La pelota azul.
La noche está oscura, las estrellas han desaparecido, y sólo puede alumbrarme una
tenue luz proveniente de la única farola a lo largo de la augusta y húmeda calle. Las hojas de
los árboles se marchitan y caen una tras otra, haciendo ruido sordo en mis oídos. Mis pies
permanecen quietos en el suelo cuando escucho pasos. Alguien viene. Percibo cómo los
charcos que provocó la lluvia el día anterior son pisados con fuerza, observándose en ellos una
efímera sombra. Entonces una pelota azul llega botando hasta detenerse frente a mis pies y
oigo a un niño cantar. La madrugada acecha, ¿de dónde pues proviene aquel infante? Escucho
el tarareo de una canción durante unos interminables minutos, y el eco que resuena segundos
más tarde de haber terminado. El niño, de un momento a otro, se encuentra frente a mí,
ensuciado de barro y lo que parece ser sangre. Coge la pelota y la entierra bajo sus brazos. Es
en ese instante cuando su rostro arañado y ennegrecido me muestra una mirada colmada de
terror. Tras su semblante lleno de pánico, descubro de nuevo la misma sombra. Doy un paso
atrás. Grito, pero sólo retumba en mi cabeza. La silueta, sigilosa, de la cual la última imagen
que tengo son sus ojos más negros que la propia noche, arrastra al niño. Un escalofrío recorre
todo mi cuerpo al ver cómo la pelota azul cae de sus pequeños brazos, dando golpes ahogados
en la solitaria carretera. La farola que anteriormente parpadeaba, ahora se apaga con un agudo
sonido, inundando la calle en una oscuridad eterna. Noto mi respiración desvaneciéndose
lentamente, como si me robaran el aliento; aunque quizá eso es lo que esté haciendo. Siento el
miedo introduciéndose en mis entrañas, el terror encerrándose en mis pulmones. Cierro los
ojos y me dejo caer, con el grito del pequeño atrapado en mis oídos. Tras unos instantes, los
latidos se disipan, y mi corazón me abandona.
Despierto sobresaltado. ¿Dónde estoy? Puedo respirar; estoy vivo, eso es seguro.
Miro a mi alrededor, encontrando tan sólo una habitación descuidada. Cuando advierto que es
la mía, suspiro porque sé que ahora estoy a salvo y que todo ha sido un horrible sueño, a pesar
de lo real que ha parecido. Llevo mis manos a mi frente, notando un angustioso sudor frío que
cae a gotas por los costados de mi rostro. Lo quito como puedo, ayudándome de mis brazos
que ruegan ser liberados de las mangas que los aprisionan. Abro los ojos en el momento en
que un ruido se hace presente. Me levanto de la cama en busca de ese sonido que se me hace
tan extrañamente familiar, sujeto el pomo y abro la puerta. Cuando analizo lo que hay tras ella,
me siento mareado y el sentimiento de ansiedad e inquietud ha vuelto a mí. El golpeteo de la
pelota azul de mi sueño es lo último que oyen mis oídos antes de que mi cuerpo se desplome
contra el suelo.