Más que una tarde de sol
Era más que una tarde de sol.
Del sol de diciembre que, a la hora del postre, te ciega los ojos. Yo apenas podía abrirlos. Acostado en un deslucido banco de madera, con las manos entrelazadas bajo el cuello, y la mente en ninguna parte.
Sólo una parra desvestida, y rancia ya tras el otoño, se atrevía a privarme del cielo. Ella, en la habitación, tocaba el violín que acababa de regalarle. Era como un ángel tras la ventana indiferente. El mundo de nosotros, seguía aún intacto.
El viento nos llevó. Aquella tarde rara, mi cabeza no paraba de volar. O sentía que volaba. Pensaba una y otra vez cómo recordar aquella eterna felicidad, aquella sensación absoluta.
Como en las noches de los soñadores, de los nños y los poetas, era esa tarde la vida.
O una metáfora maldita.
El sol desertó entre lomas, y la vieja banqueta aborreció a mi espalda. El violín, cansado de soñar, volvió a su cajita. Nuestro mundo, no era, quizás, más que sueños.
Ese día supe que la perdería. Irremediablemente la perdería.
El viento nos llevará. A ambos, a aquella tarde de sol.