—EL MERGUAR DE UNA VIDA—
Como cada tarde, encendía la televisión con
ruido de fondo; su lingotazo de Brandy Jerezano, que recambiaba de la cómoda de
su dormitorio. Sentada, medio siglo en el balcón y siendo espectadora de una
vida. Le entretenía ver a la gente pasar por su calle. Llevaba muchos años sola,
—tras la muerte de sus padres—, a los que cuidó con toda clase de atenciones.
Nunca quiso
casarse por el infortunado recuerdo de un desamor que la abrasó y que la hizo
alejarse cual animal huye del fuego. Eran otros tiempos, pero la huella del
abandono del mozo aquél, sigue latente. Alguna vez se cruzan.
Su única novedad,
era las salidas diarias a misa de siete, —en las que ella luciendo modelitos de
otras épocas—, se echaba un poco de colonia a granel y peinaba sus rizadas
canas con los dedos ante el espejo.