Maita

Maita

-¿Esta noche o mañana es la cosa?

-Mañana, a primera hora -respondió.

El plan de fuga, por decirlo de alguna manera, había sido cuadrado por «Zamuro». Él tenía una magia especial para rodearse de gente animada. Se venía trabajando en esto desde hace algunos meses, pero sin lograr concretar nada por la ausencia de personal calificado.

«Éste es el momento indicado», pensó.

El plan venía dado por la incorporación al grupo de algunos reos: Curita, Sapote, Morrocoy, El Tuerto y yo, unidos todos al liderazgo de Zamuro, éramos un grupo muy diverso.

Zamuro es de muy poco hablar, sólo algunos afortunados gozamos del privilegio de sus dotes de orador, él prefiere la acción dura y radical, que marca precedentes y deja huellas imborrables en cualquiera.

-¿Qué quieres sabé de mí? -dijo Zamuro con un tono de pocos amigos.

-Cuéntame negro, ¿cómo fue que viniste a parar a este sitio? -pregunté, y éste sólo nos miró. No se inmutó, ni hizo ademán de contestar, el silencio arropó el lugar y así se quedó.

Más tarde, en el patio, y cuando estábamos sólo él y yo, emprendió su relato:

-Estoy aquí por bruto ¡nojó! -alcanzó a decir.

Intentando averiguar lo que esas frías palabras querían decir, busqué en lo profundo de sus ojos ebanizados, esperé que prosiguiera su charla.

-Bueno, resulta que uno se cansa, hermano -no dejaba de llamarme hermano.

-¿De qué? –le pregunté.

¿Sabes? -y aquí sí dio rienda suelta a su léxico-. Uno viene de no tené ná, como dice el refrán o no sé quién, uno ve a los demás comé pa’ podé trago. En mi tierra mi maíta me bautizó Simón Jesús, en honor dique al Libertador y al Nazareno, que según ella eran los hombres más buenos que existieron en la vida. Lo cierto es que no pude hacer honor a ninguno de esos dos nombres, porque desde que nací estuve marcao por la mala vaina de la gente. Pues te cuento que al nacer en Barlovento (como no había otro modo) lo más lógico era que mata fuera negra, y eso no es malo (con lo ricas que están algunas negras), pero resultó, casual en ella, que en vez de buscá un blanco, tú sabe, pa’ mejorá la raza, encontró fue al más negro, negrísimo, casi morao, de la zona. Listo. Lo que viene: se enamoran, la “culeaíta”, y esta “belleza” nace. Pero adivina qué: nací negro, qué vaina. Por lo que la partera, de una y sin contemplación me bautizó, y mucho antes que maíta, como ya ustedes me conocen: Zamuro. Eso no es lo más importante. Fui creciendo, y en mi pueblo la gente se acostumbró a llamarme por ese remoquete, eso sí, con respeto porque casi todos allá son afroamericanos, como leí por ahí no sé dónde, es decí, negros de bola. Eso para algunos de nosotros es un orgullo; para otros no tanto, pero qué se hace. El lío empezó cuando maíta, cansada de las borracheras de papá (a él no le tengo tanto cariño) se fue con un hombre a la capital. Sucede que maíta como que no le terminó de gustá al viejo ese, este la dejó en mitad de la nada, con mis dos hermanas y yo aún muy pequeño. Entonces maíta, que era una mujé fuerte, además de bella, salió pa’ lante. Le dieron trabajo en una arepera y pudo mantenernos a duras penas, hasta que tuve como 13 años. En esa época ya maíta empezó a padecer de una extraña enfermedad que la obligaba a estar en cama más tiempo del necesario para dormir, y la familia se fue sumiendo en la pelazón y el desconsuelo. Mis hermanas cada una agarraron su perolero y se perdieron, y me dejaron a mí solo con maíta. Fue cuando empecé a salir por ahí, a dar vueltas, a conocer… en una oportunidad que estaba en la Redoma de la India me percaté que habían unos jóvenes que se ganaban la vida pidiendo dinero a los transeúntes. Se prendió mi imaginación (que es muy vasta) y empecé a hacer lo mismo, pero me enfoqué en otro target, ¿cómo sonó eso? Es decir; en otro mercado, otro objetivo, lo leí en alguna parte. Avancé unas parroquias y me instalé a pedigüeña en Quinta Crespo, con lo que podía recibir compraba algunas cosas aquí, allá y más allá. Lo que sobraba lo llevaba a la casa y alimentaba a mamá que estaba cada vez peor. Pero esta vida no es fácil: las tentaciones son muchas, y conocí gente sobre gente con vicios sobre vicios, fue cuando me presentaron a Marlboro, y éste a Gran Reserva, y ésta a Maria Juana y así fui conociendo a Pedrozo, al cangrejo ñañañaña y las cosas se pusieron peor. Fue en ese entonces que por mi afán de conseguir dinero, platica, biyuyo, money me dispuse a robar. Ya de niño me había robado cosas, recuerdo que en oportunidades nos íbamos un grupo de pelaos y nos montábamos en las matas de mangos, guayabas, guamas y cuanta fruta existiera en aquellos rincones para saciar nuestra hambre, pero aquello eran cosas de niños. Robar en Caracas es otra cosa, por lo que opté por sondear la zona. No debería justificar mis actos, pero pienso que tomar parte de lo que le sobra a otros no está mal. Bolívar, recuerdas, en honor a quien me colocaron este nombre, decía que debe buscarse para el pueblo la mayor suma de felicidad posible, estoy parafraseando, en fin es un aspecto delicado, salvo algunos gobiernos, la mayoría ha usado esta premisa pero dándose a ellos esa mayor suma de felicidad, por supuesto a expensas del explotado y marginado, lo que me lleva a mi justificación. En la búsqueda de exaltar ese valor de igualdad entre mis conciudadanos y para minimizar la carga que representa el verbo robar (o hurtar, meter la mano o similares), tu robas, el roba, yo robo, nosotros robamos, vosotros robareis, empecé a distribuir mis ganancias entre la gente de mi barriada, así ayudé a muchos mientras hacía las veces de fisco nacional en la redistribución de la riqueza, jajaja, un Robin Hood moderno, jajaja, suena cursi la vaina. Así amplié mi gama de variedades en cuanto a productos, pude llevar a mi comunidad, un día unos pollos frescos, fresquísimos, otro ponía a deleitar a los niños con golosinas de la Jack Snack o de la Savoy, sabes, los que explotan el chocolate de mi Barlovento. Pero no es por robo que estoy aquí -prosiguió Zamuro, y su mirada se perdió en el espacio que yo ocupaba, una niebla cubrió su rostro, se hizo más sombrío y al intentar continuar su relato una lágrima asomó su existencia, se quebró su voz. Un silencio y avanzó.

-Maita estaba muy mal, hermano -ya me siento su hermano, que puedo decir-, su enfermedad no tenía cura, no recuerdo los términos concretos que usó el doctor, lo cierto es que esa vaina, me tenía mal, muy mal…, tenso como dicen los sifrinos de mierda. En todo buen negocio, que sea productivo, siempre va a haber quienes quieran sacar provecho, y así apareció Peralta, él era un Guardia Nacional, sargento no sé de qué carajo rango, para mi todos los tombos son iguales. Se enteró del lucrativo trance que había formado con gran esfuerzo y quiso su parte, y la tuvo, de hecho su incorporación al negocio nos abrió posibilidades enormes. Él podía darnos detalles de algunos eventos, facilitarnos mapas, armamento, municiones, en fin ampliar la rama de negocio.

-Pero se puso creativo e intento usurpar el mando del grupo, crear conflictos entre nosotros, todo con miras a sacar provecho de la situación. Un día, un trabajo salió realmente mal, pudimos obtener la mercancía pero una alarma temprana delató nuestra acción y fuimos emboscados, apresados y otros muertos. Peralta había delatado el modus operandi del grupo por conveniencia, lo ascenderían, necesitaba un acto heroico que lo lanzara a la cima. Todos, menos yo, fueron sacados del juego. Peralta no fue ascendido pues descubrieron que estaba en el trance, quería mi cabeza, estaba muy afectado, muchísimo, se obsesionó tanto con la idea de atraparme que usó la red de informantes para dar conmigo, así fue que pudo constatarse del barrio donde yo moraba, de la casa de Maita, de los amigos de ella, de todo. No tardó en hacer presencia en el rancho. Ella, sin fuerzas, sin malicia. Él, patán, producto del corrompido sistema, entró en la casa, la amenazó, la humilló, la maltrató de mil maneras posibles, quería que le dijera mi paradero. ¿Ella que podía saber?, estaba tan enferma. Cuando llegué noté el desastre en el lugar; cosas rotas, la puerta forzada, una rueda de vecinos alrededor de la cama de Maita. Ella con los ojos inundados por el líquido del alma, me divisó de inmediato. Mi pecho estalló con fuerza fulminante: peralta vino a mi mente como un rayo desgarrador. Peralta, Peralta, Peralta… Me acerqué, ella masculló unas palabras casi inentendibles. Sólo alcancé a entender
«…mi Simón, mi Simoncito…».

-Y vi su alma desprenderse de su cuerpo y elevarse al lugar más recóndito del cosmos, ¡maldita seas Peralta! Mi pecho se hizo refugio de un odio inconmensurable, no tenía corazón, había salido por mi boca cuando grité: ¡MAITA!

-Salí de ese espacio sepulcral y caminé, corrí, volé, no sé hasta dónde imaginé podría encontrarse Peralta. En efecto mi instinto no falló. Estaba con el resto de su patrulla en una licorería cobrando una vacuna. Un rayo de luz y de sombra impactó en la humanidad del desgraciado a la altura de la quijada, no tuvo oportunidad de reaccionar, sus compañeros estaban atónitos. Dejé el sitio final del perro de Peralta para dirigirme a la comisaría y entregarme.

Alcancé a decir: -La vieja se respeta. 




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