El juego de la arena
—No sé bien qué es lo que te han
dicho. A pesar de todo, tus datos son inexactos. Sólo una persona ha muerto
desde que comenzó el juego y de esto hace ya décadas. Todo lo demás es una
burda exageración. Como sabrás, este desierto ha sido escenario de batallas
milenarias, de conflictos que han marcado la historia, desde hace un tiempo, y
desde que hemos conseguido que la paz sea duradera, también han sabido sus
arenas del juego. La primera etapa de éste se encuentra a sesenta kilómetros.
Me dirás: ¿Puede un hombre correr sesenta kilómetros en un día, no en
veinticuatro horas, sino en un día de luz? La mayoría pensaríamos que no. Pero
sí. Todos los hombres, debidamente incentivados, pueden correr sesenta
kilómetros antes que se haga de noche. Luego de incentivarlos en nuestro recinto
principal, salen en apariencias descontrolados. Tenemos especial cuidado en no
lastimar sus centros nerviosos o motores para que no se pueda decir que el
juego está arreglado; todos parten en la plenitud de sus condiciones físicas a
pesar de la previa aclimatación. Ciertos aspectos que creíamos previamente como
variables, se demostraron constantes en forma sorpresiva. Por ejemplo, todos
siempre corren hacia el sur. No sabemos por qué, pero esa es la dirección que
todos toman, siguiendo la línea que marca la elevación de las dunas y otros
accidentes naturales, como un desierto de sal hacia occidente, y el fingido
aullido de imaginarias fieras hacia occidente. Una especie de instinto los
lleva a intentar permanecer en la línea recta y nos ha sorprendido gratamente
que todos lo consigan.
La primera etapa concluye en un
caserón en ruinas que la arena no ha conseguido del todo cubrir. Su techo se ha
derruido y sus paredes aún muestran las fluctuantes marcas del fuego, pero
luego de andar durante diez o doce horas bajo el sol más abrazador, y con la
idea bien fundamentada de que te persiguen para matarte, cualquier cosa que
proyecte sombra y que sirva de refugio es recibido como si fuera el edén. Te
asombraría igual que a nosotros ver cuán uniforme se vuelve el comportamiento
humano cuando las condiciones que lo rodean son alteradas a conciencia. En este
refugio hay agua y comida, pero digamos que una sola ración; dentro del agua el
medicamento que los salva de la insolación. Nadie permanece más de ocho horas
en él, no me pidas a mí explicación. Quizás el recelo de saberse aún
perseguidos, la desconfianza natural, tal vez el sentido común. ¿Cuánto tiempo
se puede sobrevivir en una casa derruida en el medio del desierto?
La segunda etapa es la única que
ha variado a lo largo del tiempo. Al principio estaba a otros sesenta
kilómetros, pero la distancia ha variado hasta la mitad que es lo que se
conserva en la actualidad. No es una casa derruida, es un aljibe. Un poso de piedra
en el medio del único valle de un ligero tono verdoso. Se ingenien o no,
siempre consiguen bajar hasta el agua antes de seguir su camino. No importa
cuánto tiempo demoren en esta etapa. La mayoría pasa la noche junto al pozo,
como si la cercanía al agua potable les diera alguna protección extraordinaria,
o como si pudieran beber para tres días como lo haría un camello.
La tercera etapa es un espejismo.
La imagen borrosa del mar y de una especie de paraje de una blancura luminosa.
Los jugadores se desesperan, malgastan sus últimas energías en dar con él, en
acercar sus bocas a sus aguas corruptas y de mentira. Si no lo apagásemos justo
a tiempo, más de uno se arrojaría a revolcarse en la arena. Este es el sitio
crítico de todo el recorrido. Hemos colocado, en el preciso sitio donde se
deshace el espejismo, varios esqueletos de plástico, que parecen corrompidos
por el tiempo. Todos llevan la chaqueta roja que les ponemos a los
participantes. Si superan la frustración, a los veinte kilómetros alcanzan el
océano. Una elevación hacia el norte hace que el camino continúe sin variación
hacia el sur. A los diez kilómetros son rescatados. Claro, esto siempre que
sigan los signos claros, que no pierdan la paciencia y que mantengan todo el
tiempo el mismo rumbo. Hacemos creer que unos pescadores los encontraron
deambulando por la playa. Luego de varias vueltas de tuerca más, regresan a la
civilización, con la sensación heroica de haber vuelto de la muerte los más
fatalistas, los más moderados con una aventura en la que podrán ahondar por el
resto de sus vidas. Te asombraría ver a cuántos el juego les cambia para bien
la vida.
—No me has dicho nada de aquel al
que mataron.
—Sí, ese… ¿Sólo eso te ha
traído hasta aquí?
—Sí.
-Sabes, a veces es bueno ver una
cara conocida. Las cosas se vuelven reiterativas en el desierto…
—Te escucho…
—Bueno… El suceso fue de lo más
extraordinario. Debes saber que en ocasiones, el que participa es un total
desconocido. O sea… En muchas regiones del mundo, sobre todo en las más antiguas,
los registros que suponen deben dar referencia de la vida de los individuos, no
son completos y mucho menos fidedignos. Digamos que de este lado del mundo a
nadie le importa nada el individuo, no existen organizaciones estatales que
indaguen a fondo en la vida de las personas. Muchos curriculums son
incomprobables, sobre todo antes de los dieciocho años, edad en la que el
individuo es recién pasible de ser penalizado. El hombre en cuestión reaccionó
de lo más extraño al darse cuenta de que el mar era un espejismo llegado a la
etapa tres. Pareció salirse de sus cabales lo cual está dentro de los
parámetros normales, pero reaccionó de una forma que nos sorprendió a todos.
Permaneció en silencio hasta que lo cubrió la noche. Luego, como a ciegas entre
las dunas de arena todas iguales, camino de forma errática durante varias
horas. Llegó a un pequeño valle grisáceo entre la arena y volvió a detenerse.
Lo encontramos a la mañana siguiente como sumido en una especie de trance. Se
había sentado a lo indio, las manos descansaban sobre las rodillas con los
dedos articulados hacia arriba, como si imitaran la forma de una copa, tenía
los ojos cerrados y parecía sumido en un profundo estado de meditación. No
hicimos nada. Digo, no intervinimos. Averiguamos sus antecedentes y no
encontramos nada fuera de lo común, salvo que lo que había hecho antes de los
veinte años era difícil de comprobar. Pasaron los días, luego las semanas.
Nadie podía creer que aún estuviera vivo a los quince días, pero las reglas son
claras. Nada podíamos hacer mientras los chips de función vital continuaran marcando
que nada iba mal. El hombre había ido cambiando con los días. Su piel se había
tornado del color de la arena, se había agrietado y estirado hasta revelar los
relieves de los huesos inmóviles debajo. Desconfiamos de los chips, pedimos
autorización especial para intervenir el día veintiséis, pero nos fue denegada.
El día treinta y dos dudábamos seriamente que aún siguiera vivo. Parecía
mimetizado con el paisaje, como si se hubiera petrificado, como si se hubiera
vuelto roca y sólo esperara que la arena se lo tragase. Al amanecer del día
cuarenta, algo se salió del protocolo. Llegó un informe llamativo de sus
indicadores vitales. Pensamos que era el fin, que de una vez por todos los elementos
habían ganado su batalla. Pero era todo lo contrario. Su ritmo vital se había
acelerado a rangos sobrehumanos, algo similar a lo que esperaríamos de un
lagarto sentado mucho tiempo al sol. Las órdenes no se hicieron esperar, luz
verde para intervenir. Nos fuimos acercando con inusual prudencia. Una
perturbadora humedad se respiraba en el valle grisáceo entre las colosales
dunas de arena. El hombre tenía los ojos y la boca abiertos, como si se hubiera
detenido en mitad de un grito. Debajo de él algo había comenzado a crecer. Y
digo algo porque no sabría bien describir qué. Algo verde como un manto de
hierba se fue expandiendo hacia el grupo. Comenzamos a retroceder. Me sentí
presa de una deliciosa alucinación. El grisáceo valle ya no lo era tal, era un
vergel turgente y florecido. Sentí la humedad golpearme la piel y la fragancia
viva de ese caleidoscopio de intensos colores. Hasta creo haber percibido el
fluir de aguas cristalinas bajo mis pies…
—¿Qué ocurrió a continuación?
—¿Qué ocurrió? Ya lo sabes. Uno
de los francotiradores le disparó en la cabeza. El hombre cayó muerto hacia
atrás. La vegetación retrocedió hacia él hasta extinguirse. Y en su lugar quedó
la misma arena de siempre.