Conectados
Llego tarde a la reunión. El despertador no ha sonado y apenas he podido acicalarme en condiciones. El espejo del ascensor no miente. Tengo un aspecto realmente horrible. Me pinto los labios con mi pintalabios favorito, a juego con mi bolso. Me hubiera gustado echarme algo de pote como hago siempre, pero esta vez no tengo tiempo. El ascensor se detiene en el piso 13 y entra una señora. El aroma de su perfume lo embriaga todo. Me saluda mientras guardo el pintalabios e intento poner mi canción favorita en mi iPhone. No, no hablamos del tiempo. Me dice con cierto aire socarrón “que vaya vicio con el aparatito”, que los jóvenes estamos enganchados al dichoso móvil. Levanto la vista de la pantalla y la miro con cara de circunstancia mientras esbozo una leve sonrisa. Se queja de que sus nietos están mas pendientes a las conversaciones virtuales que a las charlas que suceden alrededor de la mesa. “Estamos en la edad”, solo logro articular esas cuatro palabras en un pobre alegato. Creo que no me ganaría la vida como abogada. Me mira de arriba a abajo y viceversa para luego clavar su mirada en mis ojos mientras se coloca bien las gafas. Un suspiro de resignación parece ser su respuesta final. El ascensor se detiene. Piso 0. Nos despedimos mientras hace alusión, ahora sí, al tiempo. “Parece que viene lluvia”, dice mientras mira hacia el cielo. Mierda, y yo sin paraguas. La aplicación del móvil no preveía lluvia para hoy. ¡Joder!
Me pongo los auriculares y le doy al play. Empieza a sonar “Hello” de Adele. Me quedo pensativa tras aquella conversación. Quizá tuviese razón la señora. ¿Nos habremos vuelto esclavos de las nuevas tecnologías? ¡Qué tontería! Miro mi correo y la agenda de mi móvil: dos reuniones, cumpleaños de la abuela… De repente, me llegan dos notificaciones de Facebook. Otra puñetera invitación para un juego y la despedida de soltera de mi prima que se casa en dos meses.
Sigo dándole vueltas a las palabras de aquella señora. Puede que tenga algo de razón. Las relaciones se han vuelto tan efímeras como las estrellas fugaces. Recuerdo cuando cualquier excusa era buena para arremolinarse alrededor de un café o una caña. Los cafés de antes los hemos reemplazamos por conversaciones atropelladas de whatsapp. Puro trámite. Cada vez mas comunicados y cada vez nos vemos menos. ¡Qué irónico! Las llamadas que duraban minutos han sido arrinconadas por audios fríos e insulsos y las quedadas de siempre por encuentros mas bien ocasionales… Ahora los momentos y acontecimientos los vivimos a través de brillantes pantallas. Nos afanamos en inmortalizar todo para tenerlo apilado en baldas o en carpetas en el ordenador que nadie verá. Hemos perdido la esencia de lo que acontece ante nosotros. No hay mejor recuerdo que el que guarda la retina. Tenemos tan interiorizado el mantra “no tengo tiempo” que se ha apoderado de nosotros, de nuestro día a día. No hay tiempo para hablar, para un abrazo o un encuentro sorpresa. “Me voy mañana. A ver si quedamos que hace mucho que no te veo”, me llega un whatsapp de una amiga que hace mucho que no la veo y está por la ciudad. Creo que se casó y no me invito a la boda la muy… ¡Otro mensaje! Se acumula a los otros 278 mensajes que tengo aún sin leer. Creo que debo salir de aquel grupo de cocina que me metí por recomendación de mi madre. Dice que cocino fatal. Piensa que si sigo así no encontraré a ningún hombre y me quedaré para vestir santos. Mi madre, tan simpática como siempre, aunque no le falta razón.
Hablando de razón, definitivamente aquella señora la tenía toda. No podemos trasladar la tecnología a las relaciones personales. Vivimos en la sociedad del “todo ya”, lo queremos todo ahora mismo. Estamos en la sociedad de la comida rápida, de los amores de una noche y si te he visto no me acuerdo, del café para llevar, take away que dirían en Londres. Las cosas rápidas nunca suelen funcionar. Las relaciones a fuego lento saben mejor. Sin prisa. Sin mirar el reloj. Dejando surgir, dejando fluir. Disfrutando casa segundo y minuto. Riendo a carcajadas y hablando por los codos. Y cara a cara, sin móviles ni tablets de por medio. Cambiemos los emoticonos de besos, por besos de verdad. Besos cálidos y apasionados. Los textos vacíos de contenido por un buen encuentro y una gran tarde entre amigos. Las citas fugaces por una cena a la luz de las velas. Una quedada por… La sirena de una ambulancia me hace volver a la realidad. Llueve a mares. ¡Maldita aplicación del tiempo! Me quito el gorro de mi abrigo al llegar al bar de siempre. “Me pone un café con leche, por favor?” Otro aviso del dichoso juego de Facebook. Cambio de canción. Suena “It’s raining men”. Muy apropiado… Definitivamente tengo que meter nuevas canciones en mi iPhone. Salta otra notificación en la pantalla: “Batería restante: 1%” Crisis. “¡Camarero, el café con leche para llevar!” Dichosos móviles…