El ángel maldito
El diablo se escapó del infierno y se quedó en la Tierra. Tomó la forma de un hombre esbelto, atractivo, egocéntrico y rebelde; diferente a las ovejas comunes, que están ciegas y son fieles a su pastor.
Apareció en mi vida de repente, como todo espíritu maligno, envuelto en piel de ángel para impresionarme y se coló poco a poco en mi mundo bohemio cargado de alcohol, salidas nocturnas y besos escondidos.
Llegó para hacer más entretenida mi existencia, para hacerme volar con alas prefabricadas y retar al destino, a la muerte y a cualquier entidad porque me hacía sentir fuerte en sus brazos, con el poder de desintegrar galaxias completas de un resoplido.
Él se pegó a mi piel como una sanguijuela para succionar mi alma y borrarme de la frente el escudo de libertad que me marcaba para sustituirlo por un pentagrama que lleva su nombre.
Confundí el fuego de su mirada con incontrolable pasión, sin percatarme que eran llamas del averno las que se asomaban en sus pupilas y me dejé llevar por un juego que él mismo empezó donde pecar era natural, al igual que fugarse, mentir y hacer rituales a la luna.
Le entregué mi vida, mi corazón entero, porque imaginé que el demonio era un dios. Grave error donar mi pureza al Satán que a mi lado se hallaba, un error del que no me arrepiento, pues fuimos tentación consumada, pasión derretida: Yo fui bruja maldita y él Rey de los muertos.
La criatura amorfa que llamábamos amor era soportable, cómoda y estrepitosa, lástima que el final no era más que una ilusión pasajera, un juego de luces y sombras que no me dejaba ver el torbellino, el terremoto, los mil y un mundos que dentro de mí se destruían.
Que nos comportemos como extraños, que hoy maldiga su existencia, no es más que la prueba de que a su lado me sentía con la capacidad de remover el mundo de una palmada y crear uno nuevo para nosotros con la única misión de repoblarlo a nuestro modo…
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