A bailar donde suceda
Recuerdo que ese fue el quinto intento, sin embargo no consigo acordarme de nada en concreto de los otros cuatro, por más que lo he intentado en más de una oportunidad. Bien, si debo sincerarme, no es que realmente lo haya intentado mucho, solo lo justo y necesario, por así decirlo. Por sencilla y pura curiosidad que se apodera de mi de vez en cuando.
Ya de por sí, ese tonto entretenimiento que obsesiona a tantas personas (llegando algunos a referirse a éste como un “estilo de vida”) nunca ha llamado mi atención. Tal vez es por eso que solo he conservado imágenes borrosas de esos primero cuatro lugares que visitamos, de esos cuatro intentos fallidos.
Después de todo, me uní al grupo esa noche porque… Creía que sabría que escribir, pero me equivoqué. No puedo decir con seguridad cual fue la dichosa razón que me motivó a aceptar su invitación (y menos qué los llevó a invitarme justo a mi, inclusión quizás), no recuerdo los nombres de ninguna de esas personas. Nunca los supe, en retrospectiva. Puede que haya sentido una especie de presión social, o una urgencia de hacer amistades, o algún deseo de cambiar mi forma de ser, aunque fuera un poco. Quien sabe.
Pienso, sin embargo, que una buena parte de mi quería estar ahí cuando todo eso sucediera. Al resto le emocionaba tanto el evento en si, como la idea de bailar en el sitio donde todo pasaría. A mí, como ya les aclaré, nunca me interesó la idea de salir a bailar, sólo me importaba un poco el evento. Por semanas todo el mundo habló de eso. En las redes sociales solamente hablaban de como deseaban que la fecha llegara; en las noticias se informaba sobre tal inminencia; cada vez que yo, por casualidad, escuchaba a dos personas conversando, ese era el tema de discusión; no podían esperar más. Todos querían celebrar y bailar esa noche, donde todo pasaría.
Creo que yo era la única persona que no podía sentir esa proximidad. Al hablar de lo ansiosos que estaban porque esa gran noche llegara, decían también que sentían muy dentro suyo que indudablemente no pasaría de aquella noche, que el suceso al fin ocurriría.
Por eso no podía entender ni el hecho de que yo no sintiera nada, ni el que las personas con las que estaba siguieran con tanta paciencia y entusiasmo, luego de cuatro fracasos. Íbamos por el quinto intento pero, por la expresión de sus rostros, cualquiera hubiera dicho que era el primero.
—Cambiá la cara, seguro que es en la próxima —dijo alguien del grupo, probablemente a mi. No supe quien fue, pues estaba mirando hacia el piso mientras caminábamos.
Al inicio de la salida me dispuse a sentir entusiasmo, para así no desentonar con el resto. Sin mencionar que no quería que descubrieran que yo no podía sentir la proximidad del acontecimiento. Pero, para esas alturas, ya estaba perdiendo interés en todo eso, a diferencia de mis acompañantes.
Me acuerdo que, en ese momento, empecé a preguntarme si realmente ellos sentían lo que afirmaban sentir, si realmente alguna de todas las personas de toda esa maldita ciudad sentía algo de eso, e inclusive en el momento de ecribir las presentes lineas no dejo de planteármelo.
No me sorprendería para nada que alguno hubiera dicho que podía sentirlo (fuera para engañar ingenuos, por el deseo de sentirlo, o por lo que fuera), que alguien más lo hubiera escuchado para posteriormente exclamar: “Yo también”, lo que habría sido oído por otra persona, que luego dijo lo mismo, propagándose por todos lados como si de una epidemia se tratase.
La noche llegó y ninguno de los lugares a los que fuimos era el correcto.
—¡Ya casi llegamos, falta poco! —una voz distinta a la que se había dirigido a mi momentos antes cortó mis meditaciones. La exclamación recibió por respuesta una señal de asentimiento por parte del grupo incluyéndome, pues me apresuré a hacerlo, aunque seguía igual de insensible. Lo único que podía sentir era el presentimiento de que esa salida iba a terminar siendo una perdida de tiempo.
Perdimos varias horas yendo de acá para allá, y en esos momentos faltaba poco para el amanecer. Según lo que todos dijeron el evento sería esa noche, por lo que si amanecía antes de que ocurriera, significaría que nada iba a pasar.
Fue cuando lo vimos.
Llamémosle el nuevo “punto de reunión”. Ya había una gran cantidad de gente reunida, conversando, esperando el momento de comenzar a bailar. Algunos llegaron caminando como nosotros, otros en algún transporte público, y otros en sus propios vehículos. Muchos de estos últimos llevaron equipos de sonido, ansiosos por encenderlos. Supongo que se habrían puesto todos de acuerdo en poner la misma música. No lo sé y nunca lo sabré.
Cuando llegamos al amplio lugar tan concurrido, vi como varios de ellos ya habían bajado el equipo de sus autos, y otros estaban haciendo justo en ese momento.
Ese sitio fue mucho más memorable que los anteriores, los cuales han desaparecido casi por completo de mi memoria. Era una enorme plaza que nunca había visitado hasta hoy. La considerable cantidad de arboles que presencié en ese lugar fue agradable para mi vista, a diferencia de la mayoría de las cosas de esta ciudad. Ni siquiera presté atención a las edificaciones que la rodeaban, no me acuerdo en que consistían… Creo que había una iglesia pero no estoy seguro, de todas maneras eso no es lo importante, sino la misma plaza porque creo que fue ésta la que me hizo tener una mínima esperanza de que no tendríamos que cambiar de lugar otra vez. Me gusta caminar, pero me encontraba realmente aburrido y me negaba a aceptar que toda la noche, las largas caminatas, y el unirme a este particular grupo, fuera para nada.
Fue un alivio el contemplar a tantas personas preparándose para ese tan anhelado baile, y a tantas otras encendiendo sus equipos de música.
Volví con mi grupo cuando algunos ya estaban bailando. Nunca se me ha dado eso de bailar, pero sabía que solo debía imitar lo que viera lo mejor que me fuera posible. Bastante sencillo. La amarga sensación llegó cuando me estaba preparando para hacer eso.
Pensé que en el quinto intento sería distinto, pero estaba pasando de nuevo: los equipos de música estaban siendo guardados otra vez y las caras largas se hicieron presentes. Tampoco ería en esa plaza.
Con la mirada mis compañeros me indicaron su frustración, así como el deseo y la esperanza de que la sexta fuera la de la suerte. No lo entendí y creo que no lo entenderé nunca. Ese instinto, que supuestamente tenían todos, ya se había equivocado cinco veces y, sin embargo, todos partían convencidos aún de que en el lugar siguiente podrían al fin comenzar con la algarabía, incluyendo mis acompañantes.
—¡Esperen, hagamos el baile acá, ya fue! —grité con la intención de que me oyeran, no sólo mi grupo, sino la mayor cantidad de gente posible. Los pocos que me escucharon voltearon a verme con expresiones despectivas en sus rostros, para luego seguir caminando sin haber formulado una respuesta— ¡Falta poco para que la noche termine, olvídense de todo eso! —nadie me oyó.
Todos se fueron, determinados a bailar donde suceda, ni más ni menos. No sé por cuanto tiempo me quedé parado en ese lugar, teniendo a mi soledad como única compañía.
—Hay más como vos —escuché una voz junto a mi.
Me gustaría extenderme mucho más pero no puedo, el vehículo que estamos usando mis nuevos acompañantes y yo ya está llegando a su destino, así que ya debo concluir la narración con esta ultimas palabras: por favor únanse a nosotros.
FIN
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