FELIZ NAVIDAD DOCTOR

FELIZ NAVIDAD DOCTOR

Mi nombre es Angelines, la señorita Angelines. Mientras estuve al frente de la clase de 5º de primaria de aquel pequeño colegio, el último dia de curso, antes de las vacaciones de navidad, siempre lo terminaba diciendo a los niños una mentira, siempre la misma mentira.

Imagino que como la mayor parte de los profesores hacían, miraba a mis alumnos, les deseaba feliz navidad y les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era así, porque ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, se sentaba un niño llamado Diegus León.

Había observado a Diegus desde el año anterior y había notado que no jugaba con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño.

Diegus comenzaba a ser un tanto desagradable.

Tal era mi exasperación, que llegó el momento en que comencé incluso a disfrutar al marcar los trabajos de Diegus haciendo muchas equis y colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas y exámenes.

En aquella pequeña escuela donde enseñaba, me era requerido revisar el historial y llevar un seguimiento de cada niño anualmente, dejé el expediente de Diegus para el final, no tenía ganas ni de leerlo. Pero cuando finalmente lo revisé, me llevé una gran sorpresa.

La Profesora de 1º había escrito: “Diegus León es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales… es un placer tenerlo cerca”.

Su profesora de 2º había escrito: “Diegus es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero últimamente se le nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y por lo visto, ambiente en su casa debe ser muy difícil”.

La profesora de 3º había escrito: “Su madre ha muerto recientemente, ha sido muy duro para él. Trata de hacer su mejor esfuerzo, de seguir, de luchar, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas”.

Su profesora de 4º había escrito: “Diegus se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase”.

Al leer su expediente me di cuenta de cuál era el problema de Diegus y me apenó mucho. Estaba enfadada conmigo misma por no haberle dado la atención que merecía.

Pero un dia comencé a sentirme todavía peor cuando mis alumnos me trajeron sus regalos de Navidad, envueltos con preciosos lazos rojos y papel brillante, excepto Diegus.

Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que se ve que había cogido de alguna bolsa de papel.

Cuando me lo entregó, me dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros niños.

Algunos de sus compañeros de clase comenzaron a reír a carcajadas cuando  al desenvolverlo, encontré un viejo brazalete y un pequeño frasco de perfume con sólo un cuarto de su contenido.

Detuve las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se me lo probaba y me colocaba un poco del perfume en mi muñeca. Diegus se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decirme:

—Señorita Angelines, quiero que sepa que el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá.

Cuando Diegus se marchó, me se puse a llorar como no recuerdo haber llorado antes.

Desde ese día, dejé de enseñarles a los niños solo matemáticas, a leer y a escribir.

Desde ese dia, en lugar de eso, comencé también a educarlos.

Puse especial atención especial en Diegus, sin descuidar mis otros alumnos. Conforme comencé a trabajar con él, su cerebro empezó a revivir, a volver a ser el niño de antes, a vivir de nuevo.

Mientras más lo apoyaba, el respondía más rápido. Para las navidades siguientes, Diegus se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira de que quería a todos mis alumnos por igual, Diegus se convirtió en uno de mis consentidos.

Esas navidades, con gran tristeza en el corazón, tuve que trasladarme a otro colegio. Me despedí como siempre de mis alumnos, diciendo que los quería a todos por igual.,

Un año después, el dia de navidad, encontré una carta debajo de mi puerta, era de Diegus.

En la nota me decía que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Eso me llenó de orgullo e hizo que siguiese educando a mis alumnos, y no solo enseñando.

Seis años después, también el dia de navidad, recibí otra carta de Diegus, ahora escribía diciéndome que había terminado su ciclo formativo siendo el tercero de su clase y recalcaba de nuevo que yo seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cuatro años después, de nuevo el dia de navidad, recibí otra carta en la que me  decía que a pesar de que en ocasiones las cosas habían sido muy duras, se mantuvo firme y constante como yo le había enseñado y que pronto se graduaría en la universidad.

Me reiteró que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y que era su favorita.

Cuatro años después recibí otra carta, y otra vez, como todas las anteriores, el dia de navidad. En esta ocasión me explicaba que después de concluir su carrera, había decidido viajar un poco.

En la carta volvía a decirme que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y que seguía siendo su favorita, pero a diferencia de las demás cartas, ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por el Doctor Diegus León.

La historia no terminó ahí, en esa misma carta, en otro sobre diferente, Diegus ahora me decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y me preguntaba si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio, por supuesto acepté con gozo.

Ese dia me arregle como nunca antes lo había hecho, me puse el viejo brazalete y me aseguré de usar el perfume que Diegus recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos.

Cuando nos vimos, nos unimos en un gran abrazo y el ahora doctor Diegus me susurró al oído, «Gracias señorita Angelines por creer en mí. Muchas gracias por apoyarme, por hacerme sentir importante y por mostrarme que yo puedo marcar la diferencia».

Yo, con lágrimas en los ojos, tomé aire y le dije, «Diegus, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo marcar la diferencia. No sabía cómo educar hasta que te conocí…feliz navidad doctor».

Fin




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