Éxodo
La dulzura se hizo harapos. Jirones de tierra estéril y sed añeja.
La sangre se secó en su paladar hasta perder totalmente el gusto y la sal. Y el frío… el frío se impuso a las áridas bofetadas de un sol en lo alto, para abrir brechas sobre su piel, para trenzar de miedo sus cabellos.
Se desgarraron los días entre el estruendo, y vivir se convirtió en un continuo éxodo. La huida sin retorno del que camina sólo para no perder el aliento. Pasos sobre el polvo y la piedra, hollando los senderos, desangrándose en cada peaje. Pies que se arrastran, venciendo el trecho que tiene como origen el terror y único destino la esperanza de una vida que, aunque entre perdida y asfixiada, quizá todavía consiga exhalar.
La carne de la que abre el camino se despedaza, se vuelve andrajos. El viento, las sirenas y los silbidos le desmenuzan el alma, pero en su espalda… en su espalda todavía se cobija calor. Aquel que alimenta la hilera de ojos vítreos y miseria que vaga tras ella. Un manojo de hambre y huesos que han renunciado a pensar. Que confían en su estela como única certeza. En sobrevivir, como única dignidad.
Sigue caminando, bella y hermosa.
Deja atrás las veredas, donde se apagan los latidos de los que ya hieden bajo el sol.
Sigue caminando. Deja atrás los llantos, casi mudos, de los que ni siquiera han conseguido morir.
Resiste, bella y hermosa. Respira el aire que aún sobrevive y sueña esta noche con silencio, esperanza y color.
Escultura: “L’exode” por Fanny Ferré
Fotografía: *Modimo* (vía flickr.com)
Relato original: Exodo · acervo.es