Porque tenía que escribir de algo más
Hoy compre un libro nuevo,
lo lleve a casa aun cuando él tenía bastantes nervios
y sabía no era el primero de mi colección.
Antes de ponerlo en el librero, lo saque de la bolsa,
le arranque el plástico en un brusco movimiento
y tembló en mis manos, tímido, indefenso.
Le susurre estuviera tranquilo, tendría cuidado
y de ser preciso iría a la biografía del autor
o me leería completo el prólogo.
Por sus gruesas pastas deslice mis dedos,
quedo en mi palma su lomo,
me fui a la cama para disfrutarlo mejor.
Tras suaves caricias y leerme la contraportada,
lo abrí lento y lo devoré con la mirada,
pasando por mis yemas sus hojas, una a una,
a veces tenía que llevarlas a la boca para mojarlas.
Ese olor imperceptible de la orquídea,
ya no resistí más y metí mi lengua entre sus páginas,
la tinta, oscurecida en mis papilas gustativas.
Entonces las oraciones me bajaron por la garganta:
se me alojaron en los pechos frases tibias
y los endurecieron como el corazón que dentro habita;
se aventuraron bajando palabras saladas
y volvieron orugas a las mariposas, pues los gusanos
ya se habían comido lo que antes se pudrió.
El ombligo se convirtió en fuente de vino, no acepta
bocados
si no son literarios o de alcohol; pues una cuarta más
abajo,
el calor de la pluma hizo se escribieran poemas sin
versos.
Llego al clímax solo en el primer renglón,
se llenan las páginas de corrector y ya fue imposible
pudiera cerrar el libro, la boca, la imaginación.