LA CONQUISTA DE TU CUERPO
Quisiera ser pequeña, mínima, ínfima… Casi un mosquito en mitad de la noche.
Que no pudieras verme ni tan siquiera intuirme. Dejar de existir por un instante, y sentirme como la nada. Vacía, vana, etérea. Haría cosas diabólicas, como explorar tus secretos, tus agujeros prohibidos, que proteges como un soldado en una absurda guerra de manos. O introducirme en tu seso, y descubrir tus deseos, esos que callas, que evitas, que debilitas.
Conquistaría nuestra cama de parte a parte. Primero una esquina y después la otra, hasta conocer la extensa llanura del tálamo desde su esencia. Exploraría cada centímetro de tierra conquistada por nuestro amor en llamas y así, cuando tú te tumbaras, sabría desde que atalaya atacarte. Empezaría por mirarte desde mi posición, mi vista tal vez no alcanzaría tan vasto objetivo, pero al menos haría un cálculo de mis posibilidades. Parecerías un gigante, vulnerable y tonto, con todas las murallas abiertas y en reposo.
Escalaría una pierna, pelo a pelo, hasta llegar al montículo de tu rodilla. Descendería por tu pantorrilla asiéndome a tu piel cuarteada y morena. Intentaría orientarme por el mapa que dibujan tus pecas, las conozco una a una, las he tocado, las he contado, en otro tiempo y buscaría tus recovecos para guarecerme cuando despiertes.
Te olería desde una distancia corta, tan corta que tendría que hacerlo de rato en rato, para no embriagarme, para no hartarme de tu perfume de hombre, tan intenso, tan lleno. Tan cruel.
Y cuando me hubiera aburrido de vivir en la isla de tu cuerpo hermoso y masculino, me metería en tus calzoncillos. Intentaría asirme a tus pelos rizados, rebeldes y traviesos, para no caerme en el abismo del suelo.
Y entonces, sería parte de ti. Anidaría en tu bragueta espiando tu vida. Cogiéndome al mástil viril cuando me sintiera segura. Otras veces, me escondería en el bolsillo de tu pantalón, para mantenerme alejada, a distancia, pero observando la escena, como Campanilla traicionada.
Entonces, cuando el sueño se apoderara de ti, viajaría hasta tu oreja, como un Marco Polo empecinado, y gritaría con mi voz casi inaudible, de mosquito enamorado, que te quiero, que siempre te quise. Que no hay elección posible para mí.
Entonces me haría grande, gigante, como una montaña nevada y desde allí, te aplastaría.