MALA INTERPRETACIÓN.

MALA INTERPRETACIÓN.

Jacob era un hombre justo. El orden reinaba en su vida e iluminaba con él a todo aquel que se acercaba. En su corazón no existía deseo, envidia, egoísmo, ira, ni nada que le dañase a sí mismo ni a la luz que emitía. Comiendo lo que brotaba de la tierra y bebiendo lo que caía del cielo, no ansiaba nada más. No tenía posesiones, ya que no tenía necesidad de sentir miedo, y no le pedía nada a la vida. Sin embargo, agradecía todo lo que le era ofrecido.

Un dichoso día, Jacob conoció a la persona que le completaría para formar un nuevo ser. Se llamaba Sethi. Ella le ayudó a conocerse a sí mismo en mayor profundidad y él se lo agradeció amándola por el resto de sus días. Al noveno cambio de luna, ella le devolvió todo amor recibido dándole un hijo.

Antes de esto, mientras ella estaba en cinta y se habían cumplido siete cambios de luna desde el momento de la concepción del nuevo ser, Jacob estaba meditando en soledad en mitad de una noche estrellada. Entonces, le pareció contemplar cómo amanecía antes de lo previsto. Pero el sol era diferente. Su luz era blanca y más brillante, como si estuviese más cerca. Sin embargo, era evidente que la noche se había convertido en día. Un día extraño, diferente,  blanquecino, pero día al fin y al cabo. Jacob se dirigió hacia el origen del nuevo sol, ya que no parecía proceder del horizonte, sino de la parte posterior de una cercana loma. Sin miedo alguno, únicamente sintiendo una infinita curiosidad, se acercó al origen de la luz blanca. Cuando llegó a la cresta de la loma, pudo ver el nuevo sol. Como si fuese consciente de la presencia de Jacob, el sol se movió rápidamente y se acercó a él hasta cegarle casi por completo. Entonces, un ser de apariencia similar a la suya se le acercó posando una mano sobre su cabeza. Jacob no pudo reconocer la forma exacta del ser procedente del sol. La luz brillaba demasiado y fue incapaz de ver más que una sombra difuminada. Sin embargo, sin abrir boca ni odios, pudo tener una conversación con el mensajero de Dios.

«No soy aquel que conocéis como Dios. Pero sí hablo en su nombre. Hablar conmigo es igual que hablar con Dios. Y he venido hasta aquí para hablarte, Jacob, ya que tengo un mensaje para ti. Acalla tu mente, presta atención y conocerás la verdad. He llegado a ti como un amigo, un mensajero que porta la joya inmutable de la verdad. No tienes nada que temer. La razón de venir hasta aquí es para decirte que tienes en tus manos salvar millones de vidas. Y podrás hacerlo realizando un solo acto de fe. No será fácil, pero sé que eres capaz de hacerlo. Y Dios también lo sabe. Debes matar a tu hijo en el mismo momento en el que nazca. No debes demorarlo ni un momento. Si no, ya no podrás hacerlo. Si lo haces de este modo, tu mujer podrá proporcionarte más hijos. Podrás vivir una larga vida, dichosa y en paz. Por el contrario, si no obedeces la voluntad de Dios, vivirás un infierno hasta el fin de tus días y dejarás un infierno tras de ti. Esta es la joya que te doy. Está en tus manos cumplir la voluntad de Dios o no. Actúa sabiamente, Jacob».

Tras decir estas palabras, la mano que descansaba sobre la cabeza de Jacob se retiró. El cuerpo del mensajero de Dios retrocedió fundiéndose con la luz hasta desaparecer. Acto seguido, el extraño sol blanco ascendió hasta el cielo, convirtiéndose en una estrella más. La silenciosa y oscura noche volvió de golpe. Jacob se quedó solo, dudando de si lo que acababa de acontecer era algo mostrado desde el mundo de los sueños o si había ocurrido realmente. Buscó a alguien alrededor que hubiese presenciado lo mismo que él, pero no había nadie. Así que solo contaba con su claridad de pensamiento para saber si lo que había visto era cierto o no.

Dos cambios de luna más tarde, el hijo de Jacob y Sethi nació. Con el cuchillo con el que cortó el cordón que separa la vida de la madre de la del hijo, Jacob pretendió devolver al bebé a la no existencia. Sin embargo, su mano dudó y no consiguió sostener el cuchillo con firmeza. Sethi, que presenciaba la escena, sacó fuerzas de un fondo que solo una madre posee y se levantó de un salto. Con un tremendo empujón, lanzó a Jacob a un lado y cogió a su hijo, protegiéndolo. Ella le recriminó, furiosa, lo que estaba intentando hacer. Solicitó una explicación, pero ninguna le satisfaría. Ninguna palabra salió de la boca de Jacob, solo recibió un río de incesantes lágrimas. Sethi cogió a su hijo y se marchó para no volver. A partir del día siguiente, Jacob empleó toda su vida en buscarles. Pero ignoraba qué haría si los encontraba. No sabía si debía compensar lo que hizo o lo que no hizo. Tenía fe en que, en el momento en el que se encontrase a su hijo frente a frente, Dios le daría una señal que le indicaría el camino acertado.

Pasaron los años y Jacob llevaba media vida persiguiendo la sombra de su hijo y de su mujer. Cuando se quiso dar cuenta, estaba caminando sobre un rastro de muerte y desolación. Escuchaba rumores sobre un joven que acaudillaba un ejército y que sembraba el terror allá adonde iba. Según contaban los supervivientes de las masacres, el joven caudillo buscaba venganza. Nadie sabía el motivo, pero iba proclamando que mataría a todo aquel con el que se cruzase hasta verla saciada.

Pasaron tantos inviernos que la estación se quedó perenne en los cabellos de Jacob. Zonas despobladas, otras descuidadas y, el resto, cubiertas con hielo y sangre. La piel de su cuerpo se arrugó y desprendió, tratando de regresar a la tierra como la de un fruto maduro. Solo sus frágiles huesos y su voluntad inquebrantable consiguieron que Jacob continuase su búsqueda. Hasta que un día, tras una vida caminando por un sendero plagado de muerte, escuchó cómo se acercaba la suya a varios días de distancia. En ese momento, su voluntad dejó de poder sostener sus huesos y éstos su piel. Su cuerpo tocó tierra sintiendo gran alivio pero ninguna paz. Quiso creer que el infierno llegaba a su fin, pero su corazón le oprimía diciéndole que no era así. Pero ya no podía hacer otra cosa: solo podía esperar a que llegase su último suspiro. Sin embargo, delante de la muerte cabalgaba un hombre alto y fuerte que iba acompañado de una vieja. Este hombre encontró a un demacrado Jacob tirado en el suelo, esperando la muerte. El hombre bajó de su cabalgadura y le susurró algo al oído que nadie consiguió escuchar, salvo ellos dos.

«Hola padre. Al fin nos vemos. Nos hemos conocido desde siempre, aunque no nos hayamos encontrado hasta ahora. Mira a tu alrededor. ¿Has visto lo que has creado? Observa tu creación y ódiate por ello. Sé que has vivido un infierno todos los días en los que yo he respirado. Pero aún te espera lo peor. El Infierno eterno. Adiós padre».

Tras decir estas palabras, el hombre volvió a su caballo y se marchó. Tras él pasó una Sethi ya anciana, que, al pasar junto a Jacob, le escupió con desprecio y se marchó tras su hijo con la cabeza bien alta.




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