Mil años
Son muchos los años que nos conocemos, y explicar cómo fue que llegamos hasta acá sin rompernos el alma es imposible. Caminamos la misma vereda pero en diferentes direcciones. Sentíamos distinto al amor que construímos y destruímos al mismo tiempo decenas de veces.
Recuerdo esa tarde tirados en el césped leyendo “El Quijote “, cuanto amor había en el aire. Decretamos los hijos que tendríamos, los viajes que haríamos, los proyectos y esa esperanza de envejecer en nuestra casa sentados en una mecedora mirando jugar a la nietada. Con el paso del tiempo asumí que eso se daría si, pero no juntos. No es tan malo sentirte de a ratos. Prefiero ser la primera en asumir que ya no estamos para rompernos. Lo difícil fue verte, desde lejos, besando un vientre que no era el mío, aún así me soplabas al oído que compartiríamos la misma tierra al despedirnos de este mundo.
Y yo, te creía.
Fui valiente una vez, hace rato, cuando decidí olvidarte y guardarte en el medio del libro que nunca pude escribir correctamente. Intenté ser feliz cada día un poco y lo logré. A veces iba al río, nadaba contra la corriente y volvía a mis cabales. De repente una noche no te pensé más.
Fue extraño.
Así pasaron otros años, aprendí a tejer, a pintar, olvidé las recetas de familia y me dediqué a plantar semillas en otra tierra. Estaba bien. Si por bien se entiende que aprendí a verte en sueños y no reclamarte nada.
Rearmaba en mi cabeza secuencias reales y no tanto: el primer beso, la noche que se acabó el mundo como lo conocía, tus miradas gritando todo y las palabras congeladas al borde de tus labios.
Te volviste mi confidente. Desvariaba en las noches de lluvia, te contaba de la luna y del mar que nunca compartiríamos. Así transcurría mi vida.
Una tarde llegó tu mensaje: que si estaba bien, que pasó mucho tiempo, que tus hijos han crecido y que nunca supiste de otros cielos como los que volaste conmigo. Lindo argumento para alguien que tenía atadas las respuestas.
Pero yo te creí.
Verte y tratar de que el corazón no se coma a la carne para salir a estampillarse contra el tuyo no fue tarea fácil, te sentí y ya el tiempo cambió su velocidad y sentido.
Cómo uno puede ir contra su destino? Pensé.
Nos sentamos a leer el mismo libro de cuando éramos jóvenes, me mostraste las fotos de los lugares que habias visitado. Siempre tuviste el poder de dejarme muda. Tu voz tiene el poder de dejarme muda.
Imaginé que los años sin vernos habían borrado tus miedos, que habías domado tus demonios, que querías quererme a pesar del peso de los daños.
Pero cual si fuésemos molinos de viento todo era un espejismo.
Eso fuimos. Un ensayo, una prueba, un error, una falacia.
Qué clase de ser renace de las cenizas y crea otro incendio para arrojarse a las llamas y continuar el proceso? Sólo nosotros y la ilusión de sabernos unidos a pesar de las miles de veces que el destino dijo “Nunca”.
Puedo garantizar que te busqué en cada segmento de mi historia, dibujaba tu cuerpo en espacios oscuros y a tu voz la escondí por noches debajo de mi almohada.
Ahora que te conozco al fin, entiendo que vos nunca me viste realmente. Sólo fui una herida que abriste para lamer tus cicatrices.