ÓLEO SOBRE TELA
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.
Pablo Neruda
No creías en nada, Laura, antes dudabas de nuestro sublime romance. Hace algunos
años, tenías una posición incrédula y yo no conseguía descifrarla por el
sucinto silencio tuyo. Menos mal, sucedió toda nuestra pasión entre ambos, yo
haciendo como hombre y tú renaciendo como mujer. Nuestro ardor fulgía, mientras
mi alma te descubría, cuando mi amor te prefería entre un sueño de pureza. Fue
durante nuestros bellos recuerdos de fantasía cuando se dio nuestra magia
idílica. Ante ello, yo no discuto más los pasados paralelos. Esta vez, mujer, larga
nuestra dulzura, sola nuestra confianza, se hizo latente con evocaciones
imperecederas; se volcó en nuestras alucinaciones solamente lúcidas. Y claro,
que fue elevado nuestro abrazo de intimidad ardiente. Además, fue tan vívido y
preciado para ambos, que voy contártelo otra vez. Por cierto, hoy te digo un
secreto más de lindura; mi recital inmediato, va a ser más preciso y
descriptivo, antes que nuestro primer día, cuando nos sentimos juntos, cuando
nos supimos enamorados, atrás de una vasta lejanía. Aquí recomienza entonces,
nuestra historia encantada, hermosa mía, mi mujer de las muchas existencias.
Si mal no recuerdo, la noche de aquel jueves anhelante, estuve recostado contra el
camastro de mi cuarto umbrío. Me envolvía en las sábanas de arco iris, mientras
en los píes las sentía suaves, un poco frías. Luego, decidí erguir un poco el
cuerpo hacia el espaldar rojizo del descansar. Lo hice sin saber como me dejaba
llevar por la soledad de la noche, una noche muy taciturna y ella muy espejada.
Acomodé así entre las rutinas, una almohada de plumas atrás de mi cabeza. Esperé
algo bueno por hacer entre el espacio sereno. Del mismo instante, quise tomar
el poemario de Neruda, que estaba encima de la repisa de caoba. Estaba al lado
derecho mío. Pronto lo acerqué al rostro lánguido. Lo abrí con suma elegancia.
Comencé a leer; Me gustas cuando callas a medida que salían unas nebulosas del
cielo limpio. Yo repasaba ya las frases en verso suavemente hacia mis ojos
fugados. Todo el canto iba al ritmo impuesto por el poeta inmortal. Su armonía
parecía contener unos bajos deslices de nostalgia. Por el demás gusto, fue
tanta la belleza artística, que hube de llegar al estremecimiento de sentirme
absolutamente deslumbrado y quemado por el fuego astral. Así entonces, mi
propia conciencia se vio arrastrada por la altura amorosa del verso final.
Una vez terminada la última estrofa, no contuve la pasividad. Amor, elevé un poco
la voz de este gran artífice áulico. Evoqué otra vez el poema con rubores en
las mejillas. Percibía mi voz rumorosa, deshilándose desde esa única emoción
poética. Del hecho, santo fue como volver al pasado del universo llenamente
nuestro. Laura, fue estar reposado entre tu mariposa flotante, fue como verte
en verdad, abajo de mi ulular fantástico. En cualquier caso surrealista, no sé
bien como nos bebimos nuestra lluvia de vida. Sola te profesaba cerca de mí y
sola te sentía, adentro de mí, amada adónica. Todo se nos daba sobre unos
tiempos indecibles. Era divino acariciarte junto a tu intimidad femenina. Cada
danza de cuerpos ajenos, vibraban en una unión espiritual. Luego del último
grito, te alejaste del placer y me dejaste ebrio de placer. Y yo, volví otra
vez al presente y dejé el poemario al lado de otras obras maestras. De repente
me supe cansado volviendo a una llenura en ausencia. Me pensé solo y sufrí tu
ausencia, mirando hacia el tejado de las lunas impresionistas. Así pues, que
decidí presionar ya el interruptor de la luz del cuarto y sin ningún fin, me
recosté en la lentitud relajante del lecho blándido.
A esa hora, sólo apreciaba por atrás de los ventanales del recinto, algunas
estrellas sin distancia de luminosidad. Y otra vez lejana tú y tus besos
febriles. Aún pensaba en vos sinceramente. Aún me quería en tu nobleza y yo
paseando con los dedos tu sonrisa de blancura. Seguía amándote desde lo
distante con presunto cuidado. Te figuraba ahora entre el pensamiento, bajo la
negrura de mis ojos recién apagados. Luego comencé a sentir un agradable
adormecimiento que procuraba distanciarme de a poco de aquel sitio agonizante.
Me fui alejando de la habitación forzosamente. El sueño me sacó del dolor
oscuro, donde antes se ahogaba la muerte. Del otro espejo viviente se abrió
entretanto un mundo desconocido. Ya me soltaba con cuidado hacía sus maravillas
inhóspitas, se desvestía bajo una lentitud acompasada y entre una intensidad
eternizada. Pero a la vez, todo pareció suceder fugazmente, hacia mi videncia.
Laura, mientras entraba más y más hacia lo hondo de paisaje vaporoso, yo
recorría a solas el sendero de un bosque con un traje negro. Iba yo como sin un
rumbo escogido. Y cerca de mí, escuchaba el crujir del césped a cada paso
andado. Además, parecía que te estuviera persiguiendo con locura porque mi alma
siempre te ha amado. Tú lo sabrás más que nuestro corazón sin coraza. Aparte,
antes del principio creador, te anhelé desde siempre con sobrada vehemencia, te
quise con una esperanza abrazadora. Por esto bello, la brisa del paraje era
ligeramente fría. Volaba acompañada por un olor perfumado a flores invernales,
ellas flores, siempre impregnadas con pureza angelical. Y tan sólo yo y la
tristeza, que se me agolpaba en el espíritu, durante este recorrido incierto.
Por esto bello, se me venían las lágrimas como una avalancha de nieve
arrasadora.
Ahora, yo esquivaba unas ramas de cipreses frondosos. Al tiempo, exploraba la selva
más bien primaveral. Trataba de mirar una y otra vez hacia el horizonte perlado
y hacia toda su inundación de frescura. Pero mi confusión era sincera, no veía
con sincera claridad. El cielo del cielo, se removía sutilmente nublado como si
fuera una ceguera inmaculada. Había además una bruma espesa, revolviéndose en
la atmósfera ondeante, rodeando las hojas azules y los troncos boscosos de esta
naturalidad edénica.
Así por cierto, debido al deambular mareado, escogí tomar por un paraje extremo del
bosque, originado con madrigales. Ahora allá, rebasaba varias rocas revestidas
con musgos babeantes. Sorteaba durante el mismo camino, un arroyo de agua
trasparente y repleto de peces rojos. Todo este paraíso de unción, se hacía más
fijo en realidad. Lo percibí un poco tangible, mientras me sentía otra vez
exhausto en esta perfección existencial. Desde lo individual, me impresioné por
obviedad y renuncié a la búsqueda tuya en este escondite. Afortunadamente, para
mi incierta ansiedad, resolví recorrer otras cuantas praderas intensas. Aparte,
había descubierto a lo lejos, una cabaña de maderas antiguas, mientras más allá
de la otra orilla, aparecía un lago finamente plateado, era un lago místico y
algo apacible.
Así entonces, fui solo hasta allá, haciendo uso de una exagerada precaución, entre
la bruma maleable, entre la quietud nevada. De paso a paso, fui reconociendo la
cabaña sin ningún habitante y de una vez, estuve andando por las afueras de
aquel hogar descuidado hasta cuando vi un escaño de metal, escondido entre
varios arbustos de abejas, entre pequeñas rosas violetas y otras vegetaciones,
sembradas a un rincón de la puerta desvencijada. Supe próximo este asiento de
relajación. Luego, resolví recostar allí, mi cuerpo ajado. Descansé un poco la
mente mientras volvía a evocar tus bellos encantos de mujer; Laura. Y cierto,
Laura, estiré mis brazos de piel morena hacia los costados y entrecrucé las
piernas. Al mismo presente, observé un brillante rebrotar de mañanas entre
vuelos de cisnes, cantando ellos bajo las nubes pintorescas, cortando las
auroras invisibles. Divisaba enseguida el reflejo de unas altas montañas que
parecían mecerse en ese mismo lago de olas leves. Ya a mi vez, volví el rostro,
justo al frente y de golpe, aprecié todo este cuadro milenario, queriendo
recortase vertiginosamente. El sueño atractivo, Laura, sin embargo allí, no
acabó con la magnitud. Yo hice un máximo esfuerzo por volver a ese espacio
increíble otra vez; sólo por vos procuraba revivirlo en los instantes
salvadores. Sucesivamente percibía que la acción inmediata resurgía como leves
nociones de fijación. De un solo chispazo entonces, te descubrí, mi enamorada,
pude contemplarte con tu alta figura de belleza proviniendo del lejano mundo.
Venías ahora, recorriendo un sendero de arena por entre los árboles tupidos de
matorrales. Te acercabas junto a tus pasos lentos hacía mí. Venías ondeando tu
cabellera castaña. Hubo pese a todo, otro apagón violento en esa instancia. Se
hizo con un sentido palpitante. Al corto tiempo, regresó completo el espejismo
y tú regresaste a mí. Te hiciste al lado mío con delicadeza; nos aferramos a
nuestras manos, nos besábamos como si lleváramos muchos años de estar juntos.
Tenías el vestido de coloraciones blancas, que tanto me gusta verte; te quedaba
muy precioso y te queda muy hermoso. Se te hace todo digno a tu elegancia
celestial. Luego, te aproximaste más y más hacia mi hombría. Te viniste encima
de mí con timidez y me abrazaste con calores tiernos. Al otro sublime encanto,
me susurraste al oído: Amor, vamos a pasear por el edén, quiero recibir la
brisa, quiero contemplar los pájaros azules. Ante la petición tuya, aprobé el
antojo tuyo; sin vacilar nunca. Sin pensarlo una sola vez; te dije que sí, te
amé en verdad. Así que ambos nos levantamos enlazados, nos alejamos felices del
pasado, hacia los cipreses danzantes del bosque.
Ahora, no hay más recuerdos legendarios. No sé
tampoco cuantos siglos llevamos reunidos en nuestro sueño sereno. Sólo más bien,
hoy sé que me gustas, que cautivas cuando me abrazas, que encantas con tu
presencia, cuando vienes otra vez y me despiertas, atrás de la otra realidad,
entre un beso y entre muchos más besos. Y hoy me sé embelesado, hoy me siento
enamorado porque ya estoy contigo, hoy estamos por fin juntos, adentro de
nuestra fantasía. Y hoy estoy alegre, alegre de que nuestro amor sea cierto;
Laura, novia mía, mi Laura virgen.
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS
CUENTISTA DE COLOMBIA