GRACIAS POR NO JUZGAR

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GRACIAS POR NO JUZGAR

Discúlpame, si no soy como tú. Perdona, si me niego a ser una mujer convencional… soy, otra loca que anda  suelta. Me gusta  la gente rara, los patitos feos, los rechazados, los excéntricos o solitarios, los perdidos y olvidados. Me gustan porque, generalmente estos individuos, poseen las más hermosas almas.

Si no te gusta que te juzguen, no lo hagas con los demás. Es algo tan sencillo que nos olvidamos de hacerlo. Es como parpadear… lo haces, no te das cuenta y, encima,  te pierdes  el mundo la mitad del tiempo. Estarás de  acuerdo conmigo en  que, un tiempo siendo ignorante… es un tiempo perdido.

Hace unos días me encontré un diario; estaba anudado con una cuerda, pretendiendo refugio a las confidencias en  él  guarecidas.   El atado no les procuraba hermeticidad, contrariamente les confería un toque aún más enigmático que  invitaba a  penetrar en sus revelaciones. Resultó ser  una  historia  íntima entre mujeres; unas  memorias que  hablaban de amor: amor, con cada una de sus letras. Tristemente, comprobé que  no  les permitieron disfrutarlo. Razoné que se mantuvo en  secreto su pasión, camuflando sus deseos en las hojas de aquel pasquín deteriorado por  el paso de los años; pero  hoy, yo lo  trascribo. Lo destapo, para obligar al lector a comprender que todos sentimos, amamos y sufrimos ¡Quiero que todos vean que ningún amor es diferente!  No, al menos, por ser entre mujeres. Intento demostrar que la vida no es fácil para nadie, que cada cual lucha a diario con su destino y que, solo enfrentándonos a él, hallaremos felicidad. El corazón va por la vida, de daño en daño… para nadie es fácil, para ellas mucho menos.

Les tocó en suerte una época extraña. El país había sido parcelado en distintos bandos; cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias y de un pasado sin duda  heroico. Un planeta,  en general,  fragmentado  en  distintos  países, con  diferentes derechos reconocidos para  una  idéntica  raza: el ser humano. Un mundo repleto de agravios, de aniversarios  inútiles, de demagogos y de multitud de símbolos. Moraban en un lugar repleto de fronteras; separados los países por esa división que auspicia las guerras.

Una había nacido rica, y la otra… sin  tanta  suerte. Esta  última, había  estudiado solo para  poder  escribirle  sus  sentimientos, confesados finalmente en una nota de amor en la que, entre garabatos, le profesaba su cariño: un afecto que se mostraba tímido, por sentirse muy diferente al resto de pasiones conocidas. Hubieran podido ser buenas amigas, pero el amor enmarañó sus vidas, pues eran esclavas de una cultura que no les permitía elegir. Describía a su amada, de igual modo que si se tratara de la princesa protagonista de un cuento:

«Hoy la he visto en el baile: no podía estar más guapa. La he tenido que contemplar de lejos, pero su hermosura se desplegaba por toda la plaza. Su madre no me permite acercarme a ella… mi inoportuna contestación, en su casa, fue un duro golpe para mi señora, y su sangre azulada entró en ebullición: clamó su rabia castigándome con el distanciamiento. No obstante, poco me importa la decisión de su madre: yo cada día la quiero más y la necesita más mi alma ¡No necesitas hablar con alguien todos los días para estar enamorado! Yo, la amo… La quiero como para salir a pasear y hablarle de ternuras todo el tiempo, mientras pateamos piedritas como hacíamos de niñas. La quiero tanto, que me conformaría con ir a pisar hojas secas una de estas tardes, sin importarme si pudiera o no rozar su cuerpo. Me serviría de consuelo, el volvernos locas de risa y recorrer sin prisa las calles, sin temor a que nos miren y puedan adivinar el amor que sentimos. Quisiera llevarla al olivar, y confesarle que es allí donde me siento muchas tardes a pensar en ella. La amo como para escuchar su risa toda la noche, como para no separarme de ella jamás. La quiero más que a nada, ¡más que a nadie! Sé que su madre procura dar fin a nuestra amistad, acotando los sentimientos que ya presupone… pero, cuando un sentimiento es de verdad, no se va tan fácilmente como ella pretende. Aun mandándome matar, no dejará de amarla mi alma».

La noté más sumisa respecto a su posición, e incluso advertí que soportaba con resignación los embistes de esa madre, que se negaba a aceptar los «gustos» de una hija enamorada. Supongo que reconsideró que el mundo no andaba tan revuelto por la maldad de los malos, sino por la apatía de los buenos y, de este modo, asumió perdonar y agachar la cabeza. Sin embargo, entendí que no lo hizo por resignación, sino atendiendo, con inteligencia, que esa «señora» necesitaba presentir la sumisión para proteger su altanería. Le regaló la fingida rendición para obtener, al menos, la posibilidad de estar cerca de su amor. Paqui quería a Enriqueta como se quiere a ciertos amores, a la antigua: con el alma y sin importar nada más.  Se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Estaba claro que haría cualquier cosa por ella, hasta perdonar a esa mujer que se interponía entre las dos. El que no vive para servir, no sirve para vivir… Se nombró, en consecuencia, sirvienta de su amor y asumió los pormenores. Ahogó su rebeldía y cedió ante el poder, solo por salvar su amor, y por mejorar en algo la vida de ambas. Comprobé, que nadie te puede hacer sentir inferior sin tu consentimiento. Con la boca casi seca, siguió bebiendo del prohibido manantial, dulce esperanza de la sed. Sus palabras olían a ilusión, aun tratándose de tiempos fríos. Con las letras escritas, dibujaba luces de colores en calles grises y mojadas por la lluvia. Me demostró que ser fuerte no es ponerse la armadura y luchar; sino que denota mayor valentía, masticar, asimilar el dolor y saber digerirlo con el tiempo. Aprendí que mostrar entereza, es conseguir que nada de lo que se nos eche encima logre teñir de gris nuestra existencia.

La imaginé llorando su pena encima de estas letras, escritas años atrás, pues cuando tenemos tormentas mentales…, nos llueven los ojos sin poder evitarlo.

Después de leer este capítulo de su vida, pensé que hay personas que luchan un día y son buenas, otras luchan un año y son mejores, las hay que luchan muchos años y son geniales, pero las que, como Paquita, tuvieron que enfrentarse a una vida entera de lucha: son imprescindibles. Gracias a ellos gozamos de los derechos actuales que parecen haber caído del cielo pero que, en realidad, fueron alcanzados por la lucha constante de personas incansables. Con una verdad demasiado débil para defenderse, pasan al ataque ¡Sin pensar si quiera en la rendición!

Si lees esto, y eres una mujer que amas ―aun fuera de lo convencional― ¡Grítalo! El que no sabe amar es un imbécil, el que sabe y calla es peor es un criminal.

A ti, mujer, te pido que no permitas que nadie te diga que no puedes hacer algo… Si tienes un sueño debes protegerlo. Las personas que no sean capaces de hacer algo o que no entiendan tu decisión, te dirán que tú tampoco puedes o que no debes continuar con aquello a lo que no dan razón. No te rindas nunca ante sus creencias, si no escuchan tu verdad ¡ataca!, si es necesario con uñas y dientes; las mejores revoluciones se producen en los callejones sin salida. Esos que pretenden vencer nuestros instintos, y reformarnos hablando de falsa moral ¡que nos den de comer primero! Mujer… te quiero ver siempre subiendo, aunque lo hagas por encima de escombros. De este modo conseguirás apearte de la basura y, así, destapándote, acabarás descubriendo un cielo azul. Muchos de los que te critiquen, te hablarán de amistad con la boca llena de hipocresía; hay infieles que se permiten hablar de amor; y muchos hablarán de ti sin ni siquiera conocerte… A todos ellos hazles ningún caso. Ten en cuenta, que si te crecen las ideas… dirán de ti cosas horribles. Sin embargo, no desfallezcas ante la intolerancia; afortunadamente, el tiempo pone a cada uno en su lugar: a cada reina en su trono y a cada payaso en su circo.

CAROLINA VEGA QUÍLEZ




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