Desamor
-¿Y no tienes miedo? Le pregunté.
-¿De qué?
-Del dolor. De lo que esté por venir…
Se apartó el pelo de la cara y con un delicado gesto lo llevó detrás de la oreja. Siguió mirando al frente, a algún lugar que sólo alcanzaba a ver ella.
-¿Miedo al dolor?
Intentó sonreír, pero la sonrisa se le descolgó de los labios.
-El dolor y yo somos viejos amigos. Durante un tiempo andamos juntos de la mano. Llegué incluso a enamorarme de él. Sabía que no era una relación sana, pero ya sabes, uno cree elegir de quien se enamora hasta que descubre que se ha enamorado y no sabe cómo.
Luego nos distanciamos, apareció una tercera persona. Su antítesis. Apareció él y se comió mis tristezas. Mordió cada una de las decepciones y me enseñó a digerir la vida.
Hizo música con mi alma y por una vez no eran baladas. Me disfrazó de verano en pleno invierno y transformó la lluvia en Tequila. La vida me daba Tequila y nosotros le poníamos sal y limón. Nos emborrachamos de besos y no sentí vértigo al mudarme a su mirada.
Me preguntas si tengo miedo… ¿a qué? ¿A las lágrimas? ¿A la soledad? ¿A su ausencia? No lo tengo. Para sentir miedo hay que estar viva, y yo morí cuando él cerró la puerta y sólo dejó su olor a madera. Ya el dolor me ha cogido de la mano, me dice que esta vez sí funcionará entre nosotros. Que él sí sabe cuidarme. Que él sí se quedará para siempre. No es tan malo. Cuando llegas a entenderlo forma parte de ti. A su lado siempre hace frío, y después de quemarme y arder, después de fundirme con alguien y entregarle mi piel, no me viene mal un poco de invierno.
No fui capaz de hablar. De nada hubiese servido intentar salvarla de sus demonios. Cuando quise darme cuenta ya estaba muy lejos con el dolor. Con su dolor. Sólo esperaba que algún día alguien, nuevamente, le indicara el camino de vuelta al verano.