Fábula de La Rosa y El Caracol
Había una vez una rosa que lloraba desesperada y un caracol también llorando a mares. La rosa estaba muy triste porque alguien le dijo que Dios había dicho que su belleza, con todo y ser lo más bello de cuanto existe, no dejaría nunca de ser también la más efímera. Bastará el sol fuerte de una tarde de verano y todo su esplendor se perderá en el polvo, había dicho El Señor Que Da Y Quita La Vida.
Y que gano yo con ser tan bella si he de brillar solo un día, se lamentaba la hermosa.
Entonces la oyó el caracol, que lloraba al pie del rosal. Mi suerte no es mejor amiga rosa, le dijo el caracol. Un pájaro feroz ha devorado mis entrañas y ahora estoy condenado a ser una casa vacía para siempre, con mis puertas abiertas para nadie. Sin embargo, he escuchado tu amargo llanto y se me ha ocurrido una solución. Ven a vivir a mi casa, querida amiga. Allí estarás a salvo del inclemente sol. Una vida segura es siempre más larga, sentenció finalmente el caracol.
La rosa meditó tan solo unos minutos, y luego le respondió: Gracias, amigo caracol, eres muy generoso, en verdad. Pero tu casa es pequeña y oscura y en ella las puertas están a ras del suelo. Prefiero tener al sol como enemigo y no a la noche por aliada.
Y dejó de llorar la rosa bella. De repente, había entendido a Dios.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Muy bueno, sí señor. Pocas palabras hacen falta para decirlo todo, lo difícil es dar con ellas. Muchas gracias por tu sencilla grandeza.