Historia de un cambio
Aún recuerdo aquellos años de instituto en los que soñábamos despiertos intentando emular a los mejores poetas románticos para que así, con la ayuda de los grandes y tomando prestadas sus palabras, esos versos escritos para otra persona pudieran ayudarnos a conseguir todo lo que nuestra libido juvenil ansiaba.
No éramos conscientes, la mayoría, de la versatilidad de la palabra escrita y sin prestar demasiada atención a lo que aquel señor cuya débil voz se quemaba día a día intentando meternos en nuestras seseras el excepcional poder que él tan bien conocía, nos dedicábamos a plagiar sin ninguna consideración a Bécquer o Espronceda.
Tozudos como asnos con grandes anteojeras no éramos capaces de vislumbrar ese mundo que nos estaba mostrando en aquella última década del siglo XX, y pasábamos esos últimos años antes de celebrar nuestra mayoría de edad entre Babia y las Batuecas.
Otros, en cambio, casi sin darse cuenta asomaban sus mentes por encima de las tinieblas en las que habían estado errando desde su nacimiento, y un día cualquiera, sin saber bien cómo despertaban en aquel bello universo que es el de la palabra escrita y que tanto abduce; pues el que navega por sus seductoras líneas no es capaz de alejarse.
No fui yo nunca uno de los primeros de mi clase, lo reconozco abiertamente. Pero creo que de todos ellos resulté ser uno de los primeros en despertar dentro de este mundo que, a los que estamos disfrutando de este magnífico ejemplar que tenemos entre las manos, tanto nos apasiona.
Imaginad solo por un instante a un alumno de bachillerato, catorce…, quince años a lo sumo pues era el más pequeño de la clase. Un joven que disfrutaba de aquellos románticos empedernidos que comenzaban a erizarle cada pelo del cuerpo y pensando en cómo iba a usar todo ese material que tenía al alcance en mi propio beneficio. Sonreía con solo pensarlo.
Obviando aquellas connotaciones libertinosas ahondaba con cautela en aquel libro de texto, deshojándolo, investigando a conciencia. Con cada página que pasaba mis ansias por leer más, por saber más, por comprender más, iban creciendo y aumentaban con cada nuevo autor que conocía.
Mas fue un simple poema —al menos en apariencia— el que cambió mi mundo y lo puso boca abajo. Al leerlo supe que acababa de encontrar mi perla. Por fin algo golpeaba con intensidad las puertas de mi corazón y me hacía ver con una inmaculada claridad todo lo que se puede llegar a decir con veintiocho versos que, lejos de ser sencillos, ocultaban una creciente vorágine sentimental.
Ante mí se presentaba el maestro Machado con esos versos octosílabos que ya nunca pude quitar de mi mente pues me acompañaron buena parte de mi camino. Aquellos que tantos años después me siguen emocionando porque me llegan directos al corazón:
«Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.»
Cuando escuché por primera vez aquel poema algo en mi interior comenzó a cambiar; como si las abejas del maestro Machado que convertían la vieja amargura en blanca cera y dulce miel estuviesen trabajando en mí, alterándome, transformando mi modo de ver la poesía; y pasó de una mera receta para regalar los oídos a ser la forma que toman las palabras de mi corazón sobre el papel.
He de confesar que el instituto fue una de las épocas más felices de mi vida y aunque concluí aquel año habiendo memorizado multitud de poemas y escribiendo otros tantos más: al elegir el camino de las ciencias cuando finalicé ese segundo de bachillerato aquel romance quedó en el limbo, pausado. Hasta que lo retomé con renovadas energías un par de años después: aunque en esa segunda etapa me incliné hacia la prosa.
A pesar de los rodeos que la vida nos hace dar todo cobra sentido cuando tras recorrer tu camino miras hacia atrás; y aunque el mío ni mucho menos ha llegado a su final, ahora que vuelvo el rostro y recapacito estoy seguro de que aquel encontronazo juvenil con ese sueño de una noche pasada de Machado no fue fruto de la casualidad.
Doy gracias por todo lo que se ha puesto en mi camino ahora que sé mirar hacia atrás. Gracias por cada poema, por cada obra, por cada autor, pues aunque cada uno tiene una forma particular de expresarse todos y cada uno de ellos han influido en cierta manera en nuestra forma de vivir las letras, en mi forma de vivir las letras.
Omitiré muchos datos superfluos para no extenderme más pues ahora ya me quiero despedir, pero por si aún no lo he dejado bien claro quisiera agradecer al maestro Machado por presentarme aquella bendita ilusión que marcó el inicio de mi actual vínculo con las letras. Gracias a ese sueño de Antonio Machado que me animó a dar el primer paso hoy puedo decir que estoy cumpliendo mis ilusiones, y aunque aún me quedan muchas por conseguir y espero que haya otras nuevas por tener, cuando me acueste cada noche sé que beberé de ese manantial, probaré la rica miel, el sol calentará mi corazón porque yo seguiré soñando… ¡Bendita ilusión!