Casi cuarenta años

Casi cuarenta años

La primera vez que visite Valencia fue el año 2014 por motivos de trabajo. Fui a presentar uno de mis libros en el Centro Cultural Contemporáneo del Carmen. En aquel viaje conocí a Esther. Coincidí con ella en un afterwork al que había sido invitado después de la presentación. Nada más verla quedé hechizado por sus grandes ojos negros, sus perfilados labios y una melena negra rizada que caía sobre los hombros.

 

Al día siguiente volví a coincidir con ella en un bar de tapas famoso en la ciudad y que me habían recomendado. Estaba con unas amigas, no pasaba desapercibida, era alta, morena y con una espléndida figura. ¡Una auténtica belleza! Traté de acercarme, pero era demasiado mayor para que la joven se fijara en mí.
Ese mismo dia, por la tarde, firmaba ejemplares de mi libro en la sección de librería de unos Grandes Almacenes en el centro de Valencia. Mi sorpresa fue mayúscula cuando observé como se acercaba con un libro en las manos, para que se lo dedicara.

 

«Soy una gran fan de la novela romántica, he leído todos tus libros y estaba deseando conocerte. Mi nombre es Esther» comentó de manera espontánea.

 

Me quedé dubitativo sin saber que poner en la dedicatoria. Finalmente escribí:

«Para Esther, la fallera más guapa de toda Valencia, de su admirador secreto» Al salir de los Grandes Almacenes la volví a ver en la sección de perfumería. «Trabajo aquí. Mi turno termina a las 21:00h., si quieres luego puedo invitarte a un café» —dijo con total naturalidad

 

La semana que pasé en Valencia vivimos un intenso romance. Esther fue mi guía por los rincones típicos de la ciudad. Visitamos La Ciudad de las Artes y de las Ciencias, el Palacio del Marqués de Dos Aguas, la Catedral, dimos largos paseos por el barrio del Carmen y como no, pasamos una romántica noche en la playa de la Malvarrosa.

 

Estuve varias veces a punto de declararle mis sentimientos. Yo tenía casi cuarenta años y ella veintitrés, pensé que aquello no funcionaría así que decidí disfrutar el momento. Llegó el día de la despedida. Tenía una presentación programada en mi ciudad y no podía faltar. Le regalé un libro: “Los encuentros amorosos que nunca olvidaremos”. Intercambiamos nuestros números de móvil y prometimos llamarnos, pero eso nunca sucedió.

 

Habían pasado casi tres años desde nuestro encuentro en Valencia y aún no había conseguido sacar a Esther de mi cabeza. Un silbido de mi Smartphone indicó que acababa de llegar un WhatsApp. En la pantalla apareció el móvil de Esther “Necesito hablar contigo. He reservado habitación en el parador del Saler para el viernes y el sábado. Te espero” decía escuetamente el mensaje.

 

Al llegar al hotel, me presenté a la recepcionista y la llamé a ella para anunciar mi llegada.

 

«Sube te estoy esperando» —contestó con voz sensual. El ascensor se detuvo en la planta tres. Esther me estaba esperando en la puerta de la habitación. Me sentí un poco ansioso al verla, estaba exuberante y risueña. Me esperaba descalza apoyada en el quicio de la puerta.

 

—He traído champagne. ¿Tendrás dos copas para brindar? —comenté sin saber muy bien que decir para romper el hielo mientras me dirigía hacia ella.
—No te preocupes, algo encontraremos.

 

Esther estaba especialmente seductora, vestía unos vaqueros ajustados y una camiseta blanca casi transparente. Su cuerpo desprendía un olor embriagador a cedro y sándalo. Nos miramos como nunca antes y surgió una atracción física y carnal. Una conexión entre dos personas que experimentaban al verse un deseo casi irrefrenable.

 

Después de cerrar la puerta, la atraje hacía mí y nos besamos apasionadamente. Permanecimos un buen rato abrazados, besándonos sin pudor, dejando el protagonismo a nuestros labios. Luego Esther se giró para dirigirse hacia el amplio ventanal desde el que se veía una espectacular panorámica de las dunas del Saler. Volví a ver en su zona lumbar, el tatuaje que tanto me atraía. Representaba la imagen de una mujer con alas de mariposa, sentada sobre una luna iluminada. La seguí hipnotizado, mirando el contorneo de sus caderas y el movimiento exótico del tatuaje.

 

—Abre la botella de champagne, vuelvo enseguida —me dijo acercándome dos copas, mientras entraba en el baño de la habitación.

 

En apenas dos minutos reapareció transformada en una exuberante bailarina exótica. Tenía el torso desvestido y la cintura rodeada de pañuelos de seda multicolores. Empezó a moverse rítmicamente ante mis ojos escépticos, que no esperaban esta original danza erótica. Mi entusiasmo iba aumentado por momentos, animado por el champagne y por los contorneos cada vez más sensuales de Esther, que movía insinuante sus caderas.

 

Poco a poco se fue desprendiendo de los velos que rodeaban su cintura hasta quedar completamente privada de ropa. Tenía el cuerpo blanco e impoluto. Comenzó a desabrochar lentamente mi camisa mientras me acariciaba, hasta que acabó por quitármela. La atraje nuevamente hacia mí y sobre la cama hicimos el amor, compenetrados y sin inhibiciones. Quedamos tendidos sobre ella, exhaustos. Observe el cuerpo de Esther y pensé que era la mujer más hermosa que había visto. Me miraba con ojos cándidos: me parecía mentira que unos minutos antes esta misma mujer de mirada inocente, se hubiera comportado como un volcán.

 

—Voy a casarme, pero antes quería despedirme de ti así —me anunció de improviso Esther con total frialdad.

 

Momentáneamente me quede petrificado, no sabía que decir. Finalmente no pude frenarme y afloraron mis sentimientos.

 

—¡Estoy enamorado de ti! ¡No puedes casarte! Desde el primer día que nos vimos, me enamoré. No me atrevía a confesarte lo que siento, tenía casi cuarenta y años…..y tú……

 

Esther se colocó frente a mí y puso su dedo índice sobre mi boca.

 

—No lo estropees —me susurro mientras me hacía callar.

 

A continuación, se metió en al baño. No recuerdo cuanto tiempo estuvo dentro, una eternidad diría yo.

 

Finalmente apareció vestida de nuevo, con sus vaqueros ajustados y su camiseta blanca, y como si nada hubiese ocurrido, se calzó sus zapatos de aguja, me dio un beso en la mejilla y salió de la habitación.

 

No podía creer que me hubiese sucedido eso. ¿Cómo podía ser una persona tan sumamente cruel?

Fui al baño a lavarme la cara mientras divagaba e intentaba entender lo que me acababa de suceder. Una vez en el baño, y mientras me secaba la cara, me fijé en un sobre que había en un escalón del jacuzzi. Me acerqué para recogerlo.

Era un sobre totalmente en blanco, salvo por un beso impreso con carmín de color rojo vivo en la parte de atrás. Mi momentánea ilusión se desvaneció rápidamente cuando recordé que Esther no usaba carmín, y que a pesar de su juventud, era demasiado sofisticada para usar ese color. Apesadumbrado pero con una curiosidad casi indiferente abrí el sobre.

Dentro de él, una carta:

 

“No puedo explicarte todo lo que siento por ti, pero es inmenso. No puedo explicarte lo que siento cada vez que te veo, cada vez que estoy junto a ti entre tus brazos, en ese momento mágico en que tus labios se acercan a los míos y me besas.

No puedo explicarte cómo mi corazón comienza a latir como un loco y quiere salirse, cada vez que siento tu respiración tan cerca de la mía.

No te puedo explicar todo lo que siento, porque es algo mágico y único, es algo que solo puedo comparar con un sueño o con un cuento de hadas.

Solo te puedo decir que tú eres “el amor de mis amores”.

Eres la persona que me inspira y que hace que pueda entregar lo mejor, porque eso es lo que provocas en mí.

Me haces una mejor persona cada día que tengo la oportunidad de pasar a tu lado.

Cada vez que estamos juntos me gustaría atesorar el momento y congelar el tiempo, para no dejarte ir jamás.

Cuando estoy a tu lado no existe nada más, todo comienza a desvanecerse hasta que quedamos solos tú y yo. A partir de ese instante, me siento en un universo que es solo nuestro.

Cada vez que te encuentro en mis pensamientos, me rodea la felicidad y siento el deseo de estar de nuevo a tu lado, sentir tus brazos rodeando mi cuerpo y comenzar a fundirnos hasta convertirnos en uno, en un mismo ser y en un solo cuerpo.

No puedo dejar de viajar en el tiempo cuando tú no estás, trayendo imágenes que me pueden llevar a ti.

Creo que no podría nunca llegar el día en que me llene de ti, el día en el que me canse de pasar mi vida contigo, porque no puedo verme lejos de ti, lejos de tu aroma y de tu piel.

No cambiaría nada de ti, porque eres todo lo que yo esperaba, todo lo que quería y deseaba.

No hubo nadie antes de ti que pudiera hacerme sentir lo que tu provocas.

Te amé desde mucho antes de conocerte, te anhelé y esperé tu llegada teniendo la esperanza que un día llegarías a mi vida. Ahora que te encuentras a mi lado, no dejaré que te vayas jamás, porque valió la pena esperar por ti.

Tú has logrado que la soledad sea mi compañera, porque hasta en la soledad te encuentras dentro de mí, dentro de mis pensamientos y eso me hace sentir cerca de ti.

Tus ojos pueden hablarme y no son solo palabras vacías, porque en ellas puedo ver el amor que nadie más puede ver, ese amor que sé que solo es mío y a nadie entregarás.

En cada sitio que visito dejo tu nombre y el mío, porque siempre te llevo conmigo a todas partes.

Tus defectos se convierten en virtudes frente a mí y te hacen especial.

No sé qué fue lo que hiciste en mí, que no puedo dejar de pensar en ti y en una vida juntos, en ese universo que hemos creado solo para los dos.

Un universo dónde sólo la luna y las estrellas pueden ser testigos del amor que nos une y nos ilumina.

Por ti correría cualquier riesgo, porque desde la primera vez que te vi en Valencia, hace ahora tres años, tengo la seguridad que tú también lo harías, sé que entregaríamos todo lo que está en nuestras manos, aun si se tratara de la propia vida.

Yo también te quiero, y si, voy a casarme…contigo.”

 

Esther




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