LOS LABRIEGOS
Había guerra en el monte. Sólo se escuchaban las balaceras. Los combates infundían terror en la región. Para lo peor, un campesino estaba desesperado. Vivía a solas con su hijo y los dos no tenían que comer. Hace eso de unas noches, les asaltaron su finca. El robo pasó de un modo inesperado. Unos bandoleros; irrumpieron en los huertos, saltaron los alambres con chuzos, luego se cargaron consigo las cosechas. Por lo pasado, este padre atormentado no supo cómo hacer para jornalear y así poder alimentar a su niño.
Aparte, diferentes pueblerinos culparon al campechano de ser traidor, por ser amigo de los guerrilleros. Tanto, que hasta le gritaban soplón desde las veredas. A causa de ello, nadie auxilió a este hombre desamparado, cuando estuvo sin comida. Ni si quiera su compadre, fue capaz de visitarlo. De locura, los enemigos de su misma patria hasta casi lo acribillan. Cierta tarde gris; ellos arribaron a su aldea, disfrazados de negro. Sin mente; lo atraparon y lo laceraron contra un palo, feroces cortaron su sangre, reventaron sus venas. En dolor, el señor se sintió desterrado, humillado por ser pobre.
Así de mal, creció su atroz miseria. Fue una crueldad, que padeció por la exigencia de unos milicianos infames. A su vez se supo todo abandonado. Y nomás, que por la providencia, siguió existiendo con coraje, se salvó en esencia del cuerpo.
Con furor entonces; se erguió levantando la cabeza, recompuso sus sentidos. Sobre la ansiedad, comenzó a caminar hasta su cuarto. Apenas llegó al recinto, cogió los corotos que tuvo a la mano. Acto seguido, armó su mochila y una vez terminó, se vendó las heridas. De otras lágrimas, subió a su hijo a los hombros con cuidado. De paso, ambos se fueron yendo de sus tierras exuberantes. No hubo otra alternativa para ellos. Era irse o fenecer sin piedad. Así que veloces, cogieron por unos arrozales según como los canarios chillaban. El padre por su posición, fue sesgando la maleza a punta de machete, para abrir trecho. Progresaron ya con agilidad, sin mirar atrás ni por error. Al cabo de los secos crepúsculos; ellos lograron desenterrarse, huyeron a la capital calentana.
Rusvelt Nivia Castellanos
Artista de Colombia