La escritora

La escritora

—Buenas tardes, me gustaría publicar mi libro —dijo Eli muy simpática.

—Hola, no aceptamos estos libros —contestó el editor apartando el libro.

— ¿Por qué? Si ni siquiera ha leído el título —Eli extrañada, no sabía por qué aquel hombre no quería leer ni siquiera el título de su libro.

—Le vuelvo a repetir, mujer, que no publicamos estos libros —le replicó sin dejar

de poner esa voz tan grave, terrorífica.

— ¿Es por el hecho de ser mujer? —Eli ya estaba un poco enfadada por sus comentarios—. Ahora me creo lo que decían de esta editorial… —dijo cuchicheando.

—No es el hecho de ser mujer, sino que su libro no me atrae —ya no sabía que responder.

—Deje de inventar excusas, pero sepa usted, señor, que no voy a rendirme, voy a luchar por mi sueño —dio media vuelta y se  fue de aquel lugar.

Llegó a su casa llorando, no quería hablar con nadie. Toda su familia intentaba animarla sin éxito… fue su primo pequeño, a quien le encantaban sus cuentos, quién le sacó una sonrisa cuando le dijo que le leyera su libro. Todos se acercaron al comedor, se sentaron en el suelo y Eli empezó a leer.

Escuchaban a Eli como si estuviesen escuchando cada uno su canción preferida, sentían que la historia les estaba pasando a ellos mismos. Al acabar su primo se acercó a su

tía y le dijo al oído:

—Tu cuento es el mejor que he escuchado nunca, eres la mejor tía y escritora del mundo — y a continuación le dio un beso.

Eli se emocionó con las palabras que le dijo su primo, esta era la fuerza que necesitaba.

Así que, al día siguiente, fue al abogado para defender su postura y la de otras

mujeres que también querían publicar un libro. Le contó lo que le había sucedido con el editor y le dijo:

—Tenga paciencia señora, estos procesos son largos. Pero le aseguro que lo publicará, confíe en mí —le dijo el hombre muy seguro.

—Muchas gracias —contestó Eli con una sonrisa.

El año 1995 Eli estaba sentada firmando su nuevo libro. Había una cola inmensa, no se lo podía creer, estaba muy contenta. Su primo estaba a su lado cuando de repente vio un hombre. Eli estaba extrañada, reconocía aquella cara. No sabía qué decir, estaba bloqueada, le llegaba un olor de alguna colonia que ya había olido antes y no era en la firma de libros.

Después de unos según mirándose el hombre le dijo:

—Hola, Eli, me ha encantado tu libro. Me alegro mucho por ti, no tendría que haber sido tan inflexible, debí de haber aceptado tu propuesta.

«Ya decía yo que me sonaba de algún lugar este hombre», pensó Eli.

—Hola, ya veo que ahora está arrepentido… pues que vea usted con sus propios

ojos… dije que cumpliría mi sueño y aquí estoy, con mi primera firma de libros.

—Le tengo que confesar que su libro es el mejor que le he leído a mi hijo, —dijo el hombre con un poco de rabia—. Es verdad que es una muy buena escritora.

—Muchas gracias, señor —dijo Eli muy con gran felicidad.




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