Canción urbana.
Canción urbana.
Canción de la mañana.
Recuerdo de desayunos y cazalla.
Y en aquel bar de la esquina, coscorrones de tequila.
Canción de la mañana.
Mal aliento y tabaco pegado a la garganta.
Calle arriba y casi siempre aquel garito.
Con gemidos y algún grito.
Siempre la misma ruta.
¿Quién se enamoró de aquella puta?
Canción de la mañana.
Canción de madrugada.
Peleas de gallos y de gallinas enjauladas.
Olor a sudor.
Heridas de desamor.
Y en un momento, a seguir pateando un poco de cemento.
¿Luci dónde te metiste, no ves que estoy muy triste?
Canción urbana.
Canción divina.
Una noche y otra, me consuela Cristina.
Y sin salir del coche.
¡Es que hace un frío que te cagas!
¡Mejor acurrucados en el asiento de atrás!
Sin duda la protección ideal si ella se queda sin bragas.
Hay que curar las penas.
Y con tantas tías buenas, sería un desperdicio no practicar algo de vicio.
Unas con senos turgentes.
Otras de pechos pequeños, pero muy calientes.
Algunas sedientas de sexo.
Otras, de amor inconfeso.
Pero todas, peligrosas más de la cuenta.
Y yo a veces, salvaje como un perro.
Y también algo gamberro.
Y siempre mejor, poeta urbano.
Preferible, antes que torero.
Las letras no matan.
El morlaco siempre ataca.
Canción urbana.
Cazalla y tequila.
Canción de madrugada.
Calentones y juergas en “El Manila”.
Canción de la mañana.
Llueve, y ese taxi que no pasa.
La espera se hace eterna.
En la catedral suena una campana.
Siempre es el aviso de irse para casa.
¡A ver si el puto taxi, llega o tendré que ir haciendo pierna!