El cavernícola corredor
Hubo una vez un joven cavernícola que era tan rápido como el viento. Ray, que así se llamaba el velocista, nunca bajaba el ritmo. Si había que ir a la escuela, iba corriendo; cuando su mamá le encargaba ir a pescar, corría sin parar; los días que visitaba a su abuela llegaba en un suspiro; en definitiva, todo lo que Ray hacía era a toda velocidad.
En aquella época, huyendo de la glaciación que se estaba produciendo en el norte del continente, se mudó al valle otra tribu. En ella había una familia cuyo hijo, llamado Lex, nunca tenía prisa y todo lo que le mandaban hacer lo alargaba tanto que a veces incluso se le olvidaban dichas tareas.
Desde el momento en que Lex y Ray se conocieron en el colegio una gran rivalidad nació entre ellos, pues su opuesta forma de hacer las cosas los enfrentó. Si Ray terminaba sus deberes en minutos, Lex se tomaba todo el tiempo que la profesora les daba para hacerlos: eso sí, mientras que los trabajos de Ray a veces resultaban poco cuidados y solían tener muchos errores, los que entregaba Lex eran tan perfectos que apenas necesitaban corrección.
Esta rivalidad produjo varios incidentes durante las clases, por lo que la profesora, harta ya de los problemas que los niños ocasionaban, ideó un reto para ambos con el fin de enseñarles una buena lección.
Una mañana, cuando todos los pequeños hubieron entrado en clase, les explicó que ese día era especial, pues tendrían que completar un recorrido con diferentes obstáculos. Se trataba de una carrera algo diferente, pues, aunque como en todas las carreras, se premiaba la velocidad, también se valoraría completar correctamente las pequeñas pruebas que se les presentarían a los contrincantes y, al final de la clase, ella determinaría quién sería el ganador del premio.
Como no podía ser de otra forma, los dos niños comenzaron a discutir sobre quién sería el ganador, por lo que la maestra, para evitar que siguiesen peleando, los animó a ser los primeros en completar el recorrido.
Al indicarles que podían comenzar, Ray salió veloz hacia la primera prueba, que consistía en ir corriendo hasta un montículo en el que había un rompecabezas que debían resolver. Estaba compuesto por varios trozos de madera que, una vez unidos correctamente, deberían formar la silueta de un animal.
Cuando Lex llegó comprobó que Ray estaba intentando terminar el rompecabezas. Puso con detenimiento todas las piezas bocarriba y las ordenó minuciosamente, de forma que pudo hacerse una idea aproximada del animal que podría verse una vez resuelto. Comenzó a unir los trozos con parsimonia, pero sin equivocarse. Ambos terminaron casi al mismo tiempo y se dirigieron a la siguiente prueba, Ray corriendo y Lex dando un paseo.
Para continuar tuvieron que recoger diez piezas de una fruta tan delicada que si no se extremaba el cuidado a la hora de arrancarla se echaba a perder. Por ello, ambos niños tuvieron que recolectarla con la mayor delicadeza posible; Ray perdió de nuevo toda ventaja.
El último reto se encontraba a cierta distancia y consistía en cruzar un río. Ray, de nuevo en cabeza, pasó tan rápido sobre las piedras que sobresalían del cauce que no se percató de que algunas estaban muy mojadas, por lo que resbaló y se cayó al agua sin remedio. Por suerte, sabía nadar, así que, luchando contra la corriente, se acercó a la orilla.
A escasos metros de tierra pudo ver cómo Lex lo adelantaba dando lentos saltitos sobre las últimas rocas del camino. De esta forma, cuando Ray logró salir, Lex estaba a escasos metros de la meta, y por mucha prisa que se dio, lo único que pudo hacer fue cruzar la línea de llegada al mismo tiempo que su contrincante.
Ambos se volvieron a enzarzar en otra de sus eternas disputas, pero la profesora los separó y los obligó a dejar a un lado sus diferencias hasta que sus compañeros finalizasen.
Cuando toda la clase concluyó el recorrido, la maestra comenzó a decir los tiempos de los participantes. Para sorpresa general, Ray y Lex estaban entre las peores marcas de la clase.
La mayoría de los niños, contentos con sus resultados, regresaron al aula y dejaron en medio del claro a los dos rivales, totalmente confundidos, sin saber bien qué pensar.
—Venid conmigo, por favor —les pidió.
—¿Qué quieres, seño? —dijeron ambos cuando llegaron.
—¿Sabéis por qué, aun siendo los dos mejores de la clase, habéis sido superados por vuestros compañeros?
—No —susurraron.
—Muy fácil —les explicó—. Ninguno de los dos habéis aprovechado vuestra ventaja, ya que no habéis aprendido nada de vuestro rival.
Ambos niños se miraron y le dijeron:
—No entendemos lo que nos quieres decir.
—Os lo explicaré. Ray es rápido, por eso tenía una gran ventaja en la primera parte de la prueba, ya que consistía en correr. Pero todo el tiempo que ganó lo desperdició a la hora de hacer el rompecabezas, levantando las piezas al azar sin pensar en lo que estaba haciendo.
—¿Ves como eres muy malo? —se burló Lex.
—No deberías presumir —censuró la profesora—. Desde el principio no te tomaste la carrera en serio, ni siquiera hiciste amago de correr en ningún momento; por esa razón has perdido el mismo tiempo en el trayecto que tu compañero en resolver el rompecabezas. Lo mismo podemos decir de la segunda y tercera parte de la prueba: uno corría sin parar mientras que el otro se dedicaba a caminar con tranquilidad y, a la hora de pensar, se tornaban los puestos.
Ambos niños estaban tristes, pues comprendieron que por culpa de su orgullo habían quedado los últimos en la competición.
Tras la lección de aquel día, Ray y Lex acordaron firmar una tregua para ayudarse mutuamente. Ray enseñaría a Lex a correr cuando fuese preciso y Lex, a cambio, le explicaría a su compañero las ventajas de pararse a pensar en determinadas ocasiones.
Gracias a aquel fabuloso acuerdo, del que ambos salían muy beneficiados, en la siguiente carrera quedaron los primeros de la clase y, con el paso del tiempo, se convirtieron en los mejores amigos del mundo.