que pasó ayer?
-¿Qué pasará con nosotros cuando te vayas a otra ciudad? –indagaste.
-Supongo que haré mi vida. Como tú, aquí. Pero siempre habrá algo que me una a ti.
-¿El qué?
-Tus besos.
-¿Pero qué pasará cuando ya no los tengas?
-Los tengo grabados para siempre.
Y te quedaste sin respiración. Quizá te diste cuenta de que tú también los tenías. De que todo lo que habíamos vivido nadie iba a poder arrebatárnoslo. Quizá quisiste venir a besarme. Pero quizá, y solo quizá, yo no te dejé. Quizá me asusté. Quizá no sabía qué hacer. Quizá me daba miedo enamorarme todavía más de ti. ¿Sabes? ahora, estoy mirando por la ventana y estoy mirando a una farola. Aquella farola que fue testigo de nuestras declaraciones amorosas.
-Te quiero –me gritaste en mitad de una discusión-. Te quiero y no estoy listo para perderte.
No supe que responderte. Así que me giré. Esperando que las palabras me salieran solas.
-Yo también te quiero…
Entonces, me giré, y vi que venías corriendo a abrazarme. Salté cual tigresa en medio de la selva. Salté a por ti, como si fueses mi presa. Salté. Salté y me arriesgué a quererte. Y la farola, apagada hasta entonces, se encendió. De hecho, mantiene su luz desde entonces. Ahora, está parpadeando. ¿Es eso un aviso? ¿Significa que si no te recuerdo lo mucho que te quiero, se fundirá? ¿Y si se funde, nuestro amor lo hará también? Un sabio dijo que la confianza, una vez que se pierde, no vuelve. Igual que si arrugas un papel, e intentas alisarlo, no queda igual que al principio. Igual que si rompes un vaso, e intentas pegar sus piezas, nunca queda de la misma manera. Pero, ¿eso es malo? ¿es malo que las cosas cambien? Yo creo que no. Ahora, sé que no. Porque aunque ya no sea lo mismo que al principio. Es diferente. Y lo diferente, muchas veces, es mejor. Yo quiero ser diferente contigo. Quiero que seamos diferentes al resto de la gente. Y que, aunque las cosas cambien, sigamos siendo nuestros. Quiero demostrarte que te quiero, y que siempre te querré. Que no me importa si tú rehaces tu vida, o si yo rehago la mía. No me importa, pues yo siempre te amaré. Mi corazón siempre será tuyo. Quiero que tú también me demuestres algo. Quiero que me quieras, porque solo yo he sabido quererte de verdad. Cuando te conocí, casi nadie te aceptaba. Supongo que te verían diferente, y por eso yo te quise. No me gusta que las personas seamos copias de la sociedad. Te defendí a muerte, aunque eso tú no lo sabes. Te cuidé a escondidas, para que nunca lo supieras. Te quise, en silencio, mientras tú fuiste enamorándote de mí. Recuerdo el día que me dijiste que me querías, por primera vez. Y así, de la nada, un día cualquiera se convirtió en el mejor de mi vida. Gracias por ser ese recuerdo que se mantiene alejado del olvido.