El Tanque
El Tanque
Sandra vive a unos
kilómetros de Bolívar. Es una ciudad chica para algunos viajeros que se
detienen a preguntar en épocas de verano, porque parecen perderse en esa
pequeña ciudad.
Sandra nunca salió de
Bolívar, por eso solo sabe de aquello que le cuentan o enseñan en la escuela.
Ella ayuda a su familia
a trabajar la tierra. Tienen un campo, y uno de ellos, el que da al patio de su
casa, y al que mira su ventana, tendrá por primera vez girasoles.
A Sandra le encantaba
ver aquellos campos dorados y por fin tendría uno en el patio. El único
problema era que esos girasoles durante toda la mañana le daban la espalda.
¿tener girasoles que te dan la espalda? Cómo entender eso, pensaba. Por la
mañana le daban la espalda y por la tarde la miraban. Pero Sandra no lo entendía,
y todas las mañanas esperaba que los girasoles la miren, sin respuesta alguna.
Un día, con la maestra
de la escuela, Sandra fue con sus compañeros a un lugar de la ciudad llamado
“El Tanque”. Éste era un viejo tanque remodelado en el que se exponían
pinturas, obras de títeres, teatro y otras cosas más.
El tanque era tan alto
que llegaba al cielo. Su color turquesa y blanco hacían se mezcle con el color
de aquél y las nubes. Allá arriba Sandra lo vio: el campo de girasoles,
mirándola… por la mañana. Sí. Desde allá arriba, veía su casa, su ventana, y su
campo de girasoles, dorados, mirando al sol, pero lo más importante: mirándola
a ella en la ciudad, que desde el tanque, que de arte tendrá bastante, de ella
siempre tendrá un paisaje, el más bello, el más radiante que alguien
contemplase.
Sandra lo puedo
entender: sus girasoles no la miraban por las mañanas, porque su tarea era
otra…mirar a la ciudad y dejarse ver desde aquella.
Por las tardes, el
patio dorado era de ella, hasta que el sol comenzaba a bajar, para seguramente,
otros campos de girasoles poder alumbrar.