¡Bendita maldición!
“No hay mejor obra que aquella cual, haciendo disfrutar, enseña” – recordó las palabras de su padre, y lanzó el libro contra la pared.
El príncipe Uriel acababa de ser nombrado rey, tras el reciente fallecimiento de su padre viudo. Era orgulloso y cabezota, no tenía amigos debido a su egocentrismo y lo que más había querido después de a el mismo, era a su padre.
Ahora, las demás familias de la nobleza le metían presión para que se comprometiera ; alguna de sus hijas sería la afortunada esposa del rey. Pero ninguna mujer, tras pasar medio minuto al lado de Uriel quería tenerlo cerca por el resto de su vida, contra mas lejos estuvieran de él, mejor.
Uriel tampoco tenía interés en casarse ya que lo único que deseaba de ellas era su cuerpo, y tenía su propio harén. ¿Para que iba a casarse? Por interés y poder.
Se encerró en su despacho una tarde entera hasta encontrar a la princesa idónea. Al final encontró a su elegida, la Reina Adelina. Ella gobernaba sin cónyugue en un país vecino. Si se casaban, el rey Uriel sería rey de un inmenso territorio.
-Hacédmela traer -ordenó a su guardia personal, esforzándose en controlar sus ansias.
La reina Adelina era hermosa e inteligente, amada por su pueblo y considerada justa y benévola. Se presentó ante él y con voz suave y tranquila y le advirtió :
-No me casaré con vos.
El joven rey, que no estaba acostumbrado a escuchar un no por respuesta, se enfadó y le exigió matrimonio. No entendía como ella, por muy reina que fuera, se atrevía a hablarle como si estuviese a su altura. Para él, las mujeres eran inferiores alos hombres.
-No le deseo mal alguno, pero gobierno bien sola y por el momento quiero seguir así, Por favor, ruego respete mi decisión.
El inexperimentado rey enloqueció y la amenazó, por lo que ella sonrió con tristeza y lo señaló:
-Te convertirás en lo que má odias. Ésta es tu maldición.
Uriel comenzó una retaíla de insultos y arañó el aire, cuando, de repente, enmudeció. Su voz no sonaba grave, y sus musculosos brazos eran finos y gráciles. Asustadísimo, corrió a mirarse al espejo que le mostraba la Reina y profirió un chillido.
-Si, justo así gritan las princesitas en apuros -dijo sarcásticamente la mujer.
-¿Qué me has hecho? -se miró horrorizado Uriel. El espejo le devolvió el reflejo de una mujer esbelta.
La Reina Adelina se acercó y le susurró al oído:
-Te he convertido en lo que más odias. Quiero que aprendas realmente lo que significa ser mujer y no lo que tu perturbada mente cree.
Llamaron a la puerta. Fuera, el guardia estaba preocupado. La Reina le indicó que entrara.
-Nuestro querido rey Uriel e encuentra indispuesto -le comentó la Reina- y ésta chica de su harén debe estar celosa y ha venido a gritarme.
El guardia, abochornado, se llevó a la fuerza a Uriel.
-¡Maldita sea, yo soy el rey! ¡Juro que te mataré!
Uriel echaba de menos su fuerza física. No pudo hacer frente al guardia, que lo acabó llevando al harén real.
Las mujeres se acercaron para ver si estaba herido. El rey las conocía a todas, ellas le tenían miedo por su comportamiento agresivo, pero al haber cambiado su cuerpo, no lo reconocieron.
Al principio, él pensó en contarles lo que les había pasado y exigirles que le devolvieran su poder, pero luego reflexionó. Probablemente si conseguía que ellas le creyeran, ahora que no había guardias que la protegieran, posiblemente se vengarían de él matándolo. Empezó a darse cuenta de lo mal que había tratado a aquellas mujeres y sintió una experiencia nueva para él; arrepentimiento.
-¿Eres nueva en esto? -le preguntó una chica. Uriel recordó que se llamaba Lis- Al principio es muy difícl, yo me pasé los primeros meses sola, pensando que enloquecería. Como no tenía a dónde ir, y aquí al menos nos tenemos las unas a las otras, y nos alimentan y cuidan, me resigné y preferí tener esta vida a una en la calle.
Lis rió y le guiñó un ojo.
Uriel admiró el musical tono de su risa y la bondad de su corazón. Agradecía que alguien se preocupara por él y lo tranquilizara. Olvidando el orgullo en el que se escudaba, la abrazó y lloró todos aquellos años que no lo había hecho. Lis le acarició la cabellera.
-Te contaré un secreto si dejas de llorar -le prometió su esclava. Uriel se aspiró los mocos se limpió las lágrimas con las manos- El resto de nosotras opina que el rey se merece la peor de las maldiciones, pero yo opino que es buena persona y que le falta amor en su vida.
Uriel estaba atónito. Sabía que las mujeres le odiaban, pero el hecho de que tan sólo una de ellas pensara que era bueno lo reconfortó.
-Lis, me encanta hablar contigo, pero son muchas emociones por hoy. Necesito estar un rato ólo….digo sola…. -se dió cuenta a tiempo de su metedura de pata- lo entiendes verdad?
-Claro, -sonrió ella e hizo amago de irse- Por cierto, ¿Cómo sabías mi nombre?
-Mmm… – Uriel se ruborizó- El lirio es mi flor favoorita y de donde vengo la llamamos Lis. ¿Enserio ése es tu nombre?
Ella lo escuadriñó, confusa. Uriel pensó que lo descubriría.
-Nos vemos luego – se despidió Lis.
En su estancia, el rey inspeccionó en la intimidad su nuevo cuerpo femenino y se dio cuenta de que no daba la excitación que habría imaginado. Empezó a descubrir algo increíble para él: respeto hacia la mujer.
Los días fueron pasando e iba aprendiendo cosas que nadie le había enseñado antes. Lis le explicó como se cuidaban las mujeres para verse más sanas y bellas, y no lo hacían con la intención que Uriel pensaba.
Aquello de ser mujer pasó de ser desagradable a curioso, aunque echara de menos su anterior y varonil cuerpo.
Conforme pasaban los días, Uriel convivía con las mujeres de su propio harén y conversaba con ellas a diario, sobre todo con Liz. Empezó a sentir una atracción mayor hacia ella ahora que la conocía mejor. Él mismo estaba dubidativo con sus propios sentimientos. ¿Era amor lo que sentía hacía ella?
Cumplido un mes de su transformación en mujer, el rey llamó en voz en grito a Liz.
La muchacha lo miró sin comprender cuando Uriel le enseñó perocupado la mancha de sangre de su vestido.
-Te ha bajado la menstruación…
Uriel, que no tenía ni idea en general sobre mujeres, se sintió tonto por un momento y balbuceó sonrojado una excusa:
-¡Menos mal! Pensé que estaría embarazada.
Liz rió y le dio una amistosa collleja.
Uriel la miró fijamente a los ojos. Tenía remordimientos por no contarle quien era realmente, pero no podía hacerlo.
-No encuentran al rey Uriel, ¿lo habrán matado? -le preguntó Liz, aparentemente triste.
-Seguro que lo encuentran -le intentó animar Uriel- Se habrá perdido cazando.
Liz guardó silencio. Le explicó que habían rumores de que si no encontraban pronto al rey, lo reemplazarían por otro en las próximas semanas.
-¿Y qué pasará con nosotras? -le preguntó, abrumado.
-Si somos lo suficientemente bellas para el nuevo rey, seremos suyas -le dijo Liz- Y si no lo somos nos echará a la calle.
El rey Uriel, impotente, lloró sin saber que hacer. Quería proteger a ésas mujeres, en especial a Liz, pero no sabía cómo. Si al menos supiese cómo recuperar su anterior cuerpo…
Una sensación de soledad y arrepentimiento lo inundó, y se estuvo largas horas pensando qué podía hacer, tál y cómo había pasado al elegir la Reina Adelina como esposa.
¡Adelina!
Uriel tuvo la necesidad implacable de hablar con ella y perdile perdón. Todo lo que había comprendido le causaba malestar con su yo del pasado. Necesitaba que ella, la mujer que era considerada por la mayoría de los hombres como la más sabia, lo perdonase.
La conciencia lo estaba royenfo por dentro. Sin embargo, también sentía esperanza; ella podría ayudarlo.
Al considerarlo las demás personas como una prostituta del rey y no como el que era en realidad, tuvo que ingeniárselas con sus nuevas dotes de mujer para seducir a varios guardias y ganarse el favor de una conferencia con la Reina, a pesar de que le engañaron varias veces. Eso le produjo un odio hacia los demás, incluso a sí mismo como hombre, al entender que la mayoría de los varones no tenían “honor”. Mujeres, guerra y alcohol eran suficientes para tener contentos a sus guerreros.
“No, no on hombres – pensó, recordando a los buenos hombres que había conocido a lo largo de su vida – Los hombres de verdad son los que superan sus instintos y son fieles a ellos mismos y a lo que aman.”
Al final consiguió una reunión con la Reina Adelina a solas. Ella lo miró sonriente.
-Te pido perdón por como te traté. A ti y a todas las mujeres. -musitó el, arrepentido- y agradezco que hayas accedido a…
Ella lo silenció con delicadeza.
-¿Sólo querías verme para pedir perdón y dar las gracias? -le preguntó, sorprendida.
-Bueno, eso es algo que me ahogaba por dentro -se sinceró Uriel- Y también quería pedirte si me podías devolver mi aspecto original.
La Reina Adelina achicó los ojos.
-No es por eso realmente – a Uriel le costaba explicarse- Hay rumores de que al haber desaparecido yo, van a elegir a un nuevo rey, y no quisiera que le pasara nada a las mujeres que tengo o tenía a mi cargo…Si no me devuelves mi aspecto, te suplico que las lleves a un lugar seguro lejos de aquí.
La Reina se lo quedó mirando, pensativa.
-Si que te ha cambiado esa tal Liz -murmuró.
-¿Cómo la conoces? – se sorprendió Uriel.
Adelina seguía inmersa en sus pensamientos.
-¿Y si te devuelvo tu varonil cuerpo, que harás?
-Eso se demuestra con hechos, no con palabras -le respondió él, algo serio- Aunque me gustaría invitarte a mi boda con Liz, si ella accede a a casarse conmigo, claro. Es una mujer fantástica.
La Reina estaba satisfecha.
-Está bien, te creo. Te devolveré tu cuerpo. – accedió ella.
-Si eto ha sido una maldición, ¡bendita bendición!c-Uriel estaba más feliz que nunca- Maldíceme mas a menudo.
-No te preocupes que lo haré -rió ella dulcemente- Estoy segura de que ella aceptará el matrimonio, debe quererte mucho.
-¿Y cómo estás tan segura? -le preguntó el rey Uriel, observando cómo se transformaba su cuerpo femenino.
La Reina Adelina sonrió.
-¿Aún no te has dado cuenta?
Este relato es lo que le debería ocurrir a los príncipes y a los reyes de los países que tienen muchas esposas y/ o harenes. Me ha gustado la combinación de reina y hechicera de la reina Adelina.