El camarero y la señora

El camarero y la señora

– ¡Adiós
mama! Me voy a la universidad y después a trabajar al hotel Universal que hay
una recepción para no sé qué embajador.

– ¡Adiós
hijo!

 

Y así
prácticamente empiezan todos mis viernes de este año. Voy a la universidad y
después a trabajar de camarero en actos de alto standing. La verdad no está
mal, conozco gente y me da para pagar mis vicios y mi ropa.

 

Al
llegar a la universidad me encontré con una chica de la que llevo colgado todo
el año. Rubia, piernas largas, pecho prominente y una sonrisa de anuncio de
televisión que le quita a uno el hipo. Pero sé que está bastante fuera de mi
alcance. De hecho solo he hablado con ella en mis noches masturbatorias.

 

Al
acabar las interminables clases me dirijo al parking, cojo mi moto, la vuelvo a
ver a ella y le digo un tipo adiós. Ella me corresponde con una sonrisa y un
adiós dulce. Esto hace que todo el cansancio que tengo acumulado de las clases
se vaya por completo.

 

Llego
al hotel, me voy a los vestuarios, saludo a todos mis compañeros y compañeras,
me cambio y vamos todos a una pequeña reunión con el jefe de camareros. Son ya
las nueve y media de la noche.

 

Subimos
a los salones y allí están todos los embajadores, ministros y demás gente
importante tomando sus copas y esperando por la comida. Esta vez a mi me toca
llevar una gran bandeja con tostas repletas de camarones. Me paseo por el gran
salón con la bandeja y la gente me va parando para ir cogiendo las tostas.

 

En un
momento la voz de una mujer me llama:

 


¡Mozo, por favor, aquí! -.

 

Me
giro y veo a una mujer impresionante de casi 50 años, con una larga melena
rubia, piernas eternas y esbeltas, ojos tan azules que duelen hasta mirarlos y
un escote bastante pronunciado. Me dirijo a ella completamente alucinado de lo
que estoy viendo e intentado esconder la erección que acabo de tener al verla.

 

Cuando
llego hasta ella descubro que a su lado está sentada la chica de la
universidad. Ya sé de dónde sacó tanta belleza; de su madre. Al inclinarme con
la bandeja mis ojos se movían rápidamente de sus pechos a sus ojos. Estaba
completamente embobado. Cuando volví a erguirme de nuevo y darme la vuelta, la
impresionante señora me soltó un pequeño pellizco en el culo. Me giré atónito.
La miré y me soltó un guiño lleno de lujuria. Su hija la miraba sin dar crédito
a lo que pasaba.

 

Después
de unos paseos más con otras bandejas llegó la hora del cava.

 

Todos
los camareros íbamos con bandejas repletas de copas finas llenas de cava. La
gente iba cogiendo las que quería.

Me
encontré de frente con la impresionante señora y al tiempo que cogía una copa
con una mano, disimuladamente con la otra me tocó en la entrepierna y me dijo
al oído:

 


Esto, me lo voy a comer de postre-.

 

Casi
se me cae la bandeja.

 

Cada
vez que pasaba cerca de ella, me acariciaba el culo, me pasaba la mano por la
entrepierna o me repetía que quería el postre ya. Yo estaba que no podía mas,
¡iba a explotar!, esa mujer me había puesto muy cachondo.

 

Cuando
la fiesta estaba llegando a su fin, la mujer se acercó de nuevo a mí y me
susurró al oído:

 


Habitación 1025, en 10 minutos-.

 

Y me
beso en el cuello de tal manera que casi llegué al orgasmo.

 

Bajé
a los vestuarios y me cambié tan rápido que hasta me puse la camiseta al revés.

 

Me
dirigí al ascensor y presioné el piso 10. El viaje en ascensor se me hizo
eterno. Al final llegué a la 10ª planta. Busqué la habitación. Llamé a la
puerta y desde dentro oí a la mujer decir:

 


Pasa, está abierta.

 

Entré
en la habitación y me encontré a la mujer con un camisón negro transparente, un
tanga de encaje a juego con el camisón y unos tacones de aguja impresionantes.
Me miró, se acercó y me besó en la boca. Me entregó una copa de cava y me dijo:

 

 – Quítate todo y tírate en la cama. Esta noche
no la vas a olvidar jamás.

 

Me
encontraba un poco desconcertado y lo único que se me ocurrió decir fue:

 

– ¿Y
su hija?

 

A lo
que ella me respondió:

 

– Mi
hija es una mojigata, igual que su padre y cuando te pellizqué la primera vez
se escandalizó y se fue.

 

No
dije nada más, solo cogí la copa de cava y me la bebí de un trago.

 

La
mujer se acercó a la cama y comenzó a acariciarme las piernas mientras con su cuerpo
me rozaba los pies y hacía que sus pechos tocaran mis dedos con los que podía
notar como sus pezones se ponían duros. Siguió subiendo sus manos por mis
muslos hasta llegar a las ingles. Con una mano me cogió los testículos y con la
otra empezó a masturbarme tocando suavemente con su pulgar mi glande. Esto me
excitó más si cabe. Acercó su boca y con la lengua empezó a lamer desde la base
de mi pene, subiendo y jugando con la lengua hasta que se introdujo por
completo mi pene en su boca. Le dio una pequeña arcada, me miró y me dijo:

 

– No
esperaba que fuera tan grande. ¡Me encanta!

 

Y
volvió a comérselo por completo. Siguió y continuó jugando mientras se
masturbaba al mismo tiempo. Yo estaba a punto de correrme y le pedí que parara.
Ella me miró con esos ojos azules, sonrió y se lo volvió a meter en la boca
hasta que me corrí. Fue una explosión de placer que hacía mucho que no sentía.

 

Siguió
masturbándome con la mano hasta que consiguió que volviera a tener una
erección. Ahí fue cuando ella se desabrochó el tanga, lo tiró al suelo y se
subió encima de mí. Estaba completamente mojada. Apretó hasta tenerme
completamente dentro. Apoyó sus manos en mi pecho y empezó a moverse ondulando
su cuerpo. Sentía como mi pene acaricia todo el interior de su vagina. Era
impresionante esa mujer. Se despojó de su camisón, me cogió las manos y las
llevó hasta sus pechos. Eran firmes y tenía los pezones grandes, oscuros y
duros. Me los metí en la boca y comencé a jugar con ellos. Ella gemía y pedía
más y que la mordiera más fuerte. Me besaba apasionadamente en el cuello. Me
mordía las orejas y me decía lo mucho que le gustaba tenerme dentro. Los dos
disfrutábamos mucho.

 

Se
quitó de encima, se giró y se volvió a sentar encima de mí pero esta vez de
espaldas a mí. Apoyó sus manos en mis piernas y empezó a moverse de nuevo. Me
pedía que le azotara.

 


¡Pégame, pégame fuerte!

 

Comencé
a darle azotes con la mano abierta y cada vez que la golpeaba ella más gemía y
se movía más rápido. Era una mujer insaciable.

 

En un
movimiento rápido paso su piernas hacia adelante y echó la cabeza hacia atrás
para que le cogiera la rubia melena. La azotaba con una mano y tiraba de su
pelo con la otra. Se movía arriba y abajo, gritando y gimiendo. Se movía y se
movía hasta que llegó al orgasmo.

 

Se
dio la vuelta, se sentó mirando hacia mí con las piernas a cada lado de mi
cuerpo. Me cogió el pene, lo masturbó de nuevo y empezó a jugar con él y con su
clítoris. Lo pasaba arriba y abajo en su vagina hasta que se lo introdujo de
nuevo. Empujó fuerte y noté como tocaba el fondo de su vagina. Gritó de placer.

 

Me
miró, se sentó encima, me abrazó y me besó. Un beso húmedo, lujurioso. Al
tiempo que jugaba con su lengua dentro de mi boca se movía para que la
penetrara más profundo y me clavaba las uñas en la espalda. Nos seguíamos
besando con gemidos ahogados. Notaba que ella iba a llegar al orgasmo. Empujé
lo más fuerte que pude y los dos nos corrimos al unísono. Gritando, gimiendo.
Estábamos exhaustos. Yo estaba destrozado.

 

La
mujer se levantó y se fue al baño. Oí agua correr. Al poco salió. Perfectamente
arreglada.

 

Se
acercó a la cama de nuevo. Me arañó el pecho suavemente con las uñas. Me besó,
se acercó a mi oído y me susurró:

 

– Te
espero el año que viene.

 

¡Qué
largo se me va a hacer el año!

 




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