DE PROFESIÓN, PROSTITUTA
DE PROFESIÒN, PROSTITUTA
Mientras en las frías y algunas veces, soleadas calles de Bogotá, la mayoría de las personas pasan sus vidas, en interminables trancones, centros comerciales discotecas, cafés ostentosos, y apariencias poco engañosas, una mujer de 32 años pasa imperceptible ante los ojos incautos de los demás.
Luce normal, unos jeans ajustados, tenis de tela, camisa marrón, y maquillaje suave. Camina lento, su mente se distrae con el trinar de las aves, o con los cachorros que juegan en algún parque, no lleva prisa, y respirar hondo la hace sentir viva, aprovecha esos instantes de libertad al máximo, pues Al caer la noche, ella se convertirá en víctima de las necesidades físicas del ser humano.
De profesión prostituta dice sin tapujos a todo aquel que le pregunta, habla de ello con total dignidad, su rostro no da un atisbo de vergüenza lo que hace para sobrevivir. Cada noche entrega su cuerpo por unos cuántos pesos. Muchas veces recibe a cambio insultos, golpes, escupitajos y la posibilidad de un obsequio mayor no deseado… una posible enfermedad.
Aquella mujer, asegura Recordar todos los rostros que ha llevado a los húmedos y obscuros callejones de la ciudad. Dice que la cifra contiene varios ceros a la derecha, sonríe con nerviosismo al intentar recordar la cifra exacta. Muchos de ellos son de aspecto asqueroso y olor insoportable, Son la escoria de la ciudad, aquellos incomprendidos, son los olvidados, los que no poseen familia verdadera, o amigos que los apoyen, su única compañía son las drogas, el alcohol, y el confort que puedan obtener en medio de sus piernas. Son los que nadie desea tener cerca, la basura de la sociedad, y ella, permite que entren en su cuerpo, por algunos momentos.
Sus rostros dibujan lo mismo afirma ella. Todos sin excepción muestran un hambre que no sacia el amor. Son seres corrompidos que no buscan algo más allá que sus propios deseos carnales. Gimen, gritan, algunos hasta lloran, y al final como si se tratase de un dejavú, se levantan de inmediato, se abrochan el cinturón, y en la mayoría de los casos salen sin despedirse. Ella queda allí, con un olor nauseabundo, con algunos pesos, sin dignidad, y con la mente enfocada en una sola cosa, su adorada hija.
Es quizá la única razón por la que continua haciendo lo que hace.
Por costumbre tiene fumar un cigarrillo cada que despacha a un cliente. Se recuesta sobre la sucia pared, saca la cajetilla, elige uno, y lo fuma con toda la parsimonia del caso. Cada bocanada de humo que exhala, le quita el sudor y los recientes recuerdos. Mientras están arriba imagina un mundo mejor para su hija.
Su sonrisa se dibuja en la mente, y sabe muy bien que su cuerpo, solo es un instrumento mediático e indoloro que cumplirá sus sueños más arraigados. La noche es larga y aterradora; su vida en todo instante corre peligro, y pese a ello, solo teme por la vida de aquella hermosa niña que duerme tranquilamente en casa de su abuela materna. Al ocultarse la luna, una noche más ha terminado, ha sobrevivido un día más para ver y abrazar a su niña, esa es la recompensa real que le otorga la ciudad. El día apenas comienza. Hará desayuno para su amor verdadero, la besará y abrazará fuertemente, la llevará al colegio, y sin pensarlo irá a consignar un porcentaje de las ganancias. Es para ella, para su futuro, así ha sido desde hace 12 años, y así será hasta el último día de su vida. Beberá un café cargado, dormirá unas pocas horas, y como todos los días, irá a trabajar en un modesto local de ropa, que irónicamente se ubica a dos cuadras de donde tiene su segundo empleo. Muchas veces se ha reído a solas al pensar en lo mucho que cambia el lugar con la caída del sol. La noche saca la bestia interior de todos, y ella deberá combatir y sobrevivir. El círculo se repetirá y al caer la tarde, una vez más la prostituta de profesión añadirá nuevos rostros a su mente, y fumará algunos cigarrillos más.