Cuando el sacerdote deja de escuchar a los demonios, sienta y observa a los monstruos.
Me
levanto un jueves por la tarde, como normalmente suelo hacerlo. Este cambio que
sentí fue un golpe, algo inesperado, busqué en mi viejo chifonier pues, pensé
que había algo perdido adentro, pasé un par de minutos buscando quien sabe que
por el resto del cuarto.
Sentía una rara sensación de
que me faltaba algo y al pasar los días, no estaba familiarizada con todo el
material comprado, además me sentía alejada de todo, desconocida y perdida
incluso, en el trabajo.
Una borrachera no lo
resolvió, bebí y me pasé de copas, si algún día estuve totalmente vacía esa
noche me volví a llenar con el amargo ron.
Procedí irme a mi departamento, cuatro pisos después,
cada escalón pisado, cada parte de mi ser perdido.
Las paredes más firmes se
volvieron curvas, el piso se movía solo y yo, gateando buscando refugio. Me
desperté en mi cama, con un dolor fuerte de cabeza, mareos y vómitos, pensé que
era resaca, pero fue más que eso, resultó ser el comienzo de mi desgaste.
Los días pasaban y yo
pausada, no entendía que lo estaba, pero me sentía congelada. Los hombres y mujeres
iban y venían y, yo sentada al lado izquierdo de un autobús.
Me enamoré perdidamente de un
hombre, me establecí pero, simplemente fue una anestesia para el verdadero
golpe: La pérdida total.
Perdí alguna sensación
interesante o intensificada como se solían presentar, las emociones y
sentimientos escasos, sueño un martes y jueves insomnio, hambre más de lo
normal e interés alguno ya desgastado
tanto así que, aún conservo las marcas de mis sabanas en mi piel y solo ahí me
di cuenta que estaba perdida y, mi cuerpo en realidad, estaba vacío.
Es complicado, era yo pero no únicamente yo en
este recipiente llamado cuerpo, era yo y alguien o… algo más. Dije que había demonios en la casa, niego la
teoría de que haya pues, han venido dos sacerdotes a bendecirme, pero en
realidad, lo que habitaban eran monstruos pero no precisamente en la casa.
Estaban dentro de mí y hasta
afuera, lo sentía y nadie los veía. Yo sabía que estaban por esos engaños que
me daban cuando veía a alguien que me hacía falta, cuando los sentía era
temblores, inquietud, terror y lo peor que puedes llegar sentir.
Dejé de existir por un año
entero, alejada de lo que normalmente hacia: Salida los viernes, jueves a un
café, domingos familiares, entre otros planes.
Ha pasado el tiempo, estoy de
nuevo, te estoy hablando y soy verdaderamente yo, advierto de estos monstruos
que son peligrosos, dañinos.
Monstruos porque ¿Podría ser
algo presentable estas sensaciones horribles?
De lo que hablo no son entes
malvados, espíritus, personas o hasta el mismo diablo… sino de pensamientos.
Hoy, vuelvo a probar el café,
supe que había regresado porque no me acordaba ni siquiera de su olor,
delicioso olor. A penas y me estoy volviendo a recuperar tras las fuertes
agresiones que me dejaron, aun sanan las heridas invisibles (aquellas que nadie
ve pero siento yo) uno que otro día me visitan, se traen sus mejores maletas,
la más grandes pero suelen quedarse uno que otro día, como las visitas de
doctor.
Recuerda de hallarte
completa, trata de alimentarte, mi mayor consejo porque cuando te dejas llevar
desde esa primera vez que viste a tus seres queridos en calaveras, marcará como
el principio de una vida de muertos, una vida de tu desaparición o acompañamiento
de un monstruo.