Antes de Volver a Bailar
De mis paseos nocturnos por la playa, siempre me quedo con las arenas. En los pies, en los bolsillos… en el suelo de casa. Como un recordatorio en el móvil que suena a la mañana siguiente, para que no te olvides que eres libre para volar, sin límites en el mapa. La playa siempre va a estar ahí cuando necesites volver a llenarte de arena.
Guardé las promesas que me hice en tarros de cristal con arena de colores, con la ubicación de cada noche sin dormir en su etiqueta y una pregunta que responder antes de volver a bailar con nadie. Ya me cansé de correr por salidas de emergencia hacia otro lado con las dudas a cuestas, de preguntas sin respuesta que dejó tu juego sucio. Ahora me dedico a ser turista en ciudades sin nombre, llevándome por la corriente del momento sin saber dónde puedo terminar.
En algún lugar ahí fuera de mi mente, atrapado en las garras de algún lobo feroz se encuentra tu alma conjurando entre maleficios tus planes para escapar. Con los colmillos gastados por tantas noches apretando los miedos, con un muñeco vudú apuntando directamente a la pista de baile.
Me siento atraído por el ritmo, con los pies apuntando en la dirección de tocar fondo, mientras me voy hundiendo en la perdición absoluta de la inconsciencia y la indecencia de los secretos más oscuros. Con las ganas de bailar moviéndose muy cerca, con la mirada tentadora de un festival de carne fresca haciéndose a fuego lento. Reventando el motor a golpe de chupitos que mojan el nudo en la garganta, como tantas otras veces, con todo lo que arrastramos desde que nos dejamos la piel en intentarlo.
Hoy las memorias de los bailes que guardamos se despintan con el mundo que intenté poner a tus manos, que sigue a la espera como tantas otras cosas en mi cola de reproducción de canciones que me impido escuchar. Por amor propio y aquellos bailes en nuestro refugio de oscuridad.