Ascenso
Primer Piso Una luz tenue se aproxima lentamente hasta dejarse colar por a rendija de una de las ventanas nunca antes abierta. El reflejo ante el oscuro y lúgubre lugar deja entrever dos cuerpos sudorosos que minutos antes se desvanecieron en un trueque ancestral de deseos mundanos que hoy rigen la vida de hombres y mujeres normales ante el resplandeciente sol y tórridas inmorales en la llegada oportuna de la oscura y displicente noche.
Todo se observa con la claridad pertinente, un cenicero atiborrado de colillas, tres botellas de vino tinto Carbernet Sauvignon de los Valles del Maipo, tres preservativos en el suelo de la habitación, dos aún con la savia del trabajo cumplido y uno destruido por los molares enardecidos de la desesperación nacida de los amores furtivos. Un olor gris y sepia incomoda lo existente, el caos persiste mientras en cada rincón del precario sitio se dejan percibir los colores penetrantes de la ropa interior.
Una mueca de descontento despierta a la plácida pareja que se integra con la misma rapidez con la que se desbordaron de placer… nada los detiene, prueban un sorbo del licor abandonado y encienden un cigarro mientras sus cabezas explotan con la música estrepitosa de Wisin y Yandel que argumentan en sus líricas irrisorias que algo debe quedar entre los dos, mientras exigen que los dejen brutos ante la necesidad de pedir calor.
Segundo piso
Si soy honesto me encantan sus gestos… dos jóvenes seudo liberarles se aproximan demasiado con la vibración que generan las cornetas de su reproductor de sonido. La nueva era musical sirve para ajustar lo que antes costaba meses enteros conseguir. La divinidad prohibida está allí, presente en cada sonrisa, en cada mirada, la pareja desea entregarse pero el temor implícito los detiene. Luego una suave caricia los desvanece en besos encontrados que no llegan a cumplir la misión. Luego un portazo, un padre con labios desordenados y la cólera invadiendo sus palabras golpea con certeza la cabeza de los jóvenes ávidos de ternura y novatos en la sodomía.
Tercer piso
Una mujer se disuelve entre las calles que se aprecian desde su balcón. No hay una lágrima donde debería existir un torrente caudaloso. Su tristeza, es ruin y constante. En el día no la deja vivir y las noches son holocaustos de suspiros que desintegran las estrellas. El recuerdo perdura en su cuerpo mientras aprisiona a su corazón la fotografía de su hijo, desaparecido y enterrado en una fosa común junto a la nada.
Sólo espera a la muerte con un cuchillo que penetra su corazón hasta hacerla sonreír. Un hilo de sangre recorre la casa y comienza a gotear lentamente hasta detenerse. En la víspera de su despedida ve al hijo, perdido y enterrado abriendo la puerta.
Cuarto piso Un grito despavorido lo despierta. Se levanta de su cama. Prueba un trozo de pizza olvidado la noche anterior y se sienta frente a su computadora. Comienza a escribir sobre los amantes furtivos del primer piso a quienes unió la noche anterior con marihuana y licor. Siente el morbo en los roces desconocidos de los jóvenes en el segundo piso a quienes alienta todos los días a través de sus correos sodomitas. Tiembla de pavor al ser partícipe de las cartas de desconsuelo que envió mintiendo a su amante del tercer piso. Se desconcierta un segundo, pero continúa escribiendo, es su pasión, es su tarea, es su destino buscar o hacer que existan las historias que pagan la cuenta.