El peor día
No cabía la menor duda: era incomprensible para su mente devastada, pero se había vuelto invisible.
Sólo él y nadie más que él era capaz de verse. Para los demás ya no existía. Era un espacio vacío atravesado por la luz y por el viento.
Un hombre cuya materia se había diluido.
Fue en vano que gritara porque su voz era inaudible. También fue en vano intentar golpear, abrazar o empujar a las demás personas. Ya no era nada. No lo percibían más que como puede llegar a notarse el aire.
Había comenzado ese día igual que cualquier otro.
Esa mañana se había levantado como siempre. El pelo revuelto, el andar despreocupado. De camino al baño, había encendido la radio y escuchado la voz del locutor dando el pronóstico del tiempo. Después se había duchado. El agua caliente y el jabón habían corrido como siempre por su cuerpo.
Se había mirado en el espejo mientras se afeitaba y se había visto con toda claridad la cara. Había cepillado sus dientes con la pasta con sabor a menta fuerte.
Hasta ahí nada parecía haber cambiado. Tenía por delante un día que podría haber sido igual, mejor o peor que cualquier otro, pero nunca trágico. Nada presagiaba que en poco rato más caería en la desesperación. Como si caminando por la calle, de un traspié se hubiera caído en el infierno.
Se preparó café y tostadas y miró por la ventana hacia la calle y vio como entraban los clientes a la panadería de la acera de enfrente. Vio como su vecino paseaba al perro.
Luego salió a la calle y tomó el ómnibus. Al subir, le cedió el paso a una mujer que ni siquiera le dio las gracias. Después pidió el boleto pero el guarda lo ignoró. Lo dejó ahí parado y se fue a conversar con el chófer como si él no estuviera allí, esperando un boleto que nunca le cobró.
Pero cuando entró a la oficina y sus compañeros y jefes lo ignoraron y comenzaron a hablar delante de él como si no existiera, se quedó perplejo. Fue inútil que gritara: siguieron hablando de él como si no estuviera presente, pues efectivamente para ellos no lo estaba.
Salió a la calle y obedeció al impulso de correr, como si corriendo fuera posible llegar a alguna parte en la cual pudiera volver a recuperar su visibilidad. Al fin se detuvo y sacó su celular. Las manos le temblaban. Marcó el número de un amigo. Se le hizo un nudo en la garganta, pues el amigo nunca lo atendió.
Estaba perdido en un lugar que no distaba físicamente de los demás y que sin embargo lo mantenía cruelmente incomunicado.
¿Se habría muerto? ¿Sería eso la muerte? Si así fuera, entonces habría multitudes de seres invisibles a su alrededor, incapaces de establecer algún contacto entre sí.
Volvió a su casa. Otra vez subió a un ómnibus y viajó parado en el descanso., parapetado contra la ventanilla como lo que ahora era: menos que una sombra.
Decidió que revisaría minuciosamente su apartamento con la esperanza de hallar algún indicio de lo que le había sucedido.
A esa hora, la mayoría de sus vecinos estaban trabajando, de modo que no se cruzó con nadie ni por el pasillo ni por la escalera. Abrió la puerta y al ver la cama desecha y la taza sucia del desayuno en el interior de la pileta, se sintió profundamente amargado, pues hubiera deseado sentir la despreocupación habitual de un día cualquiera.
Sin embargo ahí estaba, invisible y solo. ¿O loco? ¿Y si estaba padeciendo una enfermedad mental que lo desconectaba por completo de la realidad circundante? Era una posibilidad.
Encendió la computadora y durante una hora, se dedicó a enviar mails y mensajes a través de las redes sociales a todos sus contactos.
Si alguien respondiera, entonces habría encontrado una vía de comunicación.
Luego se dedicó a inspeccionar su apartamento. Se alegró de que su mente aún fuera capaz de seguir funcionando en semejantes circunstancias.
Durante el término de una hora se dedicó a revisarlo todo sin encontrar nada irregular.
Primero había revisado su cama, por arriba y por debajo. Luego los placares, los estantes con sus libros, los pisos, las paredes, en la cocina, en el interior de la alacena y en el de la heladera.
¿Y si se había drogado y estaba sufriendo una terrible alucinación?
Buscó en el botiquín del baño: no había ningún medicamento extraño. Los que estaban eran los de siempre, un colirio, agua oxigenada, analgésicos.
Concluyó que no había nada más que hacer en ese aspecto. Fue a la cocina, se preparó un café y volvió a su computadora. Sintió una horrible opresión en el estómago, al comprobar que nadie había respondido sus mensajes.
Si es que ya no estoy loco, muy pronto lo estaré, se dijo.
¿Será así como se sentirán los animales arrancados de su hábitat y encerrados en zoológicos? ¿Se sentirán así
de solos?
Volvió a salir, no podía conservar la calma y mucho menos quedarse quieto.
Caminó por horas. A cada paso alentaba la esperanza de volver a ser visible. Se acercó a varias personas, les habló, las empujó. Pero su presencia continuaba siendo inadvertida. Al fin llegó a la rambla y bajó a la playa. Se sentó sobre la arena y se quedó mirando el mar. Era un día frío y ventoso. El ruido del mar era violento y le hacía bien.
Permaneció así hasta el anochecer. Durante todo ese tiempo su mente se quedó quieta, detenida frente a un muro blanco.
Volvió a su casa. Estaba exhausto. Se tiró en la cama.
Se preguntó cómo sería el día siguiente, si todo volvería a la normalidad, si debía tener esperanza, ese sentimiento que según las circunstancias hasta pueda parecer absurdo.
Excelente!!
Gracias
Ecos de Kafka. Lo he disfrutado.
“Era un espacio vacío atravesado por la luz y por el viento.”
Polanco, tu comentario es muy valioso para mí, muchas gracias!