Ocaso eterno
El sol tocaba la ventana y al tratar de acariciar mis mejillas, abrí los ojos y me senté en medio de la cama. Pensé en Dios, como dueño del mundo y en lo rápido que se fue la noche, otra vez. Observé a mi marido al otro lado de la cama, quieto, sin percatarse de mi ausencia.
Empecé a vestirme de forma instantánea, con un camisón gastado y un pantalón de franela en tono plomo. Hace tiempo deje combinar y pensar tonos, estilos y novedades, quizás porque cuando estas mucho tiempo en casa los días se hacen copias del día anterior.
Me mire en el espejo que tenía cerca de la cama, solo apuntando a ver mi cabello el cual peinaba, como una manera de manejar la imagen de madre ordenaba, aseada y arreglada. Tenía miedo percibir el rostro que un día gozaba de tener solo 20 años, porque la última vez que lo observe gracias a la insistencia de mi hija, noté que había una opacidad notable, como si en mí creciera una mancha difusa de color marrón, haciendo que mi pecho se comprima, envolviendo mi cuerpo de tristeza sin un motivo aparente, que me hizo lamentar todo lo que era yo.
Cuando entre al baño para asearme, todo fue automático, porque ordenaba mentalmente mis tareas de ese día, no tenía conciencia de que mis dedos bañaban con agua el rostro y otras partes de mi cuerpo.
Al salir, me percaté que ya casi toda la familia se despertó, lo cual generaba en mi alivio, porque sentí que ya eran responsables. Pero cuando tocaba la hora del desayuno, solo escuchaba ordenes relacionadas con el desayuno, expresadas por mi compañero de vida y mis hijas, desvaneciendo toda esperanza de ser un día diferente.
Encendía rabia con un poco de frustración, cada mañana que se repetía escenas donde yo preparaba la comida, servía, buscaba objetos perdidos, ordenaba y arreglaba uniformes solo por orden, siendo solo un esclavo que tenía que dar amor, alimentos y otros deseos.
Pero cuando llegó a la escuela con mis hijas, para dejarlas, buscó en silencio impaciente a las demás madres, para hacernos un punto visible fuera de la escuela. Es ahí donde recargó mis energías y optimismo al hacerme con todas ellas, cómplices y amigas. En ese lugar, ellas y yo tenemos la razón, somos dueñas de cada emoción, y sentimos que somos escuchadas y apoyadas, aunque para muchos suene como frase de mujer insatisfecha, porque muchos solo se limitan escuchar el reclamo y no el motivo.
Para muchas el tiempo es limitado, pero concordamos que el tiempo se pausa, para conversar a gusto. Para los ajenos, esta solo es una junta de chismosas, pero para nosotras es un espacio de contención, donde recargamos energías para el resto del día, ya que después tenemos que llegar a nuestros espacios de trabajo, para cocinar, ordenar, hacer encargos de la familia o de un jefe si es que pillamos trabajo remunerado que se acomode a nuestras tareas de hogar.
Creo han sido muchas las veces que hemos planeado revoluciones, donde poníamos a nuestros maridos como amas de casa por un día, imaginando diferentes resultados, los cuales nos causaban gracia. Y fueron también muchas las veces donde esa sed de revolución se apagaba, al recordarnos que somos mujeres y buenas madres, que deben dar amor incondicional, lo cual se confirmaba con cada madre que expresaba tener cosas que hacer en el día, dando finalizada la reunión.
Al volver a casa, toda presurosa recordaba con una sonrisa en el rostro, todo lo hablado con las demás señoras, pensado en lo mas profundo de mi pecho, que las revoluciones solo eran chistes y ya.