LA TRILOGÍA DE MI VIDA
Desgraciadamente tengo que confesaros que he sido una víctima más de un delito impune cometido en la intimidad del hogar. He aquí mi historia.
AYER
Hace años, cuando solo era una joven risueña y vivaracha, abrumada por la felicidad, me sentí orgullosa al advertir una mancha de sangre en las sábanas después de yacer por primera vez con el chico que amaba. De hecho, perdí la virginidad porque quería entregarme a él en cuerpo y alma. Resulta lógico que entonces, con la ingenuidad propia de la juventud, que por mis mejillas manaran lágrimas de gozo.
No podía imaginar que en el futuro volvería a brotar de mí lágrimas y sangre, pero no ya de felicidad, sino de angustia y dolor.
No avancemos acontecimientos. El comienzo fue un camino de rosas, puesto que el romanticismo llenaba mi vida como un cuento de hadas. Llegué a la boda llena de alegría y sueños, desbordada de una emoción que me brotaba por todos los poros de la piel, pensando que esta ventura duraría eternamente.
Grave error.
Me quedaría con la miel a los labios porque la magia se acabó de repente y pronto surgieron las desavenencias. Las discrepancias y los reproches no tardaron en aparecer. Primero fue un simple empujón, después un fuerte agarrón… hasta el día que llegó la temida bofetada. Un estremecedor escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Los expertos dicen que si la primera vez que te faltan al respeto lo toleras, si te humillan y callas, estás perdida. Entonces, ¿Por qué perdoné aquella infamia? Quizás estaba demasiado confundida para reaccionar como es debido mirando con fijeza mi marido. Tenía un nudo a la garganta y mi cerebro era un crisol donde se mezclaban toda una retahíla de emociones: desazón, perplejidad, impotencia, decepción… En aquel dramático dilema, como toda mujer enamorada, turbada por la agresión y sus consecuencias, acepté las disculpas engañada por un falso arrepentimiento, me dejé embaucar por aquella mentira piadosa. Nunca he sido una persona rencorosa y como la posibilidad de una rotura conyugal me horrorizaba, decidí otorgar otra oportunidad a mí marido con la intención de salvar un matrimonio que se iba a pique.
Aun así la promesa que tan lamentable incidente no se repetiría, quedó en eso… en una simple promesa.
HOY
Poco a poco sufrí una lenta metamorfosis. Me desengañé del juramento de felicidad eterna, mi anhelo se desvaneció para dejar paso a la incertidumbre. Mi singular universo de ilusiones se hundió como un castillo de arena. Tardé poco en despertar del sueño y encontrarme con la cruda realidad. A medida que pasaba el tiempo, me di cuenta del error al descubrir la naturaleza violenta de mi marido, como si llevara la semilla del mal grabada en sus genes. Surgió una faceta de su carácter que había sido escondida bajo una capa de simpatía. El que al principio pareció ser un trance desafortunado, acabó terminando en una infame costumbre. Y así, la que yo creía una reacción inexcusable derivó en dramática rutina.
Los gemidos de pasión se volvieron sollozos de dolor, los halagos de deseo en insultos crueles, las caricias en prontos de furia, el gozo en odio. El hecho de haber sido enamorada por un hombre así, parecía una broma siniestra.
Una vez sufrida la furiosa naturaleza de mi hombre, no es de extrañar que le tenga miedo. Un temor que me mordisquea las entrañas hasta dejarme sin aliento.
Mi cuerpo está lleno de cicatrices y hematomas. Los labios hinchados, las contusiones, la cojera… demasiadas palizas para negar la evidencia: me he convertido en la enésima víctima machista. No soy la primera, ni tampoco seré la última de una plaga, que pudre los cementos de la civilización, llamada violencia de género, un nombre demasiado suave para designar las agresiones y los abusos a los cuales muchas mujeres se ven sometidas a lo largo de sus vidas.
A pesar de que la muerte sería una forma dulce de liberarme del sufrimiento, quizás tendría que reaccionar antes de que fuera demasiado tarde, antes de que la cocina sea mi sepulcro, un sepulcro de mármol, sí, pero tumba al fin y al cabo. Es fácil decirlo, aun así… reconozco mi cobardía. Mi marido es tan grande y tan fuerte que da mucho, muchísimo miedo.
Disculpadme un momento… Escucho el ruido de la cerradura de la puerta… Es él, acaba de llegar, huele mucho a alcohol y viene de mal humor… Me grita enfadado…Se me acerca y yo lo observo con ojos llorosos, temerosos, como solo puede tener una mujer que sabe que están a punto de apalearla. Se acerca, levanta la mano… Su sonrisa me estremece… ¡Oh, Dios mío! ¡Otra vez no, por favor, no!
MAÑANA
Al fin he podido librarme de esta sensación tiranía, aunque aún sufro pesadillas. Conseguí romper las cadenas que me unían a un matrimonio ominoso. Gracias a Dios he sabido enderezar mi vida junto a un hombre que me respeta y me quiere por encima de todo. A pesar del recuerdo de un pasado desafortunado, a estas alturas mi corazón se ha reavivado nuevamente y late con fuerza en un frenético anhelo de felicidad.
ANEXO: ¡Basta de demagogia! ¡Tolerancia cero contra la violencia de género!
La educación en la igualdad de sexos y el respeto por los derechos humanos son los pilares básicos en los cuales se tiene que basar la convivencia entre personas para vivir en paz y armonía. Todo el mundo tendría que colaborar para erradicar de una vez por todas, esta lacra que degrada la sociedad con objeto de encarar nuevas esperanzas y un futuro más justo.