¿Historia?
La tristeza embarga mi corazón…
ahogado el pecho con la incertidumbre y el desasosiego…
Se detuvo la risa y aflora el llanto…
mientras recuerdo…
Una noche de noviembre, día 25, un momento oportuno para nacer. Después de tanto tiempo con dolores de parto, la señora Flor caminó de un lado a otro del rancho. Parece que llegó la hora acordada por la providencia para el alumbramiento. Es dura una vida de privaciones, de comer únicamente lo necesario, de anhelar algo más que aire en los pulmones…
Usted, señora, sola a estas horas, no hay quien vele por sus pasos. En el cuartucho aledaño: dos niños pequeños de edades variadas. Uno con dos años, el otro 3 y medio. Tus otros hijos dispersos en la geografía del asfalto citadino…
La mayor se fue a oriente con el primer hombre que le sonrió… tus varones mayores están por el centro de la ciudad, alejados de este sucio círculo de miseria tratando de vender periódicos para conseguir algo que comer… la otra niña, muy bonita la ramoncita, con su cabello negro y largo, con sus seis añitos en la escuelita, en la búsqueda de letras, de saber…
En total, señora Flor, seis hijos, tremenda carga, sé que tu no lo crees así, que son tu alma, tu vida, tu todo… y ese que llevas en vientre… ¿que decir?…
Tres hombres pasearon por tu piel como conquistadores en tropel, tres verdades tan disímiles como agua, carbón y aceite…
Tu primera mirada a una masculina figura a la edad de trece años marcó una pauta de embarazos casi constante y en seis años tuviste tus primeros cuatro retoños. Allí empezó el calvario, tu esposo, el cual fue puesto a fuego en tu piel por tu padre en un buen negocio, sedujo a tu prima, no le importó lo bella que eras, lo inmaculada de como encontró tu ser… Él, cavernícola moderno, lo tomó, lo devoró y arrojó a los perros del destino tu imagen… llegó el tiempo del carbón…
Tú, bella y orgullosa, no tomaste parte en su juego, colocaste a tus vástagos, un poco de ropa y una esperanza tan grande como tu propio corazón en camino… nada de mirar atrás, una noche de viaje de occidente al centro, unos niños hambrientos y sedientos que lloraban a ratos…
Un tiempo en la capital te abrió un inmenso camino de piedra, que no dudaste en transitar, y la vida otra vez te golpeó al rostro…
Con cuatro pequeños y las dudas arropando tu pecho, lágrimas y sufrimiento no se hicieron esperar… Debiste, como muchas mujeres pobres, vender tu dignidad al trabajo vil, a atender niños ajenos mientras los tuyos, ahogados con las penas, aguardaban en un rancho oscuro y solitario… También cocinaste para que otros comieran, y tu aliento se iba con cada bocado, con cada trago… que tus hijos no tendrían nunca…
El aceite trato de llenar un vacío en ti pero te llevó a un extremo de humillación mayor. Te convertiste en amante de un vil ser, un andrajoso mental, que no atendía su propia progenie… ¿que podías esperar por ti y por tus sufridos ángeles?
Sobras de vida te dieron, migajas tiradas al suelo llenaron tus ojos de lágrimas tan saladas que la vida no pudo hacer morada allí… luego del afair, que tomó tu alma y devoró tu cuerpo como carroñero voraz, el aceite maldito siguió su curso… te dejó peor…
y otro niño vino a ti, como ángel marcado en sangre, a una vida que no pidió y que nadie quería, salvo tú con tu inmenso amor y gigantesco corazón…