Etéreo
Creo que nunca pensé que aquella noche iba pintar el cuadro más famoso y erótico de la historia. Era joven, por aquel entonces, un simple pintor que se ganaba la vida pintando cuadros nefastos, algún que otro retrato de un niño excesivamente rico, que solicitaba mis servicios. Pero nada más, nada más hasta el cuadro que pasaría a ser Etéreo.
Las calles olían a todo, principalmente a agua sucia, ¿qué podías esperar? esa época victoriana además de ser pomposa, que es por lo que la conoce todo el mundo, tenía también su lado oscuro, la pobreza, por un lado, y la suciedad y mugre por otro.
Esa tarde olía especialmente bien, no sé porque, pero iba caminando hacia mi estudio a recoger mis materiales de pintura para un encargo especial. A ser sincero, no sé de qué se trataba, un conocido mío me recomendó a un aristócrata y éste acto seguido decidió contratar mis servicios.
No soy buen pintor, normalmente pinto retratos de niños, o de prostitutas, pero nunca de aristócratas, estaba un poco excitado ante esa idea.
La mansión, aunque llamándola así me quedaba corto, se encontraba en la parte rica de Londres, en un vecindario conocido por la cantidad de ricos que vivían allí. Me había puesto un tanto elegante para la ocasión, me quité los andrajosos trapos que llevaba y me puse una camisa blanca y el traje típico victoriano. Un criado me recibió con total respeto y elegancia, decidí grabar todos los detalles en mi cabeza. Me condujo por un pasillo a una sala demasiado oscura para mi gusto, la única iluminación la proporcionaba la hilera de lámparas de gas y alguna que otra vela por ahí suelta. Incluso las cortinas tenían un verde oscuro casi gótico, todo eran tonalidades oscuras, simplemente exquisito.
Me dijo el criado que me sentará y que me acomodará en el espacio que habían reservado para mí, era una silla de lo más elegante, tenía mi caballete en frente y todos los materiales esparcidos en una mesita. Estaba esperando a los modelos en silencio mientras absorbía la carga misteriosa de aquel espacio. Me recordaba a una tormenta otoñal, todo oscuro, un olor a viejo, a agua fresca, pero también a flores; las lámparas me recordaban a los relámpagos, simplemente estaba encogido.
-Supongo que usted debe de ser el pintor.
La voz dura me llegó como una nota del contrabajo, excitante, y demasiado cargada con una sensualidad digna de ser escuchada. Me giré en mi silla y posé la mirada sobre un ser que simplemente me robó el aliento.
Ante mis ojos veía el David de Michelangelo, puro músculo esculpido, diría yo, por los dioses. No era ni mucho menos lo que esperaba el típico aristócrata, era una mezcla entre un demonio oscuro, o un ángel caído, no sabría cómo definirlo. Su piel oscura como la noche brillaba a la luz de los relámpagos. Su pecho, pulido en bronce, estaba decorado con un vello que hacía cierto contraste, aunque seguían la misma gama oscura, eran más negros que su piel.
Creo que se dio cuenta que me quedé mirándolo, porque me sonrío, me monstro unos dientes tan blancos que me cegaron, no era humano, era la encarnación del infierno lo que adoraba en ese instante.
Apenas pude abrir la boca, cuando ante mis ojos apareció otro ser, digamos que todo lo opuesto a mi demonio oscuro, era un ángel. Venía envuelta en seda, aunque sobresalían sus voluptuosos pechos, y parecía que estaba flotando.
Era tal contraste lo que veían mis ojos, que por un momento pensé que me había vuelto daltónico, tenía ante mis ojos, el infierno y el paraíso, el príncipe de las tinieblas y la luz celestial. No me di cuenta de que no respiraba, y tampoco me di cuenta de que estaba tan excitando y tenso, que, con un solo roce de aquel dúo, podría convertirme en un volcán a punto de explotar.
Me aclaré la garganta y decidí hablar, aunque mi voz solo fuese un hilillo casi inaudible.
-Disculpe mi impertinencia. Sí, soy el pintor. Imagino que es a ustedes a los que debo de pintar.
Sólo asintieron, sentí que tragaba con dificultad, era el trabajo más difícil hasta ese momento.
En medio de la enorme sala, ambos cuerpos se tumbaron en un majestuoso sofá, él tumbado de espaladas y ella encima suya, ambos se desnudaron, y pude notar la carga sexual que se respiraba en aquel espacio que empequeñecía.
Ella tenía la espalda un tanto encorvada, por lo que pude apreciar como su miembro sobresalía de su interior, pude apreciar lo duro que estaba con la cantidad de venas que tenía, ella estaba excitada, veía un líquido perlado adorando su vello, y como sus labios acogían aquel miembro.
Estaba sudando, no sé si podía hacerlo, sentía mi propio miembro que quería liberación, pero lo ignoré, estaba demasiado embelesado con aquella mezcla cromática.
Él tenía una mano acariciando los puntiagudos pezones, mientras que con la otra masajeaba su encorvada espalda, haciendo suaves círculos en su trasero.
Ella tenía los labios ligeramente separados, y un pequeño suspiro salió de ellos, era un suspiro de deseo que jure representar. Se movía muy despacio, era pura danza, puro espectáculo erótico, pude ver su pecho subir y bajar al unísono que pequeños suspiros salían de sus carnosos labios.
Tenía una mano apoyada en su pecho, y jugaba con su rizado vello, la otra le acariciaba el rostro, podía ver el enorme amor que había, sin embargo, también pude ver el salvajismo que escondían esos dedos, que poco a poco los introducía entre sus labios, y los sacaba para después pasárselos por su propio pecho.
Estaba embobado con esa escena, mis manos se movían solas sobre el lienzo, siquiera estaba mirando lo que pintaba, sólo podía seguir las pequeñas gotas de sudor que se reflejaban en ambos cuerpos, la luz como se estrellaba sobre los mismos. Creo que he descubierto una nueva gama de colores, una armonía que sobresalía de lo convencional, eran colores prohibidos, pero pensaba sacar su provecho al máximo.
Les pedía que cambiasen de postura, necesitaba apreciar cada detalle de aquellos cuerpos. Pero en el mismo instante que se lo pedía, me arrepentí, ahora ella estaba sentada sobre sus rodillas y con las manos apoyada en el respaldo del sofá, ofreciendo una panorámica que prometía pecados.
Cogí el pincel y empecé a pintar.
No sé si era la tensión sexual, o el simple hecho de que estaba absorbido totalmente por la tarea, pero de repente empezaron a salir sombras del cuadro, cada una de un color distinto, formando una hilera en el salón que ya no era el mismo que hacía un instante, era un salón de baile.
Me levanté asombrado con el pincel en la mano, de fondo se escuchaba un vals muy oscuro, las notas me erizaron el pelo hasta tal punto que tuve que centrar la vista en las distintas figuras que había ante mis ojos.
Todas llevaban antifaces, incluso la orquesta. Esta vestía de color negro como la propia melodía.
Caminé despacio por delante de las figuras y me paré delante de una de color blanco, moví el pincel y todo rastro de ropa desapareció quedando expuesto dos cuerpos desnudos, idénticos a los que estaba pintando.
Ella estaba de rodillas delante de él, chupando su miembro con un fervor que le sacaba varios gemidos mientras absorbía su esencia. Tenía todo el rostro tenso, estaba sudando, le costaba mantenerse de pie, y eso también se veía reflejado en su miembro, sobresalían las venas. Estaba penetrando su boca con demasiada ansia.
Me giré hacia otra pareja, esta era de color negro, moví nuevamente el pincel, y me encontré mirando como el chico levantaba a la chica y metía la cabeza entre sus piernas. El deseo era tal que ella echó su cuerpo hacia atrás ofreciendo una vista increíble hacia sus pechos. Podía ver pequeñas gotas de sudor que se escapaban y corrían al encuentro con su boca, era todo un espectáculo. La sujetaba por el culo, y sus piernas estaban lo suficientemente separadas para que el pudiera lamer sin parar, y penetrarla con su lengua hábilmente.
Sacudí la cabeza, y dirigí mi vista hacía otra pareja, está tenía un color gris humo, moví el pincel y ambos cuerpos estaba uno encima del otro, sin embargo, con las cabezas invertidas, ella tenía la cabeza o mejor dicho la boca sobre su miembro y él la suya entre las piernas, me recordó a dos cifras invertidas. La sujetaba por los tobillos mientras le lamía con énfasis el clítoris, ella jadeaba alrededor de su pene, le pegó un pequeño mordisco a la punta, mientras poco a poco se deshacía sobre él, el clímax estaba a punto de llegar.
Estaba asombrado, me dirigí hacia otra pareja, esta tenía un color verde musgo, parecido al color del salón en el que pintaba, moví el pincel y vi la chica postrada de rodillas con la boca ligeramente abierta, estaba esperando expectante mientras él vaciaba todo su líquido sobre ella, perlado y brillante, mientras levantaba la cabeza hacia el techo soltando un largo gemido. Derramó toda su esencia sobre su boca, algunas gotas se quedaron atrapadas en la punta y ella le dio un lametazo demasiado lento, provocando que el chico la agarrase por el pelo y la penetrara con tal rudeza, que su grito fue un alarido en el inmenso salón.
Apenas noté como mi propio cuerpo hizo lo mismo, sentí mojado el pantalón, y bajé la vista para ver lo evidente.
Volví a sacudir la cabeza y de repente estaba en el mismo salón de antes, con los protagonistas en el sofá mirándome expectante.
-He terminado.