El acorde.
Puede entenderse por profundidad a las miradas que llenan un vacío; o a aquellos momentos que intentan reparar grietas caprichosas, que permanecen donde nacieron, aferrándose a susceptibilidades. No estoy más que para hacer una síntesis de lo que todos podrían hacer un prejuicio diario.
Nana era una mujer simple. A veces impotente, siempre inconformista. Y la simpleza se fue deteriorando, sin gastar energías, en los ojos de las hienas. Si algo tenía en común con ellas era que vivían bajo el mismo cielo. La suciedad y su rapidez, señaló más de una mentira en forma de sonrisa. Eran burlas que Nana iba perdiendo en el arte del crepúsculo, las tormentas y la noche. Así como a veces también, se extraviaba a sí misma.
La frecuencia de obras intercaladas y sin sentido, presentadas por las hienas, lograban desgastar a la protagonista de la historia; aunque esta misma formaba siempre nuevos cayos. Y así fue como, el hambre de la carroña fue muriendo, dejando libre más de un sueño.
Entonces el sentido de lo profundo cobró un nuevo desafío, formando su figura en el acorde. Donde estaba el sonido se encontraban las energías, el escondite, el amor y la fuerza. Y no había dos puertas para ese lugar.