El encuentro.
Era
la tercera vez que atendía al teléfono en apenas cinco minutos.
Otra
vez ella:
–¡Aló!
–contestó él, muy intranquilo.
–Querido,
ven hacia mí. No me dejes. –Respondió ella con voz gélida.
–No
puedo, sabes que tengo esposa y un hijo. De verdad, no puedo.
–Ven…
Fue
lo último que él escuchó antes de colgar el teléfono con rabia.
No
pasaron ni treinta segundos cuando el teléfono volvió a sonar.
–Querida,
no me hagas esto. No puedo ir contigo.
–Ven
mi amor, ven a mí. Estemos juntos…
Volvió
a colgar el teléfono. Esta vez, arrojándolo fuera de su vista.
Otra
vez, sonó el timbre del aparato.
Pero
ahora, no contestó, fue a su escritorio, sacó un revólver de entre las cosas
que había en la gaveta y se disparó en la sien derecha.
La
complacería, se iría a encontrar con ella.