La mujer que solo comía postres
Érase
una vez una mujer que sólo comía postres. No se sabe muy bien cómo
empezó a alimentarse a base de postres. A lo mejor de pequeña cayó
en una enorme barrica de dulce de leche. A lo mejor sus padres no le
dieron dulces de pequeña. O quizás simplemente un día se dió
cuenta de lo ricos que estaban, y el asunto se le fué de las manos.
El asunto era que sólo, Sólo, comía postres.
Los
postres iban cambiando con los años. Hubo una temporada en la
que le dió por comer brownie de chocolate. Comía brownie para
desayunar, comer y cenar. Trató de convencer a todos sus colegas de
lo maravilloso que era el brownie.
Después
de un tiempo, pensó que ya había tenido suficiente del brownie, y
que a lo mejor no era tan maravilloso. Al fin y al cabo, sus amigos
le decían que no le sentaba bien, y ella en el fondo lo sabía.
Llegó a la conclusión de que necesitaba un cambio.
Empezó
a merodear la nueva pastelería del barrio, con la esperanza de que
algún postre nuevo la llegaría a inspirar. Entonces, la vió. Una
crema catalana. La mujer decidió que aquella crema catalana tenía
que ser suya costara lo que costara y no paró hasta conseguirla. No
la decepcionó. Y aunque a veces echaba de menos el chocolate del
brownie, pronto empezó a pensar que aquella crema catalana sería el
postre definitivo.
Por
desgracia, un terrible virus hizo que la pastelería especializada en
cremas catalanas entrara en quiebra, cerrara y la mujer que sólo
comía postres, muy a su pesar, se quedara con ganas de más. La
mujer trató ,sin éxito, de acudir a otras pastelerías, pero
ninguna las ofrecía.
Tras
unos meses, abandonó la idea de volver a probar crema catalana y
pensó que lo mejor que podía hacer es volver a comer brownie. Al
fin y al cabo, había sido su postre favorito durante mucho tiempo.
Y, aunque el primero le supo delicioso – ¡ese chocolate tan rico!
¡mejor de lo que esperaba!- al poco tiempo volvió a recordar por
qué lo dejó. Efectivamente, ese brownie le resultaba indigesto.
Mientras
comía el que sería su último brownie, volvió a la calle de las
pastelerías, y ahí estaba: una magnífica tarta de queso! Siempre
había querido probar una. No se lo pensó dos veces. Sin tan
siquiera haberse terminado el último pedazo de brownie, le hincó el
diente a aquella tarta. Y aunque sintió algo de pena por dejar el
brownie, pensó que había merecido la pena, y que el brownie, al fin
y al cabo, le daba dolor de tripa.
La
mujer, maravillada, continuó tomando tarta de queso día tras día,
y cuanta más tarta comía, más le gustaba. Empezó a obsesionarse
con aquella tarta de queso. ¿Podría lograr la receta, así
asegurarse de que fuera suya? Por desgracia, a la mujer no se le daba
bien la repostería, y tanta tarta de queso hizo que la mujer
enfermara. Tenía unos dolores de tripa terribles, se notaba agotada,
y le faltaba el aire. ¿Qué le sucedía?
La
mujer, preocupada, acudió a la doctora. Una mujer conocida, además
de por sus conocimientos en medicina, por su sabiduría y por ofrecer
buenos consejos a los habitantes del pueblo.
“Doctora”-
le dijo la mujer- “tengo unos dolores de tripa terribles, estoy
cansada y noto que me falta el aire. ¿Qué puedo hacer para sentirme
mejor? se lo suplico, ayúdeme”.
La
doctora, tras escucharla atentamente y hacerle los chequeos
pertinentes, concluyó: “Voy a ser franca con usted, el diagnóstico
es claro. Un empacho producido por la ingesta prolongada de postres.
Necesitas dejarlos, aunque sea por un tiempo.”
La
mujer no daba crédito. “¿Yo?¿los postres? ¿dejarlos? ¡pero si
me pirran! imposible ¿Cómo voy a lograrlo?”
La
doctora continuó: “De momento nada de postres. A 100 km de aquí
hay una pequeña villa conocida por su mercado. Allí venden todo
tipo de productos ecológicos, verduras, frutas, carne, pescado…Eso
sí, no hay pastelerías. Quizás te convendría acercarte y ver que
tal te va.”
“Pero…¡si
no se comer más que postres!” insistió la mujer.
“Suerte”
dijo la doctora. “Ahora tengo que atender a otros pacientes. Te
veré en un tiempo.Te llamaré”.
La
mujer hizo las maletas y se mudó a la villa que le había comentado
la doctora. Efectivamente, allí no había ningún tipo de
pastelerías, heladerías o nada que se le pareciese. Pronto,
descubrió que los habitantes acudían al mercado a diario y salían
con bolsas llenas de productos verdes. “Con lo ricos que están los
postres” -se decía a sí misma la mujer. Peor era aún cuando
empezaba a hablar con algunos de ellos. La miraban como un absoluto
bicho raro, ¿de qué planeta había salido esa mujer? ¿quién se
alimentaba única y exclusivamente a base de postres?
La
mujer, resignada, no tuvo más remedio que sustituir sus postres por
ensaladas. “Ensaladas…que aburrimiento” pensaba la mujer para
sus adentros. La mujer lloraba a diario, acordándose de sus postres.
¿Y si volvía a la calle de las pastelerías? No, tenía que
aguantar un poco más. Al fin y al cabo, los efectos de los postres
aún seguían haciendo mella en su cuerpo.
Tras
unos meses, ya se desenvolvía algo mejor en la villa y en el
mercado. En una de sus visitas, cuando pedía los ingredientes para
su ensalada -nada del otro mundo, tomates, lechuga, pepino,
aceitunas…y quizá si estaba de humor queso de cabra, aguacate o
nueces- la dependienta le preguntó:
“Desconozco
tu nombre, pero cada día te he observado venir al mercado y he visto
que siempre compras lo mismo, para preparar una ensalada supongo. ¿No
te parece aburrido?”
La
mujer le contestó: “ aburrido es no poder comer postres. Me los
han prohibido. He de tomar ensalada. No me hace mucha gracia pero…”
La
dependienta se rió y le dijo “mujer, los postres para de vez en
cuando están bien, pero no son para todos los días. Las ensaladas
tampoco lo son. Mira, te voy a dar un libro de recetas. Échale un
vistazo a ver si te gusta alguna, a lo mejor podrías cocinarte algo
rico, mejor que una ensalada”
La
mujer, excéptica, pensó : “bueno, peor que una ensalada no va a
ser asi que, mejor probar a ver”
En
efecto, descubrió varias recetas que sí que le gustaban, y pensó
como no lo había probado antes. Había descartado totalmente la
posibilidad de comer cualquier cosa que no fuera un postre. Se sintió
muy agradecida con aquella dependienta que tan bien le había
tratado, y pronto se hicieron amigas.
La
mujer siguió probando y descubriendo diferentes recetas de aquel
libro, y empezó a conocer a algunas de las personas del mercado.
Algunas personas sí que la comprendían, estaban de acuerdo en lo
ricos que estaban los postres, y pronto empezó a conocer a más
gente en aquella villa.
Con
el tiempo. se dió cuenta de que no sólo ya no sufría de dolores de
tripa, ni de fatiga, ni de falta de aire,sino que también empezaba a
valorar su nueva dieta. Los días en los que se acordaba de los
postres empezaron a disminuir. Finalmente, ya tan solo sentía cierta
melancolía por aquellas delicias.
Un
dia, un número desconocido la llamó, y al descolgar, escuchó una
voz familiar. “Hola! te acuerdas de mi?” ¡Era la doctora!
Era para citarla al día siguiente. En efecto, la doctora pudo
comprobar el buen estado de salud del que gozaba, le dijo que estaba
totalmente recuperada, ¡y que ya podría volver a los postres!
La
mujer salió de la consulta llena de júbilo. Por el camino, la mujer
pasó por delante de todas aquellas pastelerías de donde antes había
sido su hogar. Pensó en lo ricos que estarían sus postres y como
los saborearia tras esta temporada sin comerlos. Pensaba entrar en
todas y cada una de esas pastelerías.
Sin
embargo, recordó cómo enfermó al comer tantos de ellos. Y
no, no queria volver a eso.
Quizas
en ocasiones su nueva dieta le parecía aburrida, al fin
y al cabo, se había alimentado a base de postres durante toda
su vida y su paladar estaba demasiado habituado a aquello. El deseo
por los postres desde luego la iba a acompañar por una buena
temporada. Sin embargo, concluyo que la nueva dieta, pese a todo,
definitivamente le venía bien.
La
mujer tuvo una idea: a lo mejor, podría retomar los postres, pero
solo de vez en cuando. Sus amigos del pueblo la seguirían apoyando
aunque estuvieran a 100km de distancia,y ella podría permitirse el
lujo de volver a la calle de las pastelerías ocasionalmente. Y con
respecto a su vida en la villa, decidió que no estaría mal seguir
descubrir nuevas recetas, con la compañía de la dependienta y de
sus nuevos amigos. También podrían organizar merendolas, pero sin
llegar a empacharse esta vez . La
mujer, por fin, sintió que iba por buen camino.