Gotas
Duermo cerca del baño, al fondo. No pretendo presumir, aunque sé que ese es uno de los paraísos del perezoso y de aquellos a los que no les gusta que se entrometan en sus cosas. Sin embargo, es realmente horrible tratar de conciliar el sueño, cuando un grifo gotea. Supongo que es una evolución de la antigua tortura, pero claro, sin muerte aterradora.
El caso es que con el tiempo, en vez de jurar en arameo, pasé a apreciar la caída rítmica (eso sí, con irregular frecuencia, porque las gotas son caprichosas y solamente caen cuando quieren, aunque las empujen), y aprendí a convertirla en un instrumento para combatir mi insomnio.
Meses después, alguien decide arreglar el grifo. Lo echo de menos. Lo necesito. Miro el móvil que uso como despertador. Ya hace 3 horas que debería estar durmiendo. Es insano. No es normal. No tiene sentido. Pero es una buena manera de entender por qué a veces nos habituamos a las cosas que continuamente fallan o funcionan mal, e incluso llegamos a disfrutar de ellas.
Nada es perfecto, y tampoco mi nuevo grifo.