Irónico soneto
Toreros engarzados en un cuerno,
cruel aguja del burdo moralista,
¡vigilad!, que estáis todos en la lista,
del que escribe los libros de lo eterno.
Blandiendo su conducta puritana,
depilan el placer del nuevo día
y hundiéndose en la culpa que los guía,
perdonan al censor de la sotana.
La vida los seduce de costado
y en su miedo esquivan al deseo,
pues la farsa los ha domesticado.
Corderos sin memoria del pasado,
dicen: “¡Dios, ese espanto no lo veo!,
me quedo como estoy; acostumbrado.”