El muerto en el entierro
EL MUERTO EN EL ENTIERRO
Dos bombillas de luz amarillenta presidían la ceremonia, iluminaban la estancia discretamente, como en casa de pobre que era. Yo tarde un buen rato en darme cuenta de lo que pasaba. El caso, es que allí estaba toda mi familia y buena parte de mis conocidos y amigos. Debo decir en honor a la verdad; que de los primeros se hallaban más que de los segundos, y no por que los últimos no hubiesen venido, sino porque de estos contaba más bien con menos. Allí estaba Cano, brillante ingeniero, al que hacía un par de años que no tenía el gusto de vislumbrar, ni física ni psicológicamente porque, la verdad, siempre me había importado un pepino. Estaba paco, el taciturno jugador de ajedrez trasnochado, amigo del café y de las pocas palabras; estaba Pedro Alberto, feliz padre de familia con su flamante mercedes (me refiero al coche), no a su mujer que también atiende por el mismo nombre. Mercedes no estaba, eche de menos su sujetador o quien sabe si sus tetas. ¿Y mi familia? Mi familia acudía al completo, como en las grandes ocasiones, como en las recepciones reales, como en los consejos de ministros, estaban todos, y con sus mejores galas. La cosa curiosa es que evitar de frente a mi tía, la del mal de ojo, por si las moscas. Mi padre estaba serio, y mi madre llorando, la consolaban o no sé yo que hacían, porque a cada palabra que escuchaba, sus lagrimas se hacían más espesas y sus ojos más oscuros. Sentí pena, pero yo no pude consolarla, lo intente. He dejado por último a mi hermana, que estaba, pero que no estaba. Me explico: se desplazaba por la casa ausente, con los ojos en gris y flotando, con esa gracia que tiene de andar sin tocar el suelo, sin romperlo con los pies, acariciando el polvo, y resbalando sobre el, como si caminara sobre las aguas en vez de sobre algo sólido. Luego intenté buscarme, y no me vi. Me asuste, por que yo a ellos si que los tenía enfrente, pero me ignoraban, aunque claro cambié pronto de opinión porque jamás me habían prestado la más mínima atención.
Intente que me vieran, hice toda clase de gestos, incluso le saque la lengua a mi tía, la del mal de ojo, pero ni se enteró, y eso que l situación me produjo un pánico atroz. Llame a mi padre con toda mi alma, creyendo que me escucharía, pero él, como si nada. Seguía con su rostro serio y demacrado, soportando las palmadas y abrazos que intermitentemente le iban llegando, ora de mi tío, ora de un primo segundo, ora de un conocido de la familia. Yo, compréndame usted, no entendía nada. Era una reunión amistosa, solemne y seria, estaba todo dios, y a mi no me hacían ni el más mínimo caso. Murmuraban animadamente unos con otros, se intercambiaban gestos, frases, lagrimas y abrazos, y a mí me prestaban la misma atención que al jarrón de la mesa del fondo, tanto, que casi tuve la tentación de preguntarle a el. No hizo falta, cuando me gire, con un horror indescriptible, me vi. Estaba muerto. No puede uno evitar que le aflore la sonrisa en estas situaciones, porque claro, me dije en un alarde de rapidez mental- ¡Anda que morirte y no enterarte¡, tiene cojones la cosa. Hombre, que quiere usted que le diga, yo siempre he pecado de ser un poco despistado, pero eso de fenecer y de enterarte en el velatorio es un poco dantesco, y la verdad, para que engañarse: un poco raro. Pues yo señor, le juro que no me entere de mi muerte, y no sé si fue para bien o para mal, la cuestión y los hechos como diría mi antiguo jefe, es, que no tuve conocimiento de los hechos hasta pasados tales, la verdad es que nunca entendí esa frase, pero yo metódicamente la iba adjudicando al libre albedrío en cada uno de los escritos que me ordenaba redactar.
Uno no se va al otro mundo todos los días, o no, usted me dirá, y yo lo había hecho hace poco, de repente tuve curiosidad por saber donde me iban a colocar. Mi familia no tenía panteón, y yo tampoco tenía ningún tipo de seguro de enterramiento. Ya seguro de mi condición de alma celestial y asumiendo plenamente el papel, que no me disgustaba de momento, porqué la única diferencia era que ellos, al parecer no me divisaban, y yo seguía disfrutando de todos mis sentidos, podía desplazarme normalmente, podía ver, podía oír, y nada más, porque al intentar encender un cigarro… je, je, je, mejor dicho a ir a cogerlo me percaté de que yo tampoco me encontraba a mi mismo. Y en ese momento si que empecé a acojonarme, por que yo ya no era algo material, que era lo que siempre había sido, ahora debía ser otra cosa. ¿Qué era?. Sentí tal repugnancia al hacerme la primera pregunta después de muerto, que enseguida me puse a buscar a dios, o al demonio, o a San Rafael, o a San Neponucemo, pero allí no había nadie, solo estaba un pensamiento que se asemejaba a mí. Tuve ganas de llorar pero ¿con qué ojos?, Me sentí triste, pero tampoco tenía corazón al que acudir en busca de misericordia, intenté recordar el amor, por si acaso por ser este un sentimiento etéreo, se encontraba en el mismo plano espiritual que yo (esto lo escuché en un programa de televisión, no crea usted que lo tenía preparado antes de morirme) Intento vano. Por lo que se ve solo tenía la virtud de cabrearme y de pensar. Yo, yo que me he pasado toda la vida pensando, haciendo filosofía sobre la existencia, leyendo a este y al otro, intentando encontrarme a mí mismo, intentando buscar a Jesús, intentando mejorar, encontrar al otro yo, descubrir mi espíritu, el karma, el nirvana, la meditación trascendental. Eso en el plano metafísico, y en el material ¡eh¡, y en el material, vamos que tiene gracia la cosa, he ido al colegio, he aguantado mandamientos idiotas, me he sentido culpable, he intentado ser el mejor, cuando el mejor nada mas puede ser ninguno, he hecho puenting, footing, joggin, fotografía en blanco y negro, me enamorado, me han engañado, he robado, he regalado, he dado limosna, me han partido la boca dos veces, he llorado por nada, me he cagado en dios muchas veces, he mentido, he trabajado a cambio de unas monedas, he sido un judas, un Jesucristo, un James Mason, y hasta una vez, una sola, eso si y que conste bien claro, me dieron por culo, y juro por dios, y escribiendo esto levanto la cabeza a ver si lo veo, y lo único que consigo es toparme con la nariz grasienta de mi tía Pilar, es un decir, porque he pasado a trabes de ella, y todo ¿para que? ¿Para que?. Pues por lo que estoy viendo solo para librarme del cuerpo, y ahora que lo menciono, por lo menos no me duele el estomago, que llevaba unos años –que anda que–, vamos que no veas si me jodía el muy cabrón, la primera ventaja que le veo yo a esta situación.
Vista la conclusión anterior, tampoco tenía porque dolerme el pie, ni la cabeza, ni las muelas, ¡joder con las muelas¡. Tampoco tendría que madrugar, no tendría que preocuparme más de pagar la luz, ni el agua, ni la contribución, ni cambiarle la goma a la olla Express, ni sonreír a la vecina, y de golpe y porrazo también había dejado de ser alcohólico. Oiga señor, no será esto una borrachera o un viaje astral, claro, ya me acuerdo, esto ha sido una cogorza de mil pares de cojones, y ahora en plena pesadilla te has visto muerto, claro, que idiota, como coño no se me había ocurrido antes. Para asegurarme fui hasta el ataúd, me volví a ver convencido de que era un sueño, y que me había pasado con el coñac la noche anterior, tenía que ser eso. La verdad es que el tipo de la caja tenía buena cara, -en líneas generales- claro está, porque lo cierto es que los dos algodones amarillentos que le asomaban por la punta de su nariz, quiero decir de mi nariz, le daban cierto aire siniestro, y también la fina venda que le rodeaba la mandíbula para que no se le desencajara. Intenté levantarle un párpado pero no se dejó, estaba claro que no era mí día. Yo, ya mas calmado deje que el sueño, la pesadilla, la realidad o la muerte siguiera su curso, al fin y al cabo yo estaba a gusto y no tenía resaca.
Mes estaba aburriendo, no porque no estuviera cómodo en mi casa, que lo estaba, pero tanta gente, y encima hablando de mí me sublevaba los nervios, y lo peor era que no podía intervenir. Daba mi parecer sobre el asunto, pero ellos seguían ignorándome por completo, y aunque todo eran parabienes y adulaciones, a mí me tenían mosca, porque nunca me habían ofrecido tal cúmulo de buenas palabras e intenciones en tan corto periodo de tiempo. Entre que no me hacían caso y mi desidia espiritual decidí darme un garbeo por el pueblo. Por la altura del sol, debía de ser más de mediodía. El otoño acababa de entrar y los árboles aún conservaban el esplendor veraniego, llenos de vida y vigor. –Quisiera hacer un inciso para que usted aprecie la dificultad que tengo en describir algunas cosas, puesto que no las puedo sentir, de acuerdo que puedo verlas y oírlas, pero no me esta permitido nada más, por lo que se ve aquí solo puede uno cabrerarse, claro que eso lo tengo que preguntar–. Y es que aquí todavía no se me ha presentado nadie a darme explicaciones, ni normas ni reglas, ah, se me olvidado decirle antes que tampoco puedo oler, y le menciono esto porque al salir de casa me he acercado a una mierda de perro, a ver si percibía algo, y nada. Hecha esta aclaración prosigo sin mas dilaciones ni apostillamientos (¿Es eso legal?)
Las campanas retruenan a difunto, supongo que será por mí, aquí en Aldemara no muere mucha gente, la última vez que hubieron dos difuntos en el mismo día fue en el –treintaiseis–, y no creo que venga al caso decir quien era, aunque claro ahora que voy a vivir allí, puede usted pasarse cuando quiera y se lo diré. Porque yo no sé tampoco, y vuelvo a errar en mis explicaciones, si el estado que tengo ahora mismo será definitivo, o solo es que me están dejando darme un garbeo hasta que me entierren, digo yo. Y, que, después como es lógico, que seguro que lo es, vendrá alguien o algo señalarme el camino, aunque sea el de Santiago, que ahora sin cansarme y sin tener necesidad de comer, no me importaría hacerlo. Lo de comer lo he adivinado porque no tengo por donde meterme el condumio, y, además, tampoco puedo cogerlo, sino que paso a través de él – curiosa situación– y claro, como tengo que sacar todas estas conclusiones sobre la marcha, a veces meto la pata y me cabreo, que como ya he dicho antes, y si no lo he dicho lo menciono ahora, el único sentimiento que tengo o que se me permite de eso tampoco tengo la completa seguridad es el de cabrerarme, o el de ponerme de mala leche, que a fin de cuentas es lo mismo.
He pasado de entrar en la Iglesia, porque tiempo tendré, y aquí estoy en la puerta de la taberna de Juan el Manchao, que es donde supongo deben estar todos mis compadres soplando a mi salud. En vez de pasar por la puerta como sería lo normal, he traspasado la pared en un santiamén, y me he marcado un farol a mí mismo. Me he puesto al lado del vaso de guiski d eMateo, o lo que es lo mismo al lado de él, era mi amigo, que no lo he dicho antes, y probablemente por eso no está en el velorio. He aquí mi sorpresa cuando he escuchado las palabras que salían de sus labios, que pronunciaba en ociosa conversación con Juanito, larguirucho amigo mío, de buen corazón algo embustero y amigo de los saltamontes, las culebras, las abejas y los reptiles:
-Pues si Juan, que no te miento, que el pobre la ha palmado con un hueso de oliva
-¿Sevillanas o partías?
-Partías
Ahora si que me estaba cabreando de verdad ¡ostias¡, mira que morirme por una oliva, no podía dar crédito a lo que acababa de oír. Me importaba un bledo no haberme enterado de mi muerte, que todo esto fuera una pesadilla o que fuera real, pero morirme así, después de haber bebido mas guiski que Escocia e Irlanda juntas en los últimos cuarenta años, después de haber jugado la vida tantas veces. Yo, que presumía, que fardaba, que amenazaba, que no le tenía miedo a nada ni a nadie, que había apuesta que no fuese capaz de superar, de acojonar al más pintado, de callar con mis brillantes exposiciones a cualquier intelectual de medio pelo venido de fuera, voy y me atraganto con una oliva, y encima partía, y seguro que estaba amarga y para colmo de males ni me entero. Si me está bien empleado. Y ahora esto, esta condena, condenado a ser el Muerto en el entierro, y nadie viene a ponerme la cruz, ni a consolarme, a consolarme no, porque no puedo estar triste, lo que estoy es más cabreado que un chino. Me di cuenta que tampoco podía gritar para desahogarme, porque aunque yo me escuchase, mis gritos no eran de aire, y no gastaban energía, y a cada segundo que pasaba, mi mala uva iba en aumento.
La ceremonia fue corta y triste, mi madre lloró mucho y mi padre no podía ni abrir la boca. El cura dijo lo que tenía que decir, y enseguida me echaron el agua y el incienso, dieron el pésame y entre mis cuatro mejores amigos(es un decir), hicieron el primer turno, llevándome a derecha e izquierda con gráciles movimientos y lento paso marcado al hunismo, por la pesada cuesta que llevaba al cementerio. Yo también formaba parte de la comitiva, que iba encabezada por tres coronas, eran bonitas para que negarlo. Una de mis padres, otra de mi hermana y otra de Cano el ingeniero, que por mi se la podía haber metido por el culo. Luego el ataúd: negro sepulcral, el resto de la comitiva, y yo cerrándola, cagandome en dios y en su puta madre. Aparte del enfado, miraba esto con cierta indiferencia, pues el que estaba dentro del féretro no era mi menda. Al parecer eso en otro tiempo había sido mi cuerpo, ahora me era una materia extra que, yo ya suponía en descomposición, pero que al mismo tiempo que caminaba, me arrastraba a seguirla como el único vestigio de mi existencia terrenal.
En resumen, no hay mucho más que contar, el cura paró en la puerta de la necrópolis, dijo lo que se supone que se dice en estos casos, y a lo que yo no presté mucha atención. Me metieron el nicho y poco a poco se fueron marchando, la última en hacerlo fue mi hermana, que dejó caer su ultima lagrima encima de la corana que ella misma había comparado, y se marchó. Me que solo, y supe que jamás podría salir de allí, por lo menos hasta que alguien viniera a decirme que hacer, porque aunque yo no sintiera ese cuerpo como mío, no podía abandonarlo, no sea que, se me ocurre pensar por poner un ejemplo, que me pregunten por él cuando yo este haciendo turismo en la muralla china, o en el Escorial, así que me quedé velando mi propia muerte indefinidamente con un sentimiento