NAUFRAGOS
Como cada mañana Luis salía de su casa en dirección al trabajo, un acto ritual y rutinario, que ese día iba a perder esa categoría. En la parada del autobús comprobó el tiempo que faltaba para que llegara el suyo, efectivamente anunciaba un tiempo que jamás se cumplía, pero al menos se aseguraba de que no anunciaba retrasos o incidencias graves.
De manera automática extrajo su teléfono móvil del bolsillo interior de la chaqueta y comenzó a repasar los mensajes, que le habían entrado en los últimos minutos, uno de ellos captó inmediatamente su atención, se trataba de un número desconocido desde el que se dirigían a él con enorme familiaridad.
“Hola, pienso en ti cada mañana, no puedo quitar de mi cabeza los últimos momentos que pasamos juntos, te echo tanto de menos. Kiss”,
El mensaje iba acompañado de distintos emoticones, todos ellos claramente cariñosos.
Se trataba de un error, Luis no tenía constancia de que ninguna otra persona sintiera por él aquello que trasmitían los escasos caracteres que componían el mensaje que terminaba de leer. El primer impulso fue anular y pasar página sin dar mayor importancia a una anécdota de la cual no era protagonista, pero al volver a leer el texto, la curiosidad le hizo fijarse en el número emisor, le resultaba familiar, o al menos eso pensó como argumento para no borrarlo de inmediato. Por un momento se sintió formando parte de un curioso papel, esta confusión le otorgaba una extraña categoría de voyeur.
Con el retraso habitual llegó su autobús y a partir de ese momento intentó dejar la decisión definitiva para un momento posterior, ya tenía bastante con lo complicado de la mañana que le esperaba como para perder un solo minuto en resolver un sudoku , al cual no había sido invitado, al menos oficialmente.
La vuelta a casa, en el horario previsto y repitiendo la ruta de la mañana, pero en esta ocasión efectuada en sentido inverso. Nuevamente la comprobación del horario de su autobús y con la misma inexactitud habitual. Al meter la mano en el bolsillo de la chaqueta le asaltó el recuerdo de la anécdota matinal y directamente se fue a comprobar que todavía estaba entre los mensajes leídos. Evidentemente el texto se conservaba y en esta ocasión lo leyó de manera mucho más detenida que en la mañana, intentando descifrar que había entre esas líneas, deducir qué tipo de persona estaba enviando semejante mensaje, y también, obtener alguna respuesta sobre aquel al que nunca le llegó.
“Hola, pienso en ti cada mañana, no puedo quitar de mi cabeza los últimos momentos que pasamos juntos, te echo tanto de menos. Kiss”.
¿Se trataría de un hombre reclamando a su mujer en un viaje de negocios?
¿Se trataría de un amor secreto y por eso no pueden estar juntos?
¿Es una relación que acaba de terminar y ofrece los últimos rescoldos que resuenan como un grito para aquella parte que no quiere que se produzca el final?
Realmente comenzaba a ser un juego inquietante y mientras tanto no dejaba de mirar, fijamente, ese maldito número de teléfono que comenzaba a resultarle familiar.
Desechó el impulso de llamar directamente y contar lo que había pasado. Cuando ya tenía marcados tres dígitos consideró que no era buena idea y lo cerró de manera inmediata, mañana será otro día.
Decidió no comentar nada en casa acerca de aquello que le estaba atribulando. Seguramente su mujer le ofrecería alguna solución sencilla y punto final, pero, prefirió tratarlo como un reto personal que tuviera que resolver, una postura no demasiado arriesgada, a fin de cuentas, con no hacer nada, nadie le pediría explicaciones. ¿era eso lo que tocaba hacer?
El sueño estuvo perturbado por constantes interrupciones y cada vez que se despertaba sobresaltado a Luis le venía a la cabeza de manera inmediata el maldito número de telefonía móvil que se había instalado en su cerebro y no había forma de echarlo fuera ¿por qué se lo había aprendido tan rápido?, ¿qué tenía en común con otros números más familiares? Y, sobre todo, ¿por qué esa obsesión respecto a una anécdota sin importancia?
Al salir de la ducha y mientras tomaba el café de la mañana adoptó una decisión; se pondría en contacto con quien había enviado el texto y le explicaría lo que había pasado. Esta forma de abordar el problema daba la impresión que lo dejaría tranquilo y además conseguiría averiguar algo más. Salió de casa con más prisa que días anteriores, apenas se despidió de su mujer con un rápido beso en la mejilla y, una vez en la calle, libre de miradas indiscretas volvió a mirar el mensaje que ya se sabía de memoria. Y mientras esperaba la llegada del autobús, comenzó a escribir, pensando bien cada una de las palabras con las que componía el texto:
”El mensaje que usted ha intentado enviar a una determinada persona me ha llegado a mí, por error. Me duele pensar que un contenido tan afectuoso se queda sin respuesta por no alcanzar su destino. Espero que no le haya molestado mi intromisión. Un saludo.”
Pulsó enviar y suspiró aliviado, al menos estaba haciendo algo. Todavía no habían pasado cinco minutos cuando sonó el aviso de entrada, ¡estaba recibiendo contestación!. Con el corazón acelerado y enorme inquietud abrió el mensaje y se encontró con lo siguiente:
“Muchas gracias por su aviso, demuestra que se trata de una persona sensible y bondadosa. Hay momentos en la vida de las personas que son auténticos laberintos, en los que cada decisión adoptada acaba en fracaso. El mensaje que me ha enviado me pone en la buena senda, existe gente como usted en el mundo capaz de hacer un favor a una persona que no conoce, sin esperar nada a cambio. Mi eterno agradecimiento por ayudarme a transitar en un momento difícil. Salud y buena travesía por la vida”.
Luis, leyó el texto en varias ocasiones, intentando captar la personalidad de quien le enviaba un mensaje del cual no podía deducir si se trataba de un hombre o una mujer, joven o vieja…, toda la carga de misterio continuaba, acrecentada por las pistas que ofrecía el texto acerca de un momento difícil y la buena acogida de su mensaje. Envalentonado por la rapidez en la contestación se animó a escribir una misiva cariñosa y agradecida.
“Sin querer entrometerme para nada en su vida me gustaría ayudar de la única manera que se me ocurre, dando ánimos y fuerza para adoptar decisiones, siempre es mejor equivocarse que no hacer nada. Por cierto me queda una duda, no me conteste si no lo considera, ¿pudo hacer llegar el mensaje original a su destinatario real? Gracias por su respuesta”.
Los minutos fueron pasando y el teléfono permanecía en el más absoluto de los silencios. Esta situación le produjo un bajón de ánimo a Luis, ya que pensó que se había equivocado metiéndose en una dinámica particular en la cual no tenía nada que ver.
Nada más lejos de la realidad, muy pronto llegaba un mensaje, algo más largo que los anteriores, en el que se encontraban las reglas de un juego en el que estaba participando sin ser plenamente consciente.
“Desconocida/o amiga/o, acabas de pasar a formar parte de una organización en la que entre sus miembros nadie se conoce, solamente tenemos en común la sensación de soledad frente a una vida que no nos permite trasmitir nuestras emociones, al menos de la manera que nos agradaría. Mantenemos contacto exclusivamente epistolar entre nosotros y periódicamente lanzamos, al azar, una llamada equivocada a la cual siempre responden desconocidos. Tu respuesta ha sido un claro ejemplo de como has dejado de lado a personas próximas, que seguro tienes en tu entorno para hacerte cómplice de alguien que emocionalmente está sufriendo o puede sufrir. Bienvenido a este grupo de náufragos…, tendrás noticias nuestras”.
Luis apagó el móvil y se fue caminando a casa, sabía que tardaría más de una hora en llegar, pero necesitaba asimilar lo que le había ocurrido, recibiendo aire fresco sobre su rostro.
muy bonita reflexión…
felicitaciones
Interesante e inquietante reflexión de como las redes sociales están deshumanizando las relaciones humanas. Gracias!