Estrellas y arena
Estrellas, miles de estrellas eran el techo de su hogar, arena y más arena eran su alfombra. Noa, cada noche miraba ese cielo, ese lienzo lleno de preguntas, lleno de esperanza. Una ilusión o una quimera se abría camino en su mente y en su corazón. Conocer a esa sombra que entraba y salía de sus sueños, dejando tras de si mucho dolor. Conocer a su padre, lo soñaba en esos momentos en los que abandonaba la realidad y se dejaba abrazar por la inconsciencia. Lo imaginaba como una alta y silenciosa silueta, con mirada misteriosa, envuelto en azules ropajes, que tatuarían su piel. Sus pisadas se alejarían de forma cadente dejando una estela de lágrimas en la arena. Era un deseo que dolía, que rompía pero a la vez lo hacía: fuerte, errante, guerrero, libre. Soñaba con ese padre Tuareg. No sabía ni cómo, ni cuando ese latido había nacido en él, pero su alma le susurraba que era parte de ese altivo pueblo, hijos del desierto. Era uno de ellos, supervivientes de las ardientes arenas, de la sed perpetua, del caminar errante. Nunca había viajado más allá de esa majestuosa montaña, el Atlas, era su norte, su sur, su principio y su final. Vivía en un país de dualidades , virgen y a la vez antiguo como el mundo, con animales y vegetación exóticos. Pero él solo había sentido en su joven cuerpo arena y soledad. Su país era desierto y vergel, inocencia y crueldad, pobreza y riqueza. Noa, se abrigaba con las historias de sus mayores, de un árbol con las raíces al aire y su copa en la arena , llamado Baobad, le gustaba ese nombre, deseaba ser ese árbol, símbolo de lo diferente, en un lugar donde podías ser libre o esclavo, siempre la dualidad de esa tierra, fría la noche y caluroso el día. Era un país con todo y con nada, como él, con su rebaño, sus sueños, su esperanza, su juventud. Pero sin padre, sin pasado, sin arraigo, sin lágrimas. Tan sólo con su latido y su libertad mirando al futuro. Estrellas y arena serían testigos mudos de ese camino errante, de esa búsqueda envuelta en esperanza. Estrellas y arena serían su hogar, su abrigo y su consuelo. Y con el correr de los tiempos, también él sería arena y polvo de estrellas.